Auschwitz: crimen perfecto
A Alessandro Ferrara
Soy consciente de que resulta una pretensi¨®n casi autocontradictoria, pero me gustar¨ªa que se adentraran en este art¨ªculo especialmente aquellos que, de un tiempo a esta parte, desisten de continuar leyendo en cuanto ven un t¨ªtulo en el que figuren las palabras "Auschwitz", "Holocausto" y similares. No me parece del todo incomprensible su reacci¨®n. Ciertamente, en nuestros d¨ªas, parafrasear a Adorno y formular la pregunta "?se puede escribir filosof¨ªa despu¨¦s de Auschwitz?" ha pasado a tener un fuerte componente ret¨®rico. La respuesta parece clara: a la vista est¨¢ que se puede. Y no me refiero al dato objetivo, f¨¢cilmente cuantificable, de que en el transcurso de los ¨²ltimos cincuenta a?os -poco m¨¢s o menos, desde que Raul Hilberg publicara su temprano libro The Destruction of the European Jews- la producci¨®n de textos filos¨®ficos e hist¨®ricos sobre este tema, lejos de disminuir, no ha hecho sino incrementarse conforme nos alej¨¢bamos de los sucesos mismos, sino al otro dato, m¨¢s llamativo a¨²n, de que Auschwitz en cuanto tal se ha convertido en uno de los temas de reflexi¨®n filos¨®fica m¨¢s recurrente de los ¨²ltimos a?os, en una especie de banco de pruebas ¨¦tico para cualquier propuesta te¨®rica que se precie.
El dato, a mi entender, est¨¢ lejos de ser obvio, aunque tienda a presentarse como tal. La desmesura del horror con demasiada frecuencia se presenta como la evidencia incontestable de que nada puede haber m¨¢s urgente e importante que reflexionar al respecto y de que ninguna tarea pr¨¢ctica puede anteponerse a la de intentar -siguiendo de nuevo la indicaci¨®n de Adorno- que aquello no se repita. Pero era el mencionado Hilberg quien en su momento ya se vio obligado a recordar que "la historiograf¨ªa del Holocausto no es, a pesar de todo, otra cosa que historiograf¨ªa", y convendr¨ªa que su recordatorio no cayera en saco roto.
Porque tiene algo, ciertamente, de sospechoso un discurso, o un conjunto de actitudes, que no tienen enfrente interlocutor posible. Auschwitz, en su desmesura, ha terminado por convertirse en cifra y signo de un espanto de cuya autor¨ªa nadie en su sano juicio osar¨ªa hoy reclamarse. Probablemente por eso propuestas como la de instaurar un "D¨ªa de la Memoria del Holocausto" (a la que se le a?ade la coletilla: "y de prevenci¨®n de cr¨ªmenes contra la humanidad") pueden ser aceptadas sin oposici¨®n alguna en nuestra sociedad. Cosa que no suceder¨ªa si, por ejemplo, alguien tuviera la ocurrencia de proponer un "D¨ªa de la memoria de los cr¨ªmenes comunistas", un "D¨ªa de la memoria de los cr¨ªmenes del fanatismo religioso", un "D¨ªa de la memoria de los cr¨ªmenes del nacionalismo etnicista" o un "D¨ªa de la memoria de los bombardeos aliados sobre Alemania", por mencionar algunas posibilidades. Con toda seguridad, propuestas de este otro tipo recibir¨ªan de inmediato la acusaci¨®n de tendenciosamente pol¨ªticas. La primera, en cambio, ha terminado por identificarse con una propuesta de orden casi prepol¨ªtico.
Esta diferencia de tratamiento parece, por lo pronto, estar inform¨¢ndonos ya de algo relevante, a saber, que con la mera invocaci¨®n a las v¨ªctimas no es suficiente para entender la centralidad alcanzada por determinados asuntos. El problema no son las v¨ªctimas -a las que, como se ha repetido en m¨²ltiples ocasiones, se les debe reconocimiento, compasi¨®n, solidaridad y ayuda-, sino el papel te¨®rico y pr¨¢ctico que se les hace jugar, el discurso que apuntalan o legitiman. Y es al intentar analizar esto ¨²ltimo cuando empiezan a aparecer los motivos de reserva, las razones para recelar de tanta aparente unanimidad como parece haber concitado el lema ?nunca m¨¢s!
