Con honores de estreno
Guillermo Cabrera Infante, que de estas cosas sab¨ªa mucho, escribi¨® una vez sobre este Othello que vemos ahora, por vez primera en su duraci¨®n ¨ªntegra (ah¨ª es nada, atreverse a reponer un shakespeare de ?165 minutos!: esto s¨ª que es un riesgo) y, mucho m¨¢s importante, en su lengua original, que era "teatro mal fotografiado".
La tentaci¨®n de zanjar la cuesti¨®n, digamos, cinematogr¨¢fica con una frase as¨ª es grande, toda vez que a pesar de los nombres que en la funci¨®n se dieron cita, a pesar del prestigio del National Theater y del aura de cl¨¢sico que acompa?a al filme desde su estreno, en el ya lejano 1965, el trabajo de puesta en escena es m¨ªnimo, por no decir sencillamente neutro, o casi inexistente: el entonces ya veterano realizador televisivo Stuart Bunge (jam¨¢s rod¨® nada digno de pasar a los anales del cine) no se tom¨® ninguna molestia y dej¨® que su c¨¢mara se situara donde molestara menos, y a otra cosa... aunque su director de fotograf¨ªa fuera nada menos que el gran George Unsworth, la escenograf¨ªa, a un tiempo espartana y monumental, hubiera podido dar mucho juego, y los actores... ?ah, esos actores!
OTHELLO
Direcci¨®n: Stuart Bunge. Int¨¦rpretes: Laurence Olivier, Maggie Smith, Frank Finlay, Joyce Redman, Derek Jacobi, Robert Lang. G¨¦nero: tragedia. Reino Unido, 1965. Duraci¨®n: 165 minutos.
Pero, por fortuna, y a pesar de la ortodoxia, el cine, esa lengua sin normas, proporciona de cuando en cuando sus sorpresas, y una es que a pesar de tratarse de poco m¨¢s que teatro filmado, el Othello de Stuart Bunge (o de Laurence Olivier, tal es la fuerza con que el actor imprimi¨® su sello en este trabajo) sigue manteniendo un hipn¨®tico poder de convocatoria. Claro que en la base est¨¢ el texto de William Shakespeare, con su diab¨®lica, incre¨ªble mezcla de sentimientos que van de la traici¨®n a la resignaci¨®n, del amor entregado a la envidia, del odio m¨¢s despiadado a la crueldad infinita, de los celos a la venganza.
Pero la raz¨®n principal por la que a¨²n hoy podemos seguir viendo sus im¨¢genes es doble. Por una parte, porque, como ocurre siempre con los cl¨¢sicos, podemos leerla hoy como un texto para ahora mismo, con su racismo, la denuncia de la subordinaci¨®n femenina, el papel de los sentimientos extremos. Y por la otra, porque en muy raras ocasiones se han juntado talentos como los de Laurence Olivier, Maggie Smith, Derek Jacobi y ese Yago, Frank Finlay, entre barriobajero y siniestro, que es uno de los mejores que este cronista ha visto nunca en una pantalla o en un escenario.
Ellos, los actores, son el premio extra que otorga un texto inmortal, una ocasi¨®n inmejorable para acercarse a uno de esos filmes sobre los que mucho se ha escrito... y pocos quedan que lo recuerden.
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