Carta al nuevo Papa
Querido hermano en el Se?or Jes¨²s:
Al entrar en el c¨®nclave del que saliste elegido, juraste ser fiel al "ministerio petrino". Este es uno de los rasgos que me parecen m¨¢s importantes de toda la parafernalia de estos d¨ªas pasados, aunque los medios de comunicaci¨®n casi no lo subrayaran.
Juraste ser fiel al ministerio de Pedro, no al de P¨ªo o Gregorio o Alejandro... Seguramente, el ministerio de Pedro necesita hoy una restauraci¨®n parecida a la de las pinturas de Miguel ?ngel en la Capilla Sixtina, para recuperar la frescura de su color primitivo. Aunque no s¨®lo el ministerio de Pedro: nuestros pol¨ªticos han olvidado ya que la palabra ministerio significa etimol¨®gicamente servicio. Y ello me brinda la oportunidad de comentar contigo algunos rasgos b¨ªblicos de ese servicio.
1. Pedro no fue un jefe de Estado. Por peque?o que sea, el Estado confiere un rango y unos poderes que no son en absoluto evang¨¦licos (piensa en M¨®naco o en Andorra, que tambi¨¦n son Estados min¨²sculos). Creo que, en este punto, deber¨ªas parecerte m¨¢s a Pedro que a muchos de sus sucesores, para no merecer el reproche que hace ya casi diez siglos dirig¨ªa san Bernardo a tu antecesor Eugenio III: "En muchas cosas no pareces sucesor de Pedro, sino de Constantino".
2. Pedro fue muy querido en la Iglesia primera: cuando estuvo en la c¨¢rcel se rez¨® por ¨¦l continuamente. Pero nunca quiso convertir ese aprecio en un nimbo de sacralidad. No se hizo llamar Santidad, ni santo padre, ni vicario de Cristo, sino que, a imitaci¨®n de Jes¨²s, se despoj¨® de su rango y procur¨® "presentarse como un hombre cualquiera" (Fil, 2, 7). Y, cuando alguien se quiso postrar ante ¨¦l, se lo impidi¨® dici¨¦ndole: "Lev¨¢ntate, tambi¨¦n yo soy un hombre" (H, 10, 26).
3. Pedro ejerci¨® su servicio de manera conciliadora: se encontr¨® pronto con una facci¨®n de derechas en Jerusal¨¦n, capitaneada por Santiago hermano del Se?or, y con un ala liberadora api?ada en torno a Pablo. A pesar de los fervores iniciales, los enfrentamientos fueron de tal magnitud que san Lucas, propenso a idealizar, no puede menos de reconocer que hubo "altercados violentos" (H, 15, 2). Pedro actu¨® como mediador entre ambas iglesias, dej¨® que se reuniera una asamblea y en ella se limit¨® a preguntar a la facci¨®n m¨¢s integrista: "?Por qu¨¦ tent¨¢is a Dios imponiendo sobre el cuello de los disc¨ªpulos un yugo, que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?" (H, 15, 10).
4. Todav¨ªa en ese conflicto Pedro, con Santiago y Juan, dieron plena confianza al sector "liberal" de Pablo poni¨¦ndole como ¨²nica condici¨®n "que no se olvidara de los pobres" (Gal, 2, 10). La causa de los pobres pas¨® a ser as¨ª, a la vez, criterio de la verdadera libertad y factor de unidad para la Iglesia. Creo que estaremos de acuerdo en que ¨¦ste es uno de los rasgos m¨¢s bellos del ministerio petrino.
5. Pedro fue en algunos puntos m¨¢s all¨¢ de donde hab¨ªa ido el mismo Jes¨²s: abri¨® a todo el mundo las puertas jud¨ªas de la Iglesia, pese a que Jes¨²s hab¨ªa dicho que ?l s¨®lo se sab¨ªa enviado a "las ovejas perdidas de la casa de Israel". Pero Pedro record¨® que la vida del Maestro estaba llena de gestos que hac¨ªan saltar ese criterio, y actu¨® convencido de que no traicionaba al Maestro, sino que se dejaba guiar por Su Esp¨ªritu (H, 10).
6. Por actuar as¨ª, Pedro fue criticado por los primeros cristianos de Jerusal¨¦n. Pero no los excomulg¨® por ello, sino que se reuni¨® a conversar con ellos y les explic¨® sus temores humanos y sus razones creyentes: "El Esp¨ªritu me dijo que fuese con ellos dejando toda vacilaci¨®n" (H, 11, 1 ss). Aquella audacia salv¨® a la Iglesia, mientras que el miedo la habr¨ªa esterilizado para siglos.
7. Pedro tuvo sus vacilaciones: era intuitivo e impulsivo, pero cobarde. Y en alg¨²n momento, por evitarse l¨ªos, traicion¨® el paso hacia los no jud¨ªos que hab¨ªa dado anteriormente. Pablo, el cicl¨®n, le critic¨® p¨²blicamente por ello. Y Pedro dio una gran lecci¨®n de humildad aceptando esa cr¨ªtica y no privando de la palabra a Pablo por ella. T¨² ya recordar¨¢s lo que m¨¢s tarde coment¨® San Agust¨ªn: "Me atrevo a decir que a¨²n m¨¢s ejemplar que la valent¨ªa de Pablo fue la humildad de Pedro".