En pocas ocasiones como en ¨¦sta se ha hecho tan notoria la pertinencia de aplicar esas cautelas metodol¨®gicas que para cualquier historiador -o incluso para cualquier cient¨ªfico social- constituyen un lugar com¨²n. Como la de preguntarnos antes de empezar cualquier an¨¢lisis: hechos s¨ª, pero ?bajo qu¨¦ descripci¨®n? Reclamaci¨®n de responsabilidad por los acontecimientos ocurridos s¨ª, pero ?por parte de qui¨¦n y en nombre de qu¨¦? Empezando por estas ¨²ltimas preguntas, est¨¢ lejos de ser evidente que algunos de los que han asumido el papel de representantes de las v¨ªctimas y que a menudo se dedican -en alg¨²n caso, como si de la nueva verdad revelada se tratara- a exhortar al resto de los mortales a cumplir con un presunto deber de la memoria tan antiguo como el Deuteronomio, se encuentren espec¨ªficamente legitimados para atribuirse dicha representaci¨®n (al margen de lo discutible que resulta en s¨ª misma la pretensi¨®n de convertir la memoria en un imperativo).
Pero tal vez de mayor trascendencia que la pregunta por el qui¨¦n sea la pregunta por el en nombre de qu¨¦ se reclama responsabilidad. Es aqu¨ª donde el discurso se complica a¨²n m¨¢s, especialmente cuando apela a determinados argumentos de no sencilla aplicaci¨®n a este caso. Pienso, sin ir m¨¢s lejos, en toda esa ret¨®rica argumentativa que, de manera permanente, se sirve de planteamientos de inspiraci¨®n remotamente benjaminiana para establecer una l¨ªnea de demarcaci¨®n -se supone que n¨ªtida- entre vencedores y vencidos, si¨¦ndoles exigible a los primeros, como es obvio, la responsabilidad por las barbaridades que protagonizaron. La punta del iceberg del problema -que, finalmente, remite a toda una filosof¨ªa de la historia de inspiraci¨®n escatol¨®gica sobre la que habr¨ªa mucho que decir- es que aquellos vencedores resultaron finalmente vencidos, con lo que la posibilidad de hacerles rendir cuentas por sus actos -m¨¢s all¨¢ de lo que procesos como el de N¨²remberg o el de Eichmann en Jerusal¨¦n significaron- parece un empe?o ya in¨²til.
Quiz¨¢ tenga que ver esto con la evoluci¨®n que han ido tomando las interpretaciones m¨¢s extendidas sobre esa etapa. Derrotado el nazismo, se empez¨® atribuyendo sus horrores a la locura de una minor¨ªa fanatizada, de ah¨ª se pas¨® a responsabilizar al pueblo alem¨¢n en su conjunto y ahora parece que estamos en la fase de extender la sospecha a la humanidad por completo (especialmente si comete el pecado de olvidar lo sucedido), en una deriva especulativa-metaf¨ªsica tras la que parece latir un viejo conocido para quienes vivimos en pa¨ªses de fuerte tradici¨®n cat¨®lica, a saber, el convencimiento de la maldad intr¨ªnseca del ser humano. Y si a esto le a?adimos que aquello de lo que se habr¨ªa que responder tambi¨¦n ha ido extendiendo sus confines, transform¨¢ndose en un aut¨¦ntico crimen contra la humanidad, el motivo por el que empezaba refiri¨¦ndome a Auschwitz como un crimen perfecto se entender¨¢ mejor. La entera humanidad (excepci¨®n hecha del pueblo jud¨ªo, como es natural) asumiendo un crimen contra toda la humanidad: el dispositivo queda as¨ª definitivamente desactivado. Porque, en definitiva, es cosa sabida que cuando se predica respecto a cualquier cosa el principio de que todos somos responsables, eso termina significando, a efectos pr¨¢cticos, que nadie es responsable en concreto de nada en particular. De ah¨ª -tal vez- que todos (incluyendo los personajes m¨¢s siniestros de nuestra actualidad) pueden colocarse sin pesta?ear en la primera fila de este tipo de conmemoraciones, porque nadie en sentido propio y fuerte se siente concernido. Se dir¨ªa que nos encontramos con una versi¨®n -aplicada a la memoria colectiva- de la c¨¦lebre m¨¢xima de Lampedusa: hay que hacer como que se recuerda mucho para poder olvidar de manera eficaz.
