Un l¨ªder con exceso de convicciones
We don't do God" ("No hablamos de Dios"), interrumpi¨® el director de comunicaci¨®n de Tony Blair durante una entrevista de su jefe con un periodista norteamericano. Fue una intervenci¨®n a todas luces grosera. Hasta ese momento, el director de comunicaci¨®n, Alastair Campbell, hab¨ªa estado presente en la habitaci¨®n sin decir nada. Pero cuando el periodista, de la revista neoyorquina Vanity Fair, pretendi¨® interrogar al primer ministro brit¨¢nico sobre su fe cristiana, Campbell respondi¨® como perro pavloviano. Ladr¨® al periodista, y a su jefe, dejando claro que de eso no se hablaba.
Lo curioso es que Blair apenas parpade¨®. Hizo exactamente lo que le pidi¨® Campbell. Se neg¨® a hablar de Dios, cuando lo normal hubiera sido que Blair no s¨®lo ignorase la advertencia de su impertinente asesor de imagen, sino que al d¨ªa siguiente lo despidiera. Porque Blair, a diferencia de la enorme mayor¨ªa de sus compatriotas, s¨ª habla de Dios, y con un fervor igualable al de su amigo y aliado George W. Bush. Es, con diferencia, el primer ministro brit¨¢nico m¨¢s religioso en cien a?os; el primero en ir a misa, sin falta, cada domingo. Pero Campbell no pag¨® por su pecado. La entrevista se hizo en abril de 2003, y Campbell, ateo declarado, permaneci¨® en su puesto hasta agosto de ese a?o, obligado por fin a dimitir tras las revelaciones del papel que hab¨ªa jugado en el maquillaje de los argumentos p¨²blicos a favor de la participaci¨®n brit¨¢nica en la guerra de Irak.
Una docena de personas que han analizado a Blair, admiradores y detractores al 50%, coinciden en que calificarlo de mentiroso es simplificar las cosas
La decisi¨®n del primer ministro de enviar soldados brit¨¢nicos a matar y morir en la guerra de Irak ser¨¢ la que defina el lugar que ocupa en la historia
Seg¨²n una encuesta de 'The Guardian', peri¨®dico que simpatiza con el laborismo de Blair, un 44% de la poblaci¨®n opina que es un mentiroso
Ser creyente de manera ostentosa en el Reino Unido es ser un bicho raro; va en contra del escepticismo e iron¨ªa que en gran medida definen el car¨¢cter nacional
La an¨¦cdota va al meollo de la gran pregunta que se hacen los brit¨¢nicos sobre el primer ministro la semana previa a unas elecciones generales que ganar¨¢ no por m¨¦ritos propios, no por la estima con la que le ve el electorado, sino porque su Gobierno ha sabido administrar bien la econom¨ªa. Pero Blair, el individuo, ?es tan honesto como presume ser? ?O es un personaje resbaladizo en el que no se puede confiar? Seg¨²n una encuesta publicada el jueves en The Guardian, peri¨®dico que simpatiza con el Partido Laborista de Blair, un 44% de la poblaci¨®n opina que el primer ministro es un mentiroso. Tan difundida est¨¢ esta percepci¨®n que el Partido Conservador la ha convertido en la punta de lanza de su campa?a electoral. "Si est¨¢ dispuesto a mentir para llevarnos a la guerra", afirma la consigna conservadora, "est¨¢ dispuesto a mentir para ganar unas elecciones".
La verdad es m¨¢s curiosa, m¨¢s compleja, m¨¢s interesante. EL PA?S entrevist¨® en Londres a una docena de personas que han estudiado de cerca el fen¨®meno Blair, algunos de ellos -pol¨ªticos y altos funcionarios del Gobierno- gente que ha llegado a conocerle muy bien personalmente. La mitad eran admiradores; la otra mitad, detractores, pero en lo que todos estaban de acuerdo era en que acusar a Blair de ser un mentiroso descarado era simplificar las cosas demasiado. De lo que nadie dudaba, por otro lado, era de que el exagerado ¨¦nfasis que Blair hab¨ªa dado a "la presentaci¨®n" desde su llegada al poder en 1997, la manera casi servil con la que se hab¨ªa dejado guiar por Campbell, hab¨ªa contribuido a crear el clima de sospecha que hoy d¨ªa le rodea.
