?Cu¨¢ndo el diablo se queda con el alma?
Goethe, como escritor, tuvo la inusitada fortuna de conseguir acabar su "obra de toda la vida", Fausto, unos meses antes de morir a los 82 a?os. Frente a la cr¨®nica de tantas obras inacabadas parece que incluso en esto el poeta alem¨¢n mostr¨® una extra?a capacidad de previsi¨®n. Una tarea, desde luego, nada f¨¢cil si se tiene en cuenta que vivi¨® literariamente acompa?ado de Fausto durante m¨¢s de medio siglo. Pero al final no s¨®lo logr¨® terminar su libro sino que encontr¨® una soluci¨®n para uno de los m¨¢s dif¨ªciles retos que se puede plantear un autor: ?c¨®mo encarnar, en efecto, a ese "instante m¨¢s hermoso" que temerariamente su h¨¦roe se exige en el momento de su inicial pacto con el demonio? Pocas veces en la historia de la literatura alguien se hab¨ªa puesto una trampa argumental tan insuperable. A Goethe le cost¨® cinco d¨¦cadas dar con la soluci¨®n.
Fausto gozar¨¢ de su existencia a lo largo de veinticuatro a?os, tras los cuales perder¨¢ alma y cuerpo
Sin embargo, en este riesgo se descubre la envergadura del desaf¨ªo de Fausto, el peligro de cuya apuesta no estriba tanto en la ca¨ªda en la nigromancia ni en su desmedida ambici¨®n de conocimiento ni en su apetito sensual sino, y muy precisamente, en la invitaci¨®n que se hace a s¨ª mismo de llegar a un instante de felicidad o, visto desde el otro ¨¢ngulo, de reposo tras una agitaci¨®n permanente que, seg¨²n ¨¦l mismo ha lamentado, le ha hecho ir del deseo al placer para, rozado el placer, consumirse por el deseo. Al formularlo de esta manera Goethe, desde un punto de vista literario, quedaba sonoramente comprometido.
Lo m¨¢s interesante es que no lo necesitaba en modo alguno si quer¨ªa continuar una tradici¨®n que, con sus altibajos, ten¨ªa ya un par de siglos. El Fausto renacentista m¨¢s alocado que el suyo, nunca hab¨ªa tenido tanta audacia. A Goethe le hubiera podido bastar la reinterpretaci¨®n moderna de una figura ya de por s¨ª lim¨ªtrofe en sus conductas y tentativas. Adem¨¢s, que el personaje Fausto ten¨ªa un enorme alcance m¨ªtico era algo que hab¨ªan adivinado bastantes de sus contempor¨¢neos si tenemos en cuenta que en la ¨¦poca del Sturm und Drang, entre 1760 y 1780, se escribieron m¨¢s de veinte libros sobre el tema.
En repetidas ocasiones Goethe asegur¨® que en la infancia se hab¨ªa familiarizado con Fausto gracias a los polichinelas y teatros de marionetas, con el d¨²o del sabio y el diablo haciendo travesuras m¨¢s o menos bufonescas para regocijo de los ni?os. ?l mismo, luego, nunca olvid¨® incorporar esa atm¨®sfera de farsa a su drama. Pero Goethe no ignoraba, tampoco, los precedentes tr¨¢gicos -m¨¢s bien tragic¨®micos- en los que se hab¨ªa cimentado la historia literaria de Fausto.
Como ocurre siempre la silueta
ya estaba dibujada en la atm¨®sfera antes de que el nombre empezara a respirar. El Renacimiento, por su propio talante espiritual, deb¨ªa engendrar necesariamente una leyenda como la de Fausto. Todos los ingredientes estaban dispuestos para alimentarla, y tambi¨¦n los hombres. Es suficiente recordar lo que escrib¨ªan los Leonardo y Paracelso, los Bruno y Bacon, y lo que mitificadoramente se escribi¨® sobre ellos, agigant¨¢ndolos o demoniz¨¢ndolos, para tener una idea de hasta qu¨¦ punto, antes o despu¨¦s, pero pronto, se alumbrar¨ªa una "historia inmortal". Afortunadamente el alumbramiento se produjo con enorme belleza literaria.
