La flor del cerezo
El t¨¦rmino belleza es indudablemente uno de los t¨¦rminos m¨¢s ambiguos que pueda haber cuando se utiliza en sentido lato; traduce las formas m¨¢s diversas de la admiraci¨®n y se refiere, en general, a una gama muy amplia de modalidades de la sensibilidad. Esto se hace m¨¢s evidente cuando tratamos de entender o definir los sentimientos que, en otras culturas, llevan a formular un juicio est¨¦tico. Mientras Federico Lanzaco nos gu¨ªa, con mucho acierto, en el periplo evolutivo de los valores est¨¦ticos de la cultura japonesa, Teresa Herrero nos hace comprender el alcance pol¨ªtico de sus principales s¨ªmbolos est¨¦ticos. De esta manera, y puesto que los valores est¨¦ticos no han estado nunca desligados en las sociedades tradicionales (?hay alguna que no lo sea?) de los valores morales, es la evoluci¨®n de una sociedad lo que contemplamos.
LOS VALORES EST?TICOS EN LA CULTURA JAPONESA
Federico Lanzaco
Verbum. Madrid, 2004
166 p¨¢ginas. 13,60 euros
DE LA FLOR DEL CIRUELO A LA FLOR DEL CEREZO
Teresa Herrero
Hiperi¨®n. Madrid, 2004
96 p¨¢ginas. 6,73 euros
Al ideal valeroso y de "coraz¨®n sincero" de la cultura Nara (siglos VII y VIII), que ser¨ªa recuperado en el periodo Meiji (XIX-XX) para restaurar el esp¨ªritu nacionalista, sigui¨® el refinamiento de la sociedad cortesana del periodo Heian (siglos VIII al XII), que cultivaba el ingenio y la elegancia junto a una exquisita melancol¨ªa contemplativa. M¨¢s tarde, con la ca¨ªda del poder imperial y el inicio del shogunado, el paisaje invernal lleg¨® a reemplazar, en el imaginario est¨¦tico colectivo, a la esplendorosa primavera que admiraban los cortesanos de Kioto, y la ca¨ªda de los p¨¦talos de las flores de cerezo se impuso a la visi¨®n de los cerezos en flor.
No deja de ser interesante saber que los valores austeros propios de la est¨¦tica zen (la belleza de lo humilde, lo imperfecto, lo incompleto, el vac¨ªo), representativos, en Occidente, de la cultura nipona y que son otros tantos "caminos" de formaci¨®n espiritual, llegaron a imponerse en Jap¨®n entre los siglos XII y XVI, una ¨¦poca de sangrientas perturbaciones protagonizada por una sociedad guerrera, la de los samur¨¢is, que adoptaron los valores est¨¦tico-espirituales de los monjes budistas.
En la ¨¦poca Edo (siglos XVII-XIX), con el auge de la burgues¨ªa, se sustituir¨ªa la belleza espiritual por el gusto de los placeres y la est¨¦tica de lo agradable. La ideolog¨ªa del "mundo flotante" (nuestra vida se compara a una calabaza que el r¨ªo transporta) no impedir¨ªa, no obstante, la permanencia de los valores anteriores. Es el caso del canon est¨¦tico establecido por Basho, el monje viajero, y que todo aquel que quisiera confeccionar un haiku, forma po¨¦tica tan de moda en Espa?a actualmente, debiera tener en cuenta.
El coraz¨®n del poeta, dec¨ªa Basho, ha de adelgazarse para poder penetrar en todo aquello que contempla; s¨®lo as¨ª podr¨¢ expresarlo. Perder el yo sin perder lo particular: un camino sin ninguna duda inverso al protagonizado por el arte de Occidente que premia la originalidad arriesg¨¢ndose a perder la capacidad de comunicar lo esencial.
La atenci¨®n a los fen¨®me
nos naturales, a su variabilidad, ha sido constante a lo largo de la historia cultural de Jap¨®n. El sentimiento de caducidad ha impregnado todas sus manifestaciones, algo que, al contrario de lo que se suele pensar, no est¨¢ vinculado a confesi¨®n alguna sino que, muy al contrario, est¨¢ enraizado en los or¨ªgenes que dar¨ªan lugar al shinto, una forma de relacionarse con lo sagrado que nuestros historiadores, desde su ingenuidad etnoc¨¦ntrica, han calificado alegremente de "animismo".
El profundo respeto que el esp¨ªritu japon¨¦s siempre ha profesado por todo aquello que comparte la caracter¨ªstica principal de la existencia: su fugacidad, dista mucho de ser una supersticiosa atribuci¨®n de cualidades antropom¨®rficas. Takeshi Umehara, autor muy citado aunque desgraciadamente no traducido, entiende que (y as¨ª lo refiere Federico Lanzaco) existen tres tipos de cultura, correspondientes, cada una, a un tipo de clima: el de la pradera (la Grecia antigua), el del desierto (los tres monote¨ªsmos) y el del monz¨®n (Jap¨®n). Europa, Oriente Pr¨®ximo y Jap¨®n: tres ¨¢mbitos geogr¨¢ficos cuyo clima determinar¨ªa el modo de estar en la vida de los pueblos que los habitan, ya sea enfrent¨¢ndose a un destino, ya sea confiando en la benevolencia del cielo o temiendo su castigo (la raz¨®n por la que Europa asimil¨® los credos del desierto es una cuesti¨®n que no viene al caso, pero que no me resisto a se?alar), ya sea, y ¨¦ste es el caso de Jap¨®n, asumiendo las inevitables variaciones de la naturaleza.
Recorrer el trayecto hist¨®rico de las emociones est¨¦ticas japonesas resulta sin duda de gran ayuda para aprender a situar en su contexto tradicional los productos nipones que inundan el mercado de Occidente. Pero no s¨®lo eso. La historia de los valores est¨¦ticos y de las categor¨ªas de la sensibilidad es tambi¨¦n la historia de los sentimientos que hacen que unos individuos sean pol¨ªticamente manejables. Tomar conciencia de ello forma parte del aprendizaje de la libertad. El libro de Federico Lanzaco es toda una contribuci¨®n que queda bien completada con la lectura de la peque?a monograf¨ªa de Teresa Herrero.
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