"Mucha gente se siente insultada, en algunos casos se podr¨ªa decir que hasta siente repulsi¨®n, ante lo que perciben como la discrepancia entre su visi¨®n de s¨ª mismo como el baluarte de la moral y su ceguera ante sus motivaciones reales y sus prejuicios", dijo Anthony Seldon, autor de la biograf¨ªa m¨¢s extensa y detallada escrita sobre Blair hasta la fecha. "Se proyecta como un hombre moralmente incapaz de hacer nada mal, pero esto le deja terriblemente vulnerable a los ataques de sus opositores cuando ¨¦l y su corte se comportan de una manera que no est¨¢ a la altura de la virtud que pregona".
Distancia
El caso en el que se ha visto de manera m¨¢s espectacular la distancia entre la imagen que da de s¨ª mismo y la realidad objetiva ha sido la guerra de Irak. La decisi¨®n de enviar a soldados brit¨¢nicos a matar y morir en aquel pa¨ªs ser¨¢ la que defina su lugar en la historia. Blair dijo que hab¨ªa que derrocar a Sadam Husein porque ten¨ªa armas de destrucci¨®n masiva que supon¨ªan una amenaza inminente para el Reino Unido y Occidente. A diferencia de Bush, no s¨®lo lo dijo en discursos preparados, sino que adem¨¢s tuvo el coraje de hacerlo debate tras debate en el Parlamento y en televisi¨®n, muchas veces en directo y en el contexto de debates p¨²blicos ante personas ferozmente opuestas a su punto de vista. Siempre invirti¨® en sus argumentos una buena dosis de moralidad. Siempre quiso hacer c¨®mplices a sus compatriotas en lo que ¨¦l evidentemente ve¨ªa como una gran cruzada en pro del bien. Adem¨¢s, Blair, mucho m¨¢s necesitado que Bush de convencer a su electorado de que la guerra estaba justificada, public¨® su famoso informe en el que recopil¨® los argumentos m¨¢s fuertes de sus servicios de inteligencia a favor de la necesidad imperante de actuar contra Sadam. Como se vio despu¨¦s, no s¨®lo se equivoc¨® absolutamente en cuanto al poder¨ªo nuclear, qu¨ªmico y biol¨®gico de Sadam, sino que las "pruebas" del informe hab¨ªan sido seleccionadas de manera premeditada para presentar una guerra opcional como guerra necesaria. Como dice el bi¨®grafo Seldon, "se exprimi¨® la ¨²ltima gota de la materia prima [de los servicios de inteligencia] para que la justificaci¨®n para la guerra fuera la m¨¢s fuerte posible".
?Minti¨®, entonces, o no minti¨®? Roy Hattersley, uno de los cr¨ªticos m¨¢s beligerantes de Blair, opina que no. Hattersley, veterano diputado y ex ministro laborista, fue considerado como el mentor de Blair durante sus comienzos en la pol¨ªtica. Pero con el tiempo se distanci¨® de ¨¦l. La famosa "tercera v¨ªa" de Blair, que tanto entusiasm¨® durante un tiempo a la izquierda europea, nunca convenci¨® a Hattersley, uno de los grandes intelectuales del laborismo. "Siempre pens¨¦ que era un artilugio, no una filosof¨ªa pol¨ªtica, sino una nueva f¨®rmula para ganar elecciones para gente con tendencias derechistas que no llegaban al extremo de pertenecer al partido conservador", dijo Hattersley que, antes de que Blair asumiera el control de su partido, fue considerado un hombre de centro-derecha dentro del laborismo y que hoy cree que Blair ocupa una posici¨®n a la derecha de Margaret Thatcher. "Claro, hoy d¨ªa todo el mundo est¨¢ de acuerdo en que la tercera v¨ªa nunca tuvo sustancia. ?Ve? Ha desaparecido".
Pero cuando a Hattersley se le pregunta si comparte la opini¨®n de que Blair es un mentiroso responde de manera tajante: "No es verdad. Es uno de los pol¨ªticos m¨¢s sinceros que he conocido en mi vida. Mi problema con Blair no es que no crea lo que dice, sino que se equivoca en lo que cree. Sus errores parten de un exceso de convicci¨®n. En el caso de Irak no minti¨®. Lo que ocurre es que cree lo que se quiere creer. Tiene un toque mesi¨¢nico. Est¨¢ convencido de que lo que dice su conciencia es la verdad objetiva".
Hay algunos que ven en este mesianismo un elemento de locura, una desconexi¨®n entre el mundo mental de Blair y el mundo real. Andreas Whittam Smith, que fue fundador y director del Independent, ejerce hoy el curioso papel de comisionado de la Iglesia anglicana, lo que significa que es la persona responsable de administrar los 6.000 millones de euros de patrimonio que posee la Iglesia. Whittam Smith fue nombrado por Blair y, como Blair, es un cristiano devoto. Pero no ha permitido que estos factores nublen su visi¨®n de un primer ministro que, seg¨²n ¨¦l, padece "una condici¨®n mental grave". "Ha perdido la facultad de distinguir entre la verdad y la falsedad. Tiene una costumbre que lo delata cuando habla. Siempre lo ves constantemente en sus declaraciones, dice que algo es cuando realmente lo que quiere decir es que deber¨ªa ser. En otras palabras, ve el mundo no como es, sino como cree que deber¨ªa ser".
Whittam Smith, que sigue escribiendo columnas en peri¨®dicos importantes brit¨¢nicos, ha hecho un repaso minucioso de esta tendencia y la ha desvelado en m¨²ltiples casos, tanto en pol¨ªtica nacional como exterior. "El caso de Irak es el m¨¢s notable, claro," dijo. "Blair lo disfraza como una gran misi¨®n moral cuando la realidad es que s¨®lo hay un motivo detr¨¢s de la decisi¨®n de participar en la guerra de Irak: que los americanos fueron a la guerra en Irak".
Un personaje inusual
Robert Jackson, uno de los admiradores m¨¢s fervientes de Tony Blair, revela lo complicado que es adoptar posiciones simplistas en cuanto a la sinceridad, o no, del primer ministro brit¨¢nico. Jackson es un personaje inusual en la pol¨ªtica: conservador de toda la vida, diputado electo en el Parlamento de Westminster, abandon¨® su partido en enero de este a?o y se incorpor¨® al partido laborista. Lo hizo porque consider¨® (y en esto Roy Hattersley no estar¨ªa en desacuerdo con ¨¦l) que Tony Blair era m¨¢s digno y capaz representante de sus principios que el partido conservador. Lo curioso, en cuanto a Irak, es que est¨¢ de acuerdo con Whittam Smith en que la motivaci¨®n real de Blair para ir a la guerra era su deseo de fortalecer la alianza con Estados Unidos. La diferencia est¨¢ en que Jackson considera que ¨¦sta es una excelente idea.
"Blair no lo puede decir en p¨²blico, claro", dijo Jackson, que se acaba de retirar de la pol¨ªtica, "pero la pol¨ªtica exterior brit¨¢nica desde la I Guerra Mundial ha sido b¨¢sicamente que debemos permanecer lo m¨¢s cerca posible de los americanos para influir su pol¨ªtica y asegurarnos de que no hagan las cosas mal. Despu¨¦s del 11 de septiembre, el ambiente en Washington se puso muy peligroso, y Blair vio la necesidad de apoyar a Bush en Irak porque s¨®lo de esa manera ¨ªbamos a poder persuadirlos de que no hagan tonter¨ªas en lugares como Siria e Ir¨¢n. Creo que Blair ha acertado de manera notable. Hoy, la pol¨ªtica exterior de Bush parece que ha sido dictada desde 10 Downing Street".
No todo el mundo estar¨ªa de acuerdo con eso, aunque la opini¨®n de dos asesores en pol¨ªtica exterior de Blair es que la Administraci¨®n de Bush se est¨¢ mostrando m¨¢s proclive a escuchar las opiniones de Blair en su segundo mandato que en el primero. Los dos asesores, entrevistados por separado, no discutieron que la decisi¨®n de ir a la guerra se basaba fundamentalmente en la percepci¨®n de que no se podr¨ªa dejar a los americanos que actuaran solos en el mundo ¨¢rabe. "Aunque tambi¨¦n es verdad que Blair estaba sinceramente convencido, como lo estaba medio mundo", dijo uno de los asesores, "de que Sadam s¨ª pose¨ªa armas de destrucci¨®n masiva y de que era un dictador sangriento que deber¨ªa ser derrocado por el mal que hab¨ªa hecho a su gente". El otro asesor, un ex embajador de alto rango, dijo que la posici¨®n de Blair en cuanto a tiranos como Sadam era que "si podemos derrocarlos, como en este caso, debemos hacerlo".
