A prop¨®sito de los valores: la generaci¨®n bisagra
Hace bien poco, aunque no recuerdo ni fecha ni autor, aparec¨ªa en estas p¨¢ginas un largo art¨ªculo que abordaba el sustancial tema de la vigencia de valores democr¨¢ticos en la Espa?a de nuestros d¨ªas. Confieso que mi primera actitud fue la de exclamar "?ya era hora!". Y es que, en efecto, all¨¢ a comienzos de 1980 publiqu¨¦ yo un extenso ensayo sobre dicho tema con el t¨ªtulo La socializaci¨®n pol¨ªtica en Espa?a: una empresa para la democracia. En dicha monograf¨ªa pon¨ªa de manifiesto la posible supervivencia de los valores vigentes en el r¨¦gimen pol¨ªtico anterior, configurando la mentalidad que hab¨ªamos heredado, la urgente necesidad de abordar un proceso de socializaci¨®n, asimilaci¨®n y pr¨¢ctica de los nuevos valores democr¨¢ticos a trav¨¦s de las agencias pertinentes para ello (la familia, la educaci¨®n escolar y los medios de difusi¨®n, principalmente) y, en fin, c¨®mo se trataba de una sustancial empresa que no admit¨ªa larga espera. Ning¨²n r¨¦gimen pol¨ªtico puede aspirar a permanecer por encima del natural paso de generaciones, si tal educaci¨®n en sus valores no existe, sencillamente porque ning¨²n r¨¦gimen pol¨ªtico puede subsistir si sus ciudadanos no creen en los valores del mismo. Por ignorancia o por desprecio. La imposici¨®n por medio de la fuerza est¨¢ siempre condenada a la desaparici¨®n en el momento en que desaparecen o se debilitan quienes la practican.
Estamos ante un viejo tema que arranca de la necesidad de educar "de acuerdo con el r¨¦gimen" (Arist¨®teles), de "poner en la escuela lo que se quiera para la ciudad" (Plat¨®n), de bien educar en el seno de la familia (Bodino) o de c¨®mo han de ser las leyes de la educaci¨®n (Montesquieu). Es decir, toda una l¨ªnea de pensamiento que llega hasta nuestros d¨ªas, tanto en el terreno del liberalismo pol¨ªtico cuanto en el discurso de los art¨ªfices del marxismo (de Marx a Gramsci o Althusser). A sus escritos me remito para no agobiar al lector con la abundancia de citas. Lo importante es se?alar que el tema es asumido por todas las l¨ªneas de pensamiento y como advertencia a sus l¨ªderes pol¨ªticos. Casi no har¨ªa falta a?adir lo com¨²n en estos casos: el trabajo ha sido bien valorado y hasta varias veces repetido por los especialistas, pero su contenido y su mensaje tambi¨¦n han sido absolutamente ignorados por los pol¨ªticos de nuestra actual democracia. Los estudiosos de la pol¨ªtica y aquellos que la practican siguen estando en nuestro pa¨ªs absolutamente divorciados. Unos pretenden y discurren sobre lo mejor y otros hablan de la necesidad de "tragar sapos" todos los d¨ªas. Muchos a?os despu¨¦s, ni siquiera se estudia la Constituci¨®n en los niveles preuniversitarios. Hay que estudiar Derecho para enterarse de las funciones del Tribunal Constitucional o en qu¨¦ consiste la tarea de moderaci¨®n del Rey. ?Casi nada! Por eso me alegro de que, de pronto, alguien haya puesto sobre el tapete el tema de los valores. Porque de lo otro (los codazos en los partidos, el manual para trepar o la inutilidad de los programas y promesas; por cierto, en su d¨ªa una pr¨¢ctica alabada por quien todo el mundo sabe), de lo malo, s¨ª que estamos al d¨ªa. Y por ah¨ª no se va a la querida fortaleza de nuestra democracia. Se seguir¨¢ pensando en las tristes frases de "todos son iguales", "todos van a lo mismo" y, lo que ya es del todo aberrante, el "claro, que yo en su lugar har¨ªa lo mismo".
Pero ocurre, empero, algo todav¨ªa m¨¢s grave. El culpable silencio ante este proceso ha originado una dif¨ªcil situaci¨®n que me parece realmente inc¨®moda. Quienes hemos sido educados y socializados en los principios y valores existentes antes del advenimiento democr¨¢tico, conservamos en nuestra mente y practicamos en nuestra conducta toda una forma de ver el mundo. Mejor o discutible. No entro en ello. Pero es lo que llevamos dentro, configurando nuestro talante y, sobre todo, siendo la base de nuestra concepci¨®n del deber ser. Del bien obrar. Nos ense?aron que todo logro en esta vida pasa por el previo esfuerzo por su conquista. Que los s¨ªmbolos (himnos, bandera, fiestas) eran indispensables para mantener eso que Jos¨¦ Antonio Maravall llamara "lo com¨²n", lo que hace nacer primero las patrias y luego las comunidades de convivencia. Que el respeto a los mayores era algo muy positivo, dada su mayor experiencia. Que hab¨ªa cosas, como las llamadas pudor, intimidad o decoro, que condicionaban nuestro hacer en la vida diaria. Que una buena amistad val¨ªa mucho m¨¢s que cualquier tesoro. Que la justicia distributiva estaba, en el mundo de los valores, muy por encima de la mera acumulaci¨®n de riqueza o de los ascensos sociales conseguidos pisando los derechos ajenos. Que los profesores, las mujeres o los ancianos merec¨ªan un respeto especial. Y hasta que hab¨ªa ideales por cuya defensa era loable cierto riesgo de la propia vida. Todo lo dicho estaba y est¨¢ ah¨ª. Pero, dig¨¢moslo claro, en plena decadencia. O al menos, en pleno enfrentamiento con "lo que hoy se lleva". Quienes esos valores defienden corren, a diario, el riesgo de la absurda calificaci¨®n: franquista, fascista, carcas, abuelos o, simplemente, trasnochados.
Junto, al lado o frente (seg¨²n las circunstancias) anda ya bien crecida una nueva generaci¨®n que comienza a practicar su hegemon¨ªa en casi todos los terrenos. Y creo que no sin valores. Tienen otros bien distintos a los citados en los que andan envueltos, consciente o inconscientemente. El consumismo (compre-gaste-vuelva a comprar) que ha impuesto la globalizaci¨®n capitalista. El desprecio del valor del esfuerzo personal. La m¨¢s terrible idea de la continua competitividad. La insolidaridad o, cuanto m¨¢s, la solidaridad a distancia: se pregona el admitir todo, pero, como se dice en EE UU, "no en mi jard¨ªn", no cerca, no a mi lado. Lo diferente cuanto m¨¢s lejos, mejor. El desprecio a la lectura. El argumento de que todo lo que est¨¢ en la vida puede y aun debe estar en la calle: nada de pudor. El todo vale.
Y, claro est¨¢, como la globalizaci¨®n capitalista no tiene nada de tonta, cuando se intenta el di¨¢logo o la comprensi¨®n, la bater¨ªa de respuestas est¨¢ ya previamente preparada. ?Por qu¨¦ el esfuerzo si lo que se nos anuncia es la rapidez y el cultivo del ocio? ?Qui¨¦n garantiza que los mayores saben m¨¢s o est¨¢n en lo cierto por el simple paso del tiempo? ?Por qu¨¦ un peque?o detalle hacia la mujer si resulta que somos iguales y ya hasta desempe?an funciones militares? ?Por qu¨¦ conservar lo bueno si lo que impera es el cambio, que, se dice, es lo mejor en s¨ª? ?Por qu¨¦ el respeto a la vida si resulta bueno "ofrecerla" por eso o por aquello? ?Si hay un himno en el que se dice ser "el novio de la muerte"! ?Si los primeros cristianos la ofrec¨ªan en defensa de un credo religioso!
El di¨¢logo se hace muy dif¨ªcil en la mayor¨ªa de los casos. Y as¨ª aparecen los problemas entre padres e hijos, entre profesores y alumnos (por cierto, perd¨®n: estudiantes), si hemos convertido la "autonom¨ªa" en un principio b¨¢sico y nadie puede fijar sus l¨ªmites, si la bandera para unos es un gran s¨ªmbolo unitivo y para otros no pasa de ser un trapo, si lo de la Patria es un camelo vac¨ªo de contenido para unos y algo muy importante para otros, si a unos les preocupa y hasta les duele Espa?a y para otros basta con una aspirina para que ese dolor desaparezca y el aut¨¦ntico problema es poder pagar el plazo del urgente pisito "para conseguir la independencia de los padres". Y tantos y tantos ejemplos m¨¢s.
No creo desorbitado afirmar que los primeramente citados, la generaci¨®n de la posguerra, resulta la m¨¢s perjudicada en este dilema. Estamos ante una "generaci¨®n bisagra". Por un lado, lo que heredamos y fomentamos, que, a mi entender, vaciados los ingredientes autoritarios, puede configurar una completa escala de valores que a nada debe temer. Y, por otro, una generaci¨®n que empuja, con pasos cada d¨ªa m¨¢s firmes y veloces, pero a la que nos cuesta mucho trabajo entender en lo que piensan y en c¨®mo act¨²an. Desde un punto de vista no clasista, sino espec¨ªficamente ideol¨®gico, tambi¨¦n puede que estemos ante la nueva y actual versi¨®n de las dos Espa?as. Dios quiera que ni una ni otra se acuerden de la violencia para imponer su reinado. Con toda la carga de utop¨ªa que este deseo pueda tener.
Manuel Ram¨ªrez es catedr¨¢tico de Derecho Pol¨ªtico en la Universidad de Zaragoza.
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