P¨ªo XII, un fr¨ªo diplom¨¢tico en tiempos de guerra
El pont¨ªfice mantuvo una intensa relaci¨®n con Franco, al que legitim¨® con el Concordato de 1953
El c¨®nclave de 1939 se caracteriz¨® por la celeridad: comenz¨® el 1 de marzo de 1939 y termin¨® al d¨ªa siguiente con la elecci¨®n del cardenal romano Eugenio Pacelli, de 63 a?os, que tom¨® el nombre de P¨ªo XII. Desde hac¨ªa 218 a?os no se hab¨ªa elegido un Papa nacido en Roma. El ¨²ltimo fue Michelangelo Conti, por el veto imperial contra Paolucci. Su pontificado se caracteriz¨® por la hostilidad hacia los jesuitas.
Dos votaciones fueron suficientes para que en el cielo de Roma pudiera verse la fumata blanca que anunciaba al mundo la elecci¨®n del nuevo Papa. En el segundo escrutinio Pacelli obtuvo los 42 votos necesarios para el qu¨®rum. En este caso no se hab¨ªa cumplido el viejo dicho "el que entra papa en el c¨®nclave sale cardenal". La celeridad se entendi¨® como ejemplo de eficiencia a imitar en otras esferas organizativas. Ese ejemplo de eficiencia no se le escap¨® ni siquiera al propio Hitler, quien, seg¨²n parece indicarse en los diarios de Goebbels, habr¨ªa pensado en ese mismo mecanismo para elegir a su sucesor. Seg¨²n los rumores que entonces corrieron, la minor¨ªa habr¨ªa dejado caer que Pacelli se vot¨® a s¨ª mismo. Lo que habr¨ªa provocado la petici¨®n del elegido de una tercera votaci¨®n con un resultado plebiscitario.
La elecci¨®n de Pacelli, a sus 63 a?os, tuvo lugar en los ¨²ltimos d¨ªas de la Guerra Civil espa?ola
El acuerdo en torno al candidato no result¨® dif¨ªcil, ya que los votos de la curia romana, a la que pertenec¨ªa el propio Pacelli, representaban el 44%, porcentaje muy elevado si lo comparamos con el c¨®nclave de 1922 -en el que hab¨ªa sido elegido su predecesor, P¨ªo XI-, que cont¨® con un 39% de cardenales de la Curia, y con el de 1958, que convirti¨® en Papa al anciano patriarca de Venecia, cardenal Roncalli, con una representaci¨®n curial s¨®lo del 19%. P¨ªo XII recibi¨® el importante apoyo del cardenal decano, Granito Pignatelli di Belmonte. En el debate en torno a la continuidad o discontinuidad, los cardenales curiales de las distintas tendencias se decantaron por la primera, sin dificultades.
La elecci¨®n tuvo lugar durante los ¨²ltimos d¨ªas de la Guerra Civil espa?ola. Cardenales espa?oles eran entonces: Isidro Gom¨¢ y Tom¨¢s, arzobispo de Toledo y primado de Espa?a, que prest¨® su apoyo incondicional al golpe de Estado militar contra el Gobierno de la II Rep¨²blica desde el primer momento y redact¨® la Carta Colectiva del episcopado espa?ol, del 1 de julio de 1937, por iniciativa de Franco y con conocimiento de la Santa Sede; Francesc Vidal i Barraquer, arzobispo de Tarragona, obligado a exiliarse a Italia, aunque sin renunciar al arzobispado, y uno de los obispos que no firmaron la citada Carta Colectiva; Pedro Segura, arzobispo de Toledo, obligado a dimitir por su actitud intransigente contra las leyes de la Rep¨²blica, y posteriormente arzobispo de Sevilla. Seg¨²n el testimonio de Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n, el cardenal Segura presum¨ªa en sus sermones de no tener ninguna simpat¨ªa por P¨ªo XII, "felizmente reinante y al cual yo no vot¨¦".
La representaci¨®n enviada por Franco a la coronaci¨®n papal estuvo formada por personalidades de alto nivel pol¨ªtico y militar: Rafael S¨¢nchez Mazas, Raimundo Fern¨¢ndez Villaverde, el almirante Basterreche y el general L¨®pez Pinto. La relaci¨®n del nuevo Papa con la dictadura fue haci¨¦ndose cada vez m¨¢s cercana e intensa, hasta llegar a la firma del Concordato de 1953, m¨¢ximo acto de legitimaci¨®n del dictador.