Con estos grandes objetivos en mente, dijo el primer asesor de Blair, no se puede negar que a veces se exager¨® la realidad, que el Gobierno fue econ¨®mico con la verdad. El segundo asesor no discrep¨® con ese punto de vista tampoco, pero agreg¨®, con mucho convencimiento, que "siempre defender¨ªa a Blair en cuanto a sus buenas intenciones".
Peter Wilby, uno de los personajes de la prensa que han criticado a Blair m¨¢s duramente, tiene una respuesta muy sencilla a ese argumento: "?Todos tenemos buenas intenciones!". Wilby es director del New Statesman, una conocida revista pol¨ªtica semanal considerada hace mucho tiempo como "la biblia del laborismo". Los lectores de la revista pertenecen a lo que ¨¦l llama la izquierda pensante. El New Statesman pidi¨® a sus lectores que dijeran por correo electr¨®nico por qu¨¦ partido votar¨ªan en estas elecciones y por cu¨¢l hab¨ªan votado en las anteriores. Mil respondieron. Result¨® que el 50,5% hab¨ªa votado por el Partido Laborista en 2001, y el 17,9%, por el Partido Liberal Dem¨®crata, que te¨®ricamente est¨¢ a la derecha del laborismo, pero a la izquierda de los conservadores. Hoy, los lectores del New Statesman han evidenciado un cambio en sus lealtades pol¨ªticas espectacularmente brusco. S¨®lo un 28,4% votar¨¢ por el Partido Laborista; el 34,3% votar¨¢ por los liberales dem¨®cratas.
"Con mucha diferencia, el factor determinante para nuestros lectores ha sido la guerra en Irak y la percepci¨®n de que Blair los ha enga?ado", dijo Wilby. Pero ?los enga?¨® de manera calculada, o padece una especie de locura, como cree Whittam Smith?
"Quiz¨¢ todos los jefes de Gobierno se vuelven as¨ª despu¨¦s de cierto tiempo en el poder. Tienes que creer, as¨ª que crees. No creo que est¨¦ m¨¢s loco que otros que han estado tanto tiempo en el poder". ?Entonces ha mentido? "No de manera descarada. Han sido mentiras idealistas, justificadas porque sirven una causa justa. Blair se ha convencido de que est¨¢ haciendo la obra de Dios. Con lo cual, dentro de su forma de pensar, todo lo que se haga con el fin de cumplir los prop¨®sitos de Dios no s¨®lo es perdonable, sino necesario". "Su cristianismo es absolutamente sincero", insisti¨® Roy Hattersley. "Realmente cree que lo que hace est¨¢ determinado por sus convicciones religiosas. Es muy devoto y reza mucho y cree que en todo lo que hace le gu¨ªa una fuerza moral con connotaciones religiosas". Ni el papa Juan Pablo II, con quien se entrevist¨® en Roma en febrero de 2003, pudo convencerle de que abandonara sus planes de guerra. Tampoco pudieron los l¨ªderes de su propia Iglesia anglicana, en la que se confirm¨® en la Universidad de Oxford con 20 a?os, habiendo sido hasta ese momento otro no creyente m¨¢s en un pa¨ªs donde los cristianos practicantes son vistos como una exc¨¦ntrica minor¨ªa. Por eso Alastair Campbell advirti¨® a Blair que no hablara de Dios en aquella entrevista con Vanity Fair. Campbell, que trabaj¨® en la prensa sensacionalista inglesa antes de llegar a Downing Street, entiende mejor que nadie que la gran mayor¨ªa del electorado brit¨¢nico es, como ¨¦l, indiferente a los misterios e incr¨¦dulo ante las promesas de la religi¨®n -cualquier religi¨®n-. Ser creyente de manera abierta, ostentosa, en el Reino Unido es ser un bicho raro; es ir en contra del escepticismo, iron¨ªa y reserva que en gran medida definen el car¨¢cter nacional. Lo ocurrido con Vanity Fair era la versi¨®n p¨²blica de una escena que se hab¨ªa repetido muchas veces en privado en 10 Downing Street. Varias veces, Blair ha propuesto hacer una referencia cristiana, al estilo de los pol¨ªticos norteamericanos, en sus discursos. Campbell siempre le ha dicho que no. A unos meses de comenzar la guerra de Irak, por ejemplo, Blair propuso acabar un discurso con las palabras "Que Dios os bendiga". Los gritos de discordia de Campbell pusieron fin a la idea.
