Europa
Como todo el mundo sabe los EE UU son un pa¨ªs uniforme y federal que surgi¨® de un modo que podr¨ªamos llamar sint¨¦tico. Europa, por el contrario, se ha formado de una forma anal¨ªtica, es decir, por clasificaci¨®n. Esta es la raz¨®n por la cual en el viejo continente hay italianos, espa?oles, franceses, etc... mientras Am¨¦rica produce exclusivamente americanos. La diferencia no es tan banal como podr¨ªa parecer a simple vista, ya que de ella se deriva el abismo que nos separa. Por ejemplo lo que EE UU no lograr¨ªa entender nunca es que aqu¨ª pueda existir una rep¨²blica como Letonia fundada por unos cuantos amigos una noche de inspiraci¨®n en un caf¨¦ de Riga y que apenas tiene 25.000 kil¨®metros cuadrados, porque en Am¨¦rica con ese terreno lo ¨²nico que se podr¨ªa montar ser¨ªa un rancho para la cr¨ªa de caballos. Y es que a cualquier americano medio el hecho de que en una extensi¨®n territorial del tama?o aproximado de Texas haya n¨²cleos de civilizaci¨®n tan poderosos como Venecia, C¨®rdoba, Praga o Santiago de Compostela le resulta terriblemente desconcertante por eso tienden a mirarnos como una anomal¨ªa del Pleistoceno. Este punto de vista tan t¨ªpicamente americano lo refleja en una divertida cr¨®nica el escritor Julio Camba que en el a?o 1929 fue invitado junto a 12 colegas europeos por la Fundaci¨®n Carnegie para recorrer los EE UU. La visita fue tan exhaustiva que tuvieron que saludar a todo el mundo desde los presidentes de las C¨¢maras de comercio hasta al jefe de los pieles rojas de Montana que los obsequi¨® con un tocado de plumas. En la ciudad mormona de Salt Lake City s¨®lo trataron con profetas y ap¨®stoles; asistieron sin tregua a toda clase de recepciones oficiales, visitaron f¨¢bricas y mataderos; inauguraron puentes, rascacielos, y hasta una abad¨ªa del siglo XII que un general hab¨ªa transportado piedra por piedra desde Inglaterra hasta el estado de Virginia. Pero a esas alturas ya todos los componentes del grupo se hab¨ªan dado cuenta de que el verdadero objetivo del viaje no era tanto darles a conocer los EE UU como que los Estados Unidos los viera a ellos. El pueblo americano, que como es sabido tiene gustos muy infantiles, estaba encantado con aquel circo que mostraba algunos espec¨ªmenes curiosos de las nacionalidades europeas como si fueran variantes del Diplodocus. Cuenta Camba que el inter¨¦s zool¨®gico lleg¨® al paroxismo cuando les hicieron pronunciar a cada uno un discurso en su propia lengua a¨²n sabiendo que nadie les iba a entender. "Se trataba", dice el escritor, "de clasificarnos fon¨¦ticamente como se hace con algunos animales cuando se dice, por ejemplo: el perro ladra, el buey muge o la gallina cacarea". Por si esto fuera poco, agotados como deb¨ªan estar nuestros hombres, les hac¨ªan escuchar en pie los doce himnos nacionales de rigor (el espa?ol era: cu-cu-rru-cu-cu, palooomaaa...). Y para colmo los fot¨®grafos de prensa no acertaban a distinguir a qu¨¦ pa¨ªs representaba cada invitado y acabaron confundiendo nuestro solar patrio con Yugoslavia y mezclaron las declaraciones del representante espa?ol con las del experto en asuntos balc¨¢nicos, o sea, como el hermano del presidente Bush cuando en visita protocolaria se refiri¨® al rey de la rep¨²blica de Espa?a. Y no es que Am¨¦rica desconozca la geograf¨ªa de Europa, o que no la entienda, sino que para decirlo claramente, le importa un comino.
Como a estas alturas ya nadie espera votar por amor, yo ma?ana lo har¨¦ por la memoria de Julio Camba.
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