El clima pol¨ªtico que rode¨® y sigui¨® a la elecci¨®n era especialmente conflictivo por la proximidad de la II Guerra Mundial y la hostilidad de Alemania. Algo que no le resultaba ajeno al nuevo Papa, quien hab¨ªa dedicado toda su vida a la actividad diplom¨¢tica. Ordenado sacerdote en 1899, pronto empez¨® a prestar sus servicios en la Secretar¨ªa de Estado del Vaticano. Posteriormente fue nuncio en Alemania. Decisiva fue su intervenci¨®n en la firma de los concordatos de Baviera y Prusia. Nombrado cardenal en 1929, un a?o despu¨¦s asumi¨® la Secretar¨ªa de Estado por la renuncia de Pietro Gasparri. Como secretario de Estado durante nueve a?os fue protagonista de una pol¨ªtica ambigua, m¨¢s a¨²n, contradictoria, en relaci¨®n con el nazismo.
En 1933 el Vaticano firm¨® el concordato con Hitler, que ven¨ªa a ratificar, si no a reforzar, el antisemitismo, fuertemente arraigado en las altas esferas eclesi¨¢sticas. Pudo m¨¢s ese antisemitismo que la incompatibilidad radical del evangelio de Jes¨²s de Nazaret con el nazismo. Fue el cardenal Pacelli quien, no sin mostrar sus reservas, dirigi¨® las r¨¢pidas y eficaces negociaciones para la firma de ese concordato, calificado por P¨ªo XI como el m¨¢s indicado para luchar contra el comunismo, considerado el verdadero enemigo a combatir. Tras sellarse el concordato, Hitler se crey¨® legitimado para ejercer el control sobre la religi¨®n y activ¨® todos los mecanismos del nazismo para acosar al catolicismo.
Esa pol¨ªtica de acoso provoc¨®, cuatro a?os despu¨¦s, la condena del nazismo por P¨ªo XI en Mit brennender sorge (Con viva preocupaci¨®n), "enc¨ªclica sobre la situaci¨®n de la Iglesia cat¨®lica en el Reich germ¨¢nico", dirigida a los obispos alemanes y escrita por el arzobispo de M¨²nich, cardenal Faulhaber, con importantes retoques del secretario de Estado, Pacelli.
P¨ªo XII no fue del todo consecuente con ese planteamiento durante la II Guerra Mundial ante el exterminio de los jud¨ªos. Su actuaci¨®n se caracteriz¨® por la frialdad diplom¨¢tica, sin mostrar la suficiente compasi¨®n con el sufrimiento de las v¨ªctimas. John Cornwell, en El papa de Hitler (Planeta, Barcelona, 2001), y Daniel Goldhagen, en La Iglesia y el Holocausto (Taurus, Madrid, 2002), lo acusan de "silencio c¨®mplice".
M¨¢s lejos llega el dramaturgo alem¨¢n Rolf Hochhuth en El vicario, estrenada en 1963, que lo acusa de simpatizar con el nazismo y de mostrarse insensible a la persecuci¨®n contra los jud¨ªos. Desde dentro de la Iglesia cat¨®lica se han buscado explicaciones a la actuaci¨®n tan poco diligente de P¨ªo XII en la condena del nazismo. Unos alegan que el Papa desconoc¨ªa la magnitud del exterminio y que s¨®lo tuvo perfecto conocimiento del Holocausto al terminar la guerra. Otros creen que una confrontaci¨®n directa del Vaticano con Hitler hubiera perjudicado todav¨ªa m¨¢s a los jud¨ªos y que la v¨ªa diplom¨¢tica daba mejores resultados. Hay quienes afirman que el Vaticano salv¨® muchas vidas de jud¨ªos.
Con P¨ªo XII termina la larga era piana de la historia de la Iglesia, que dur¨® casi dos siglos. Se inicia con P¨ªo VI (1775-1779), que conden¨® los principios de la Revoluci¨®n Francesa y calific¨® los derechos humanos de insensatos, no razonables en el plano natural y contrarios a la ley divina. Contin¨²a con P¨ªo VII (1800-1823), que pidi¨® a Luis XVIII que no suscribiera la Constituci¨®n por cuanto ¨¦sta defend¨ªa la libertad religiosa y la libertad de prensa. Llega a su cenit con P¨ªo IX (1846-1878), autor del Syllabus, que condenaba los errores modernos y se opon¨ªa a la reconciliaci¨®n de la Iglesia con el progreso. Se refuerza con P¨ªo X (1903-1914), que excomulg¨® al te¨®logo franc¨¦s Afred Loisy y coloc¨® 150 obras en el ?ndice de Libros Prohibidos; concluye en P¨ªo XI (1921-1939). El final de la era piana dio paso a la corta pero luminosa primavera de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II. ?Todo un signo de esperanza!
Juan Jos¨¦ Tamayo es director de la C¨¢tedra de Teolog¨ªa y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor, con Jos¨¦ Mar¨ªa Castillo, de Iglesia y sociedad en Espa?a.
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