Una vez, Blair se col¨®. Fue con el Sunday Telegraph en 1996, cuando todav¨ªa era l¨ªder de la oposici¨®n laborista. Es la ¨²nica entrevista que Blair ha hecho en la que ha profundizado en su fe cristiana. (Campbell la consider¨® un grave error y jur¨® que nunca se volver¨ªa a repetir). El momento m¨¢s revelador de la entrevista fue cuando Blair confes¨® que le fascinaba el personaje de Poncio Pilatos. El procurador romano que conden¨® a Jesucristo a muerte es "el pol¨ªtico arquet¨ªpico", dijo Blair, "atrapado en el eterno dilema... la contienda entre el bien y el oportunismo".
El cl¨¢sico ejemplo moderno, continu¨® Blair, lo daba su compatriota Neville Chamberlain, el primer ministro que en 1938 firm¨® un pacto de paz con Adolf Hitler. Chamberlain eligi¨® la opci¨®n f¨¢cil, cobarde, cortoplacista. Si se hubiese dejado guiar por su conciencia, no hubiera firmado. La decisi¨®n de Chamberlain regal¨® a Hitler un a?o m¨¢s para preparar la guerra.
Otro dilema
Siete a?os despu¨¦s de la entrevista, el propio Blair se enfrentar¨ªa a un dilema similar. ?Ir a la guerra con su aliado, el supercristiano George W. Bush, contra Sadam? ?O tomar la opci¨®n menos pol¨¦mica, m¨¢s popular, y decirle a Bush que lo sent¨ªa, pero mejor que no?
Como si estuviera expiando los pecados de Chamberlain y Pilatos, Blair se neg¨® a lavarse las manos; se atrevi¨® a actuar seg¨²n sus convicciones. O as¨ª -convencido de que Dios le absolver¨ªa en el Juicio Final- lo ve ¨¦l. Seldon, que concluye en su libro que si uno no entiende la importancia de la religi¨®n en el fen¨®meno Blair, "uno no entiende nada", ve la analog¨ªa con Poncio Pilatos de otra manera. Blair cree que desterr¨® el oportunismo a favor de su conciencia y sus principios. Seldon opina que hizo las dos cosas a la vez. Que toma una decisi¨®n pol¨ªtica y despu¨¦s busca la manera de hacer que cuadre con sus principios. "Blair descubri¨® que la realidad del poder le oblig¨® a tratar con gente indeseable, to turn a blind eye, a comprometer sus principios".
George W. Bush es un caso concreto de una persona a la que Blair, antes de asumir el poder, hubiera considerado, con toda seguridad, indeseable. Blair, laborista de toda la vida, cuyos maestros religiosos en Oxford eran adeptos de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, no hubiese visto con buenos ojos al presidente norteamericano m¨¢s derechista de la historia. Tampoco Blair, fuera del poder y en la visi¨®n que tiene de s¨ª mismo como hombre de bien, hubiera trabajado de manera tan endog¨¢mica con un personaje como Campbell, cuyo mayor logro en la pol¨ªtica (seg¨²n ¨¦l mismo) fue convencer al peri¨®dico The Sun -craso, sensacionalista, de derechas- de que apoyara a Blair en las elecciones de 1997.
El mero hecho de que Blair aceptara sin rechistar la prohibici¨®n que le impuso Campbell de hablar de la religi¨®n, la cosa m¨¢s importante de su vida, por el efecto perjudicial que podr¨ªa tener en su carrera pol¨ªtica lo dice casi todo. De ah¨ª a vender la guerra en Irak -una obsesi¨®n de Bush- como una causa no s¨®lo justa, necesaria y suya hay s¨®lo un paso. Blair es Blair, el hombre puro; pero tambi¨¦n es Alastair Campbell, el ateo maquiavelo. Un veterano reportero de la televisi¨®n brit¨¢nica que ha cubierto las tres ¨²ltimas campa?as electorales de Blair coment¨® esta semana, perplejo: "Lo vi como un tipo resbaladizo al comienzo y lo veo como un tipo resbaladizo hoy". Es comprensible que el reportero, como tantos brit¨¢nicos, lo vea as¨ª. Y no es porque ¨¦l les mienta a ellos. Es porque ¨¦l se miente a s¨ª mismo.