Pero nos queda todav¨ªa otra cautela por mantener, otra pregunta previa por contestar: hechos s¨ª, pero ?bajo qu¨¦ descripci¨®n? Quiz¨¢ sea el esfuerzo por responder a esto lo que m¨¢s nos acerque al coraz¨®n del problema. Lo que hemos planteado hasta aqu¨ª nos ha permitido ir plausibilizando lo que al principio era tan s¨®lo una mera sospecha, a saber, la de que determinados discursos, acogi¨¦ndose a los grandes valores de nuestra cultura occidental y a sus solemnes palabras, terminan formulando una propuesta no s¨¦ si imposible o directamente autocontradictoria. Porque los ¨¦nfasis recurrentes en que aquello no debe repetirse, lejos de ir acompa?ados de desarrollos que nos permitan vislumbrar con claridad qu¨¦ habr¨ªa que hacer para que as¨ª fuera, dejan sin plantear la cuesti¨®n, ineludible, de los medios necesarios para ello. Es lo que ocurre, a mi entender, cuando se soslaya la pol¨ªtica, cuando se la subsume -y, finalmente, se la disuelve- en ¨¦tica, en filosof¨ªa de la historia o, peor a¨²n, en una metaf¨ªsica del mal.
En contraste con esto, resultar¨¢ esclarecedora una comparaci¨®n que en otro contexto podr¨ªa merecer el t¨®pico calificativo de odiosa. Me refiero a la comparaci¨®n con Hiroshima. Es cierto que existe un considerable acuerdo entre historiadores y pensadores del mundo contempor¨¢neo en que Hiroshima constituye un suceso de muy dif¨ªcil an¨¢lisis. La dificultad vendr¨ªa, en gran medida, derivada de su excepcionalidad, de su car¨¢cter rigurosamente ¨²nico: despu¨¦s de Nagasaki ya no volvi¨® a haber ning¨²n nuevo uso del arma nuclear. M¨¢s a¨²n: incluso cabr¨ªa hablar de un relativo consenso a escala mundial en que uno de los objetivos primordiales de la humanidad en la hora presente debiera ser el de impedir por todos los medios la proliferaci¨®n de ese tipo de armas.
El argumento de la excepcionalidad s¨®lo resulta convincente a medias: tampoco ha vuelto a repetirse en sentido estricto Auschwitz (a menos que forcemos mucho las palabras y denominemos "Auschwitz" u "Holocausto" a cualquier enormidad en el da?o infligido por unos hombres sobre otros), y ello no est¨¢ impidiendo -sino m¨¢s bien al contrario- que se reitere la advertencia planteada por Adorno en su Dial¨¦ctica negativa a la que hemos venido haciendo referencia. En realidad, disponemos de motivos para una severa inquietud. El escenario representado por Hiroshima les parece a muchos -y con muy s¨®lidas razones- m¨¢s pr¨®ximo de la situaci¨®n actual que el representado por Auschwitz. Ser¨ªan tantos los ejemplos que cabr¨ªa aportar, que al final uno termina temiendo estropearlo todo con la selecci¨®n, pero si -por no remontarnos m¨¢s atr¨¢s- empez¨¢ramos por los bombardeos con napalm de la guerra de Vietnam, pasando por las minas antipersona o los miles de soldados iraqu¨ªes enterrados vivos en la guerra del Golfo, para terminar en las bombas-racimo, y todo el encadenado de monstruosidades de las que venimos siendo puntualmente informados a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n, lo cierto es que el panorama ante el que parecemos estar a este respecto es m¨¢s el de una Hiroshima de baja intensidad que el de un mundo que ha renunciado definitivamente a este tipo de terror. Con diferentes palabras, el lema no m¨¢s Hiroshimas es vinculante de una forma y con una fuerza muy particulares: no debiera ser posible -sin incurrir en contradicci¨®n o flagrante cinismo- proclamarlo y defender al mismo tiempo determinadas ideas y actitudes respecto a la guerra y a violencias an¨¢logas.
Se podr¨ªa echar, desde luego, m¨¢s le?a al fuego de la discusi¨®n y recordar que en el caso de la destrucci¨®n de las ciudades japonesas, la exigencia de responsabilidad podr¨ªa adoptar formas bien concretas (por ejemplo, pol¨ªtico-institucionales: resulta llamativa, por cierto, la desigualdad en excusas y reparaciones reclamadas seg¨²n se trate de un Estado o de otro). Pero en Hiroshima, a diferencia de Auschwitz, los vencedores nunca dejaron de serlo y quiz¨¢ dicho elemento complique sobremanera la posibilidad de un debate clarificador, entre otras cosas, porque obligar¨ªa a los participantes en el mismo a una definici¨®n pol¨ªtica que en el caso del nazismo hemos visto que parece resultar obviable. En todo caso, y por si hiciera falta dejar claro que no es la solidaridad con las v¨ªctimas lo que estoy poniendo en cuesti¨®n, terminar¨¦ este art¨ªculo con una modesta propuesta, orientada a resaltar el inexcusable respeