M¨ªreme a los ojos, se?or Piqu¨¦
Perdonen ustedes, pero no les creo. Uno tras otro, cual aplicados ni?os recitando la lista de los reyes godos, todos fueron desfilando por la tribuna de oradores como si fueran unos campeones de los valores c¨ªvicos. Ah¨ª estaban todas las grandes palabras, danzando en la tribuna parlamentaria cual liturgia del buenismo pol¨ªtico. Tolerancia cero con la corrupci¨®n, transparencia informativa, sentido de servicio p¨²blico y, por supuesto, una radical negativa a cualquier s¨ªntoma de connivencia. La moci¨®n de censura que nunca existi¨®, pero que sirvi¨® para que el bueno de Piqu¨¦ se paseara por los telediarios con aires de aprendiz de Camb¨®, llen¨® el espacio, los micr¨®fonos y todas las salas nobles del noble palacio, con el dec¨¢logo completo de las buenas intenciones. Sin embargo, ?qu¨¦ pesada sensaci¨®n de realidad virtual!, ?qu¨¦ notable convicci¨®n de estar visualizando un ritual tramposo, cuya ¨²nica finalidad era recomponer las apariencias para que todo fuera igual, a pesar de que todo se hab¨ªa ido al carajo! Piqu¨¦ hizo de maestro de ceremonias, encantado de ser la reina por un d¨ªa de un Parlamento que no le permite demasiadas alegr¨ªas. Y cual buen anfitri¨®n, oblig¨® a la pareja rota del baile a darse la manita Pepe Luis, aunque don Paqual, m¨¢s listo que el hambre, le diera una manita envenenada. La prisa que ten¨ªa Converg¨¨ncia por retirar la querella, hacerse el ofendido pero menos y pelillos a la mar era de tal magnitud que el pobre Artur Mas protagoniz¨® uno de los momentos de marcha atr¨¢s m¨¢s notorios de la er¨®tica del poder. Como dijo Piqu¨¦ con sarcasmo, los de Converg¨¨ncia estaban tan necesitados que ni ramo de flores pidieron para volver al altar. Y as¨ª don Pasqual, nieto de poeta, us¨® la sem¨¢ntica barroca para no decir lo que aparent¨® decir y con ello pedir excusas al mundo mundial, sin pedirlas a quien tocaba, ni por lo que tocaba. Confieso que nunca hab¨ªa visto tan sutil manera de cachondearse del ofendido en sus mismos bigotes y encima salir vencedor.
Dec¨ªa que no les cre¨ªa, mis queridas se?or¨ªas. Explicar¨¦ tama?a apreciaci¨®n. Por un lado, no me creo las disculpas. Y no tanto por la f¨®rmula abstracta, generalista y sobre todo equ¨ªvoca que us¨® el presidente, sino por que no sirven para nada. La gran virtud de la frase de Maragall en sede parlamentaria es que ya va sola, est¨¢ en las pancartas de la calle, en las conversaciones con bocata de los bares, en las tertulias del cigarrito del trabajo, en los asientos de los taxis y hasta en las colas de los supermercados mientras nos hacen la cuenta. O Maragall es un tipo realmente listo, o realmente suertudo, o ambas cosas, pero lo cierto es que ya no necesita decir nada m¨¢s para erosionar a Converg¨¨ncia. La erosi¨®n ha adquirido autonom¨ªa y tiene dos patas: la judicial y la social, y ambas durar¨¢n meses. El problema, pues, lo tiene Artur Mas. Sin embargo, ?vamos a llegar a alg¨²n lado o la omert¨¤ planea por el cielo cual buitre democr¨¢tico? ?sta es mi convicci¨®n: no llegaremos a nada por la v¨ªa pol¨ªtica, y de ah¨ª el carpetazo de la farsa parlamentaria del jueves pasado. Pero puede que la piedra lanzada por Maragall, m¨¢s all¨¢ del Parlament, se haya convertido en un alud capaz de hacer estallar el espejismo del oasis. En manos de Mena y sus gargantas profundas est¨¢ la cosa.
Puestos a no creer, lo menos cre¨ªble de todo es el ataque de honestidad que le ha cogido a Piqu¨¦, cada d¨ªa m¨¢s simp¨¢tico en su papel de pol¨ªtico responsable. ?Puede el hombre de la pesada carga de Ercros convertirse en el interlocutor de un debate sobre corrupci¨®n? Puede, porque ¨¦se es el arte de la pol¨ªtica, el arte del buen parecer. Pero lo que me resulta un sarcasmo de campeonato es que el mismo d¨ªa que la ministra Magdalena ?lvarez nos informe de lo que tem¨ªamos, de que el AVE no pasar¨¢ de ser un trenecito r¨¢pido gracias a las muchas barbaridades de la herencia de ?lvarez-Cascos, sea el elegido por Piqu¨¦ para censurar al Gobierno. Ese hombre de verbo ¨¢gil y destemplado, capaz de exigir a Maragall que le mire a los ojos para saber si en la retina se esconde la verdad, ?quiere hablar realmente de corrupci¨®n? ?Tiene realmente inter¨¦s por la regeneraci¨®n democr¨¢tica? ?Est¨¢ dispuesto a asumir una primera l¨ªnea en el protagonismo regenerador? Lo digo porque, si fuera el caso, servidora, que tiene la mala costumbre de preguntar, estar¨ªa en condiciones de pedirle qu¨¦ tal le va a la familia de Esperanza Aguirre y a su peque?a urbanizaci¨®n de 9.000 viviendas de nada al ladito mismo de la estaci¨®n del AVE en Guadalajara. O mejor a¨²n, ?hablar¨ªamos de Zaplana?, ?de los negocios urban¨ªsticos de su amigo Julio Iglesias?, ?de Terra M¨ªtica?, ?de aquellas lejanas amistades del buenazo de Enrique Lacalle con Javier de la Rosa? Y lo digo por improvisar, que si Piqu¨¦ quiere material de estudio serio, cualquier d¨ªa quedamos. Ya s¨¦ que es una obviedad, pero ?c¨®mo puede ser cre¨ªble una moci¨®n de censura presentada por un partido, el Popular, cuyos esc¨¢ndalos de corrupci¨®n duermen tranquilamente el sue?o de la impunidad? Fallaba el motivo, fallaba la virginidad del protagonista, fallaba la credibilidad de la liturgia, y lo ¨²nico que no fall¨® fue el pacto de todos para salir de la m¨ºl¨¦e en la que estaban metidos a porrazo limpio. Luego dir¨¢n que los pol¨ªticos pierden credibilidad, se alejan de los ciudadanos y etc¨¦tera. Pero ?c¨®mo quieren que toda esta broma que se monta desde la pol¨ªtica sea cre¨ªble y sobre todo ¨²til para alguien? Sin duda, la pol¨ªtica tiene razones que la raz¨®n no entiende. Debe de ser por ello por lo que cada d¨ªa resulta m¨¢s dif¨ªcil encontrar razones para defenderla.
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