A la sombra de los muchachos rojos
La historia corre despe?¨¢ndose por taludes y desgalgaderos. La historia va en pos de sus muertos, pero eso tambi¨¦n forma parte del seguir hacia delante. "La historia la escriben los vencedores", lo ha dicho Sergi P¨¤mies; bueno, ha dicho que esto es lo que o¨ªa continuamente en su casa, en Par¨ªs, cuando viv¨ªa en el exilio de sus padres. Sin embargo, ocurre al rev¨¦s, escribiendo se vence a la historia. Lo que se pierde en una guerra se gana con un libro. Sergi P¨¤mies ha conversado en la biblioteca Francesca Bonnemaison sobre exilio y literatura con Jordi Soler, que acaba de publicar Los rojos de ultramar (Alfaguara). La charla ha servido de presentaci¨®n de esta novela. P¨¤mies (1960) es hijo de exiliados y naci¨® del exilio, y Soler (1964) es hijo y nieto de exiliados, y as¨ª es doblemente hijo del exilio. El primero se ha presentado como un exiliado pasivo; para exilio activo, explica, el de su madre, Teresa P¨¤mies, que ha escrito m¨¢s de 42 libros sobre el asunto. Sergi P¨¤mies y Jordi Soler dialogan sentados tras una mesa en lo que antes fue un escenario de teatro, y ven pasar la historia, que pasa siempre como un tren de cercan¨ªas. En Los rojos de ultramar, Soler ha escrito la historia de su abuelo, el artillero republicano que aparece fotografiado en la cubierta del libro. El muchacho de esa foto es un muchacho fr¨¢gil y rojo, que va a perder una guerra y que va a ganar una historia. La historia no se gana con estatuas de generales a caballo, porque ¨¦stas caen tarde o temprano, la historia se gana con los libros.
Jordi Soler ha escrito la historia de su abuelo, un republicano que fund¨®, con otros catalanes, una colonia en la selva de M¨¦xico
El abuelo de Jordi Soler fund¨® con otros exiliados republicanos una colonia catalana en la selva de Veracruz, en M¨¦xico. All¨ª, enfermo de malaria, escribi¨® el exorcismo de su biograf¨ªa, con los obstinados a?os de la guerra, y el campo de Argel¨¨s, y la llegada a M¨¦xico pasando por Nueva York, pero sobre todo escribi¨® con la intenci¨®n de que su hija (la futura madre de Jordi Soler), que a¨²n estaba en Barcelona, leyera su peripecia. Uno escribe para inscribirse, porque quiere establecerse en el espacio ya que no puede hacerlo en el tiempo. Transcurrido medio siglo de la redacci¨®n del manuscrito, el abuelo se lo entreg¨® a Jordi, que por entonces ya colaboraba en los diarios y publicaba libros; pero le pidi¨® que no hiciese nada con esos papeles. Si se ha perdido una guerra en el frente, se teme perderla de nuevo por escrito. Jordi Soler ley¨® los papeles y los guard¨® unos a?os; pero necesitaba explicarse a s¨ª mismo cuando sus alumnos le preguntaban por qu¨¦ se llama Jordi si naci¨® en M¨¦xico, por qu¨¦ naci¨® en M¨¦xico si su madre era de Barcelona, y al final, para poder contestar a todo esto, resolvi¨® escribir la novela de su abuelo. En la charla, Soler ha contado que durante la tarea de investigaci¨®n encontr¨® una ficha del abuelo en un antiguo archivo del ej¨¦rcito nazi, donde se le clasificaba como "rojo espa?ol". Luego ha explicado que su abuelo y aquellos republicanos de Veracruz fueron "unos exiliados de tercera", no eran pol¨ªticos destacados, ni intelectuales famosos, ni militares de alto grado, fueron simplemente rojos de ultramar. Soler se ha sincerado ante los asistentes: "Yo tambi¨¦n soy un poco rojo de ultramar", y ha concluido: "Hoy me ha quedado claro que los rojos de ultramar son tambi¨¦n mis hijos".
Una se?ora de pelo gris, con gafas de montura dorada, con camisa blanca bajo una rebeca negra, mira a P¨¤mies y a Soler desde dentro de su lejan¨ªa, que es la lejan¨ªa de una lealtad antigua. A su lado, otra mujer, de pelo dorado de oro arcaico, ha doblado su abrigo y lo sujeta junto al bolso sobre el regazo. Lleva un jersey de color claro, y escucha con un silencio que tambi¨¦n se ve que viene de lejos.
La escritura de Los rojos de ultramar ha llevado a Jordi Soler a afincarse con su mujer y sus hijos en Barcelona, en la misma calle en que naci¨® su madre, acaso cerrando un c¨ªrculo, o corrigiendo un desv¨ªo, o enderezando un entuerto, o rescribiendo una historia que consideraba mal acabada. Un escritor escribe con todo lo que tiene a mano, tambi¨¦n con su biograf¨ªa, por supuesto. El abuelo de Soler muri¨® antes de que se publicase la novela, y, sin embargo, ya se ha dicho, la cubierta se ilustra con la fotograf¨ªa de su carnet militar. Un escritor escribe todo el rato, escribe por dentro y tambi¨¦n escribe por fuera de su libro. Un escritor que escribe sobre la guerra que perdi¨® su abuelo est¨¢ organizando la historia, porque sabe que la literatura es m¨¢s poderosa que el pasado. De la historia se borran las piedras, pero no las letras. Cuando Soler pronuncia el nombre de Manuel Aza?a, se distingue entre el p¨²blico a una se?ora mayor que asiente como sabiendo, entendiendo, queriendo.
La historia es el despe?arse de las piedras por precipicios y desgalgaderos. La historia es la estatua de un dictador izada a media noche mediante poleas. La historia se detiene y se empantana cuando sus gentes son mandadas al exilio, pero vuelve a fluir porque los hijos y los nietos de esas gentes regresan y traen de ultramar a los exiliados en el equipaje de sus escritos. A la historia la mueve a veces la geograf¨ªa, y otras la econom¨ªa, y la pol¨ªtica, pero no la mueven las guerras, porque a todas las vence la literatura.
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