Un canto al tango

La versi¨®n escenificada -estreno en Espa?a- de Mar¨ªa de Buenos Aires demostr¨® la importancia del libreto en la ¨®pera. Respecto al canto, Emilia Onrubia anduvo sobrada, y Gustavo Gibert cumpli¨®, al igual que Manuel Callau, como recitador. Pero el canto no es lo ¨²nico en una obra a caballo entre la ¨®pera, el ballet y el musical. La historia, cargada de pretensiones surrealistas y psicoanal¨ªticas, con paralelismos entre los bajos fondos bonaerenses y el nacimiento de Jes¨²s, rebozado todo con el lunfardo, fue incomprensible para el que no conociera la trama. Y a¨²n as¨ª. Porque el argumento se las tra¨ªa.

La escenograf¨ªa fue eficaz, aunque con el muy actual exceso de proyecciones, que logran con pocos costes excelentes resultados, pero cuyo abuso acaba distrayendo de la acci¨®n principal. Cantantes, bailarines y actores intentaron dar el sustrato m¨¢s aut¨¦ntico de la historia: la tristeza y el desarraigo inherentes a los bajos fondos porte?os y, con ellos, al tango, aunque a veces se cargaron las tintas en los aspectos m¨¢s tremebundos. Los instrumentistas, aun faltos de cierto idiomatismo, se inspiraron por la preciosa partitura de Piazzolla. Este gran renovador del tango no perdi¨® los elementos que subyacen siempre a esta m¨²sica: la melancol¨ªa, la derrota, la confesi¨®n desesperanzada. Bien ali?ados con un toque de delicadeza, de distanciamiento encari?ado, de utilizaci¨®n de elementos de la m¨²sica cl¨¢sica y del jazz que no le hacen prescindir de las viejas y aut¨¦nticas ra¨ªces. Lo mejor de Mar¨ªa de Buenos Aires es que la m¨²sica no es un tango, sino en un canto al tango, un canto muy enamorado.