Nostalgia del viejo Pek¨ªn
Cada vez que vuelvo a Pek¨ªn trato de escudri?ar entre las inmensas moles de cristal y acero que se multiplican por la ciudad mis viejos rincones, pero a?o tras a?o un nuevo templo de la modernidad se yergue sobre las ruinas de mis recuerdos. El mercado de la seda, que surgi¨® en los a?os ochenta en un callej¨®n de la c¨¦ntrica avenida de Chang An para atender la sed insaciable de los turistas que comenzaban a descubrir el Imperio del Centro, ha sido encarcelado en un edificio de cinco plantas.
Xiushui, la diminuta callejuela, es un desierto ¨¢rido cerrado por alambre de espino y barreras de hierro. El ¨²ltimo vestigio de que all¨ª hubo un comercio floreciente, que alcanz¨® la suma de 12 millones de d¨®lares en 2003, es la tienda de bordados Phoenix, uno de los escas¨ªsimos establecimientos que hab¨ªa en medio de aquella locura de chiringuitos en los que se vend¨ªa de todo. Tres hombres, dos que miraban y uno con un martillo, se encargaban de tirar la puerta de madera de Phoenix, cuyas paredes aparec¨ªan destripadas. El ocre de sus ladrillos contrastaba con el azul chill¨®n de la fachada, lo que daba un aspecto a¨²n m¨¢s siniestro al entorno.
Supuestamente, las autoridades decidieron acabar con el mercado de la seda cuando China entr¨® en 2001 en la Organizaci¨®n Mundial de Comercio (OMC), ya que se hab¨ªa convertido en el para¨ªso de la copia. La apertura a escasos metros de uno de los centros comerciales m¨¢s lujosos de Pek¨ªn, en el que se dan cita las principales firmas europeas, aument¨® considerablemente la presi¨®n, porque la moda de sus escaparates se encontraba, sin grandes diferencias a primera vista, por la mil¨¦sima parte de su precio en cualquiera de los tenderetes de Xiushui.
La sentencia de muerte la dict¨® la municipalidad en julio pasado, cuando las excavadoras se presentaron para poner fin a un mercadillo que naci¨® del tremendo esp¨ªritu comercial chino, que el mao¨ªsmo m¨¢s duro hab¨ªa acallado con represi¨®n e ideolog¨ªa.
El nuevo mercado de la seda, abierto en marzo pasado, es un espanto igual a los otros edificios que han encerrado, entre los sempiternos cristales fr¨ªos y tintados que inundan Pek¨ªn, los viejos mercadillos al aire libre del Templo del Cielo y de Sanlitun, la principal avenida del barrio diplom¨¢tico. En los nuevos edificios, las copias no s¨®lo no han desaparecido, sino que parecen m¨¢s vulgares, peor fabricadas y con menos encanto. En los perfectamente delimitados cinco metros cuadrados de las nuevas tiendas, la sensaci¨®n de agobio es mucho mayor que en el desorden anterior.
Siento nostalgia de mi viejo Pek¨ªn, de aquellos barrios de casitas bajas ocultas por muros de mediana altura, conocidos como hutong; de calles estrechas repletas de bicicletas, cuyos due?os de dedo flojo tocaban incansablemente el timbre. Las excavadoras parecen no tener respeto por nada y aplastan mis recuerdos uno tras otro, con ensa?amiento, hasta dejarme hu¨¦rfana de mi juventud m¨¢s preciada. S¨®lo me reconcilian con el nuevo Pek¨ªn la multitud de caf¨¦s, restaurantes y terracitas que han crecido en sus aceras y en los bajos antes ocultos de las viviendas.
En esta r¨¢pida mirada de dos d¨ªas, de camino hacia Corea del Norte, cuando se mezclan sentimientos encontrados de admiraci¨®n por la rapidez del desarrollo chino y de tristeza por la desaparici¨®n de parte de la historia de esta importante civilizaci¨®n, s¨®lo tengo el consuelo de saber que mi pena es compartida por otros muchos pequineses. Como Cheng, de 50 a?os, camarero de una teter¨ªa, quien se desahog¨® a gusto contra "esos edificios horribles, sin car¨¢cter, ni esp¨ªritu", que llenan Pek¨ªn.
No puedo evitar, sin embargo, acercarme a ver lo que pretende ser el s¨ªmbolo de la nueva China, el pol¨¦mico teatro nacional, dise?ado por el arquitecto franc¨¦s Paul Andreu, que se construye al oeste del Gran Palacio del Pueblo, pero no me dejan entrar en el gigantesco medio huevo que albergar¨¢ el mayor auditorio de China.
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