Un parto en dos tiempos y en dos pa¨ªses. En 1587 apareci¨® el llamado Faustbuch, Historia del doctor Johann Fausto (recientemente reeditado por Siruela en la espl¨¦ndida edici¨®n de Juan Jos¨¦ del Solar), un libro an¨®nimo en el que, con una introducci¨®n moralizadora, se desarrollan desprejuiciadamente los rasgos fundamentales del perfil de Fausto. Harto de limitaciones ¨¦ste se erige ya en un doble transgresor que exige conocerlo todo y sentirlo todo. El Faustbuch es un gran texto que antecede en s¨®lo cuatro a?os la fulgurante recepci¨®n de la historia en un texto todav¨ªa mayor, La tr¨¢gica historia del doctor Fausto de Christopher Marlowe, una obra notablemente fiel al an¨®nimo alem¨¢n pero m¨¢s libre y m¨¢s cortante. "?l no tiene m¨¢s Dios que su ambici¨®n" le hace decir Marlowe a su Fausto, un tono y una calidad po¨¦tica para nada inferiores a los que reverenciamos en su coet¨¢neo Shakespeare.
Tanto el autor de Faustbuch como Marlowe aceptan la condena eterna del h¨¦roe una vez transcurrido el plazo convenido en el contrato demoniaco, aunque, sobre todo el segundo, sin ocultar una oblicua simpat¨ªa por esa "sangre f¨¢ustica, loca de mundo". Pero uno y otro, el texto ingl¨¦s siguiendo a su precedente alem¨¢n, aceptan una duraci¨®n temporal concreta: Fausto gozar¨¢ plenamente de su existencia a lo largo de veinticuatro a?os, tras los cuales perder¨¢ alma y cuerpo. Expirado el contrato, empieza el infierno. Siempre cabr¨ªa el consuelo de considerar que en veinticuatro a?os de plenitud se contienen muchas eternidades. Ni Marlowe ni su predecesor se tend¨ªan literariamente trampa alguna al fijar los t¨¦rminos del pacto con Mefist¨®teles.
No obstante, al contrario de
ellos, Goethe se sinti¨® movido a hacerlo seguramente porque, desde el principio, se empe?¨® en salvar a su h¨¦roe y, para hacerlo, se exig¨ªa una soluci¨®n que fuera m¨¢s all¨¢ del puro ego¨ªsmo, aunque lleno de grandeza intelectual y sensorial, del modelo anterior. Pero esta soluci¨®n se retras¨® a?os y a?os mientras Fausto se atravesaba constantemente en su trayecto. Desde luego con su primer Fausto (la Primera Parte de la obra se public¨® en 1808) nunca la habr¨ªa alcanzado: demasiado neur¨®tico, un hombre atrapado en el c¨ªrculo de su insatisfacci¨®n, alguien, por tanto, incapaz de percibir la plenitud por m¨¢s que fantasee constantemente con ella. El "instante tan hermoso" pasar¨ªa por delante de sus narices sin que ¨¦l ni siquiera llegara a presentirlo.
De ah¨ª la obsesi¨®n de Goethe para dotar a su personaje de rasgos m¨¢s prudentes y pacientes. En la segunda parte de la obra el paso del tiempo es decisivo y Fausto, en lugar de estar pertrechado en una perpetua juventud, avanza por los a?os a ritmo humano, experimentando en su propia experiencia y sin esperar a que la dicha sea como un tesoro que pueda ser saqueado o una fortaleza que deba ser tomada por asalto. Ser¨¢, en consecuencia, el ya anciano Fausto el que es capaz de evocar el "instante tan hermoso", pero no al recoger su propio bot¨ªn de placeres y conocimientos sino, en giro condicional, al vislumbrar a un hombre esforzado en conquistar su libertad cada d¨ªa. La posibilidad de la plenitud es, entonces, su misma provisionalidad.
?ste ser¨ªa, en definitiva, el hermoso instante. El diablo, por tanto, ya puede quedarse con el alma del moribundo Fausto. Pero llegado a ese momento, parad¨®jicamente, Fausto ha dejado de ser un individuo que evoca para ser ("s¨®lo merece la vida y la libertad quien sabe conquistarla a diario") una evocaci¨®n. Algo mucho m¨¢s imbatible, incluso para el demonio.
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