8. Pedro plant¨® cara a las autoridades afirmando que es menester obedecer a Dios antes que a los hombres (H, 5, 29). Esta frase, tan fuerte como peligrosa (por lo que podemos manipularla los humanos), tiene un significado mucho m¨¢s serio cuando la dice una persona investida de autoridad que cuando la esgrime un simple soldado raso. Por eso te pedir¨ªa que no la olvides nunca: porque hoy es imposible ejercer un servicio cristiano sin plantar cara a los poderes de este mundo; y porque es muy posible tambi¨¦n que algunos de tus fieles crean que deben acogerse a ella para decirte algo. Y entonces ser¨¢ otra vez el momento de buscar todos juntos la voluntad de Dios.
9. Pedro fue instruido por el Resucitado para que supiera respetar el carisma y no anduviera queriendo controlar a aquel disc¨ªpulo amado, que parec¨ªa ir a veces por libre y encarnar el aviso del Se?or de que "el Esp¨ªritu sopla donde quiere" (y no donde quiere la autoridad). Recuerda c¨®mo a la pregunta intranquila de Pedro ("?Y ¨¦ste qu¨¦"?) el Se?or le respondi¨®: "?Qu¨¦ m¨¢s te da a ti? T¨² ven y s¨ªgueme" (Jn, 21, 21). Amar m¨¢s y seguir m¨¢s es lo fundamental del ministerio petrino.
10. En sus discursos, Pedro anunci¨® primaria y casi exclusivamente la vida entregada, el asesinato y la Resurrecci¨®n de Jes¨²s y que, a trav¨¦s de esa vida, Dios perdonaba incluso a sus verdugos y se reconciliaba irrevocablemente con toda la humanidad (H, 2 y 3), porque "Dios no es aceptador de personas" (H, 10, 34). Otros problemas de ¨ªndole pr¨¢ctica (como, por ejemplo, la circuncisi¨®n o la vigencia de la Ley antigua) no quiso resolverlos ¨¦l enseguida, sino que dej¨® que fueran resueltos por el contacto entre las diversas iglesias.
11. Seg¨²n el evangelista Mateo, la Iglesia est¨¢ fundada sobre la fe de Pedro. Cuando esta fe miraba a Jes¨²s desde Dios, fue calificada por el Se?or como "roca". Pero tambi¨¦n Pedro es tildado por Jes¨²s nada menos que de "Satan¨¢s", cuando piensa de Dios en t¨¦rminos de poder y de triunfo, y no en t¨¦rminos de vida entregada (Mt, 16, 18 y 23).
12. El mismo poder de atar y desatar que recibe Pedro (Mt, 16, 19), lo reciben tambi¨¦n los ap¨®stoles inmediatamente de Jes¨²s (Mt, 18, 18). Pedro, pues, no es nada sin el colegio apost¨®lico del que es cabeza, pero al que no suplanta.
13. La historiograf¨ªa confirma que el ministerio de Pedro no tuvo en sus comienzos una presencia y una proyecci¨®n tan universales y constantes como hoy, pese a que la Iglesia era m¨¢s joven y m¨¢s fr¨¢gil. Pedro era, ante todo, el obispo de Roma. Y fue el ejemplo de la Iglesia romana, en la pureza de sufe, en su inter¨¦s por los pobres y en su relaci¨®n con las dem¨¢s iglesias, lo que hizo que ¨¦stas mirasen cada vez m¨¢s hacia Roma. La p¨¦rdida de ese ejemplo fue m¨¢s tarde causa de separaciones absurdas entre las iglesias, que son contrarias a la voluntad de Dios. El ministerio de Pedro es ministerio de unidad, que no puede soportar esa divisi¨®n y deber¨ªa recuperar su imagen primera.
14. T¨² sabes bien que, a lo largo de la historia, Pedro ha negado a Jes¨²s m¨¢s de tres veces. Pero sabes tambi¨¦n que esto no es raz¨®n para el des¨¢nimo, sino s¨®lo para "llorar amargamente" (Lc, 22, 62) y tratar de amar m¨¢s al Se?or. Es as¨ª como "confirmar¨¢s a tus hermanos en la fe" (Lc, 22, 32). Y esto es lo m¨¢s grandioso del ministerio petrino.
15. Finalmente, Pedro, el pescador inculto de una aldea perdida, tuvo el valor de dejar la capital religiosa del momento para irse hasta la capital del futuro, cosmopolita y desconocida para ¨¦l. No s¨¦ bien lo que eso podr¨ªa significar hoy; pero sospecho que algo puede decirnos.
Hermano Pedro: a mi pobre entender, ¨¦stas son algunas de las cosas a las que has jurado fidelidad. La hora actual del cristianismo, por dif¨ªcil que sea, no es m¨¢s seria ni m¨¢s complicada que la de la Iglesia primera. Todos los que tenemos la fortuna inmensa de creer en Jesucristo queremos salirte al encuentro con aquella oraci¨®n incesante de la Iglesia primera, que consigui¨® que a Pedro "se le cayeran las cadenas de las manos" (H, 12, 5 y 7). Dominus tecum.
Jos¨¦ Ignacio Gonz¨¢lez Faus es te¨®logo y jesuita.
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