Sus rivales
CHARLES KENNEDY
EL L?DER del Partido Liberal Dem¨®crata obtuvo su primer esca?o en el Parlamento brit¨¢nico en 1983, cuando s¨®lo ten¨ªa 23 a?os. Desde el comienzo se ve¨ªa que Charles Kennedy iba a llegar lejos. Brill¨® en los debates parlamentarios y tuvo la habilidad medi¨¢tica para salir en televisi¨®n con m¨¢s frecuencia que la gran mayor¨ªa de sus compa?eros de partido.
La pregunta ahora es si ya ha llegado a su techo, si el partido centrista que lidera est¨¢ condenado a seguir siendo el tercer partido brit¨¢nico para siempre o si podr¨¢ arrebatarle el segundo puesto al Partido Conservador. Mucho depender¨¢ de si Kennedy, que es escoc¨¦s, ha acertado en su decisi¨®n de poner la oposici¨®n de los LibDems a la guerra de Irak como pilar de su campa?a electoral. En este aspecto tiene suerte. Los conservadores no se han opuesto a la guerra tanto como a los m¨¦todos enga?osos que utiliz¨® Blair para venderla al p¨²blico. Los LibDems, que tienen m¨¢s en com¨²n con el PSOE que cualquiera de los otros partidos brit¨¢nicos, han estado en contra de la guerra desde un primer momento. Esa pureza de compromiso podr¨ªa calar con una parte significativa de un electorado opuesto mayoritariamente a la guerra. Muchos laboristas de toda la vida, horrorizados por el apoyo de Blair a la guerra de Bush, han se?alado que votar¨¢n esta vez por los LibDems.
El problema que tiene Kennedy es que, aunque suele caer bien, por su simpat¨ªa y evidente rapidez intelectual, no parece haber logrado convencer a los brit¨¢nicos de que tiene madera para ser un l¨ªder de gobierno factible. En las ¨²ltimas elecciones, con Kennedy ya de l¨ªder, los
LibDems ganaron 52 de un total de 659 esca?os. El sue?o de Kennedy es llegar esta vez a los 100. Depende en gran parte de cu¨¢n profundo sea el rechazo del electorado a la guerra en Irak.
MICHAEL HOWARD
UNO VE a Michael Howard con la pinta que tiene de l¨ªder innato del Partido Conservador brit¨¢nico, uno le oye hablar con el acento de David Niven que define a la clase alta inglesa, y jam¨¢s se creer¨ªa que su abuela muri¨® en Auschwitz, que su padre era un inmigrante jud¨ªo nacido en Rumania. M¨¢s dif¨ªcil de creer todav¨ªa es que su campa?a electoral se recordar¨¢ mucho despu¨¦s de que los conservadores hayan fracasado en su intento de derrocar a Tony Blair, por su dura actitud en contra de la inmigraci¨®n extranjera.
Apelando al miedo como arma electoral, Howard ha exagerado los temores populares que ha despertado en las calles de Gran Breta?a la aparici¨®n de inmigrantes llegados de pa¨ªses como, por ejemplo, Rumania. Es decir, Howard est¨¢ proponiendo pol¨ªticas que quiz¨¢ hubieran prohibido la entrada de su padre al pa¨ªs del que hoy ¨¦l pretende ser primer ministro. Adem¨¢s, seg¨²n una nueva biograf¨ªa de Howard, su abuelo lleg¨® a Londres antes que su padre, tras entrar al pa¨ªs de manera ilegal. Lo que significa que, bajo las leyes que propone Howard, su abuelo hubiera sido expulsado del pa¨ªs.
Que Howard haya optado por la xenofobia como instrumento de persuasi¨®n pol¨ªtica no es s¨®lo profundamente contradictorio, sino que, como algunos comentaristas han se?alado, indica desesperaci¨®n. Howard es un abogado extremadamente inteligente cuyo ascenso al puesto de liderazgo del partido de Margaret Thatcher tiene un enorme m¨¦rito.
En sus debates mano a mano en el Parlamento con el experimentado primer ministro Blair ha ganado tantas veces como ha perdido. El problema que tiene es que su imagen no ha calado en el p¨²blico ingl¨¦s, y, peor todav¨ªa, la oposici¨®n general que hay en Gran Breta?a a la guerra de Irak no es lo suficientemente potente a la hora de votar como para derrocar a un Gobierno que ha sabido encauzar con habilidad el dinamismo que actualmente posee la econom¨ªa de su pa¨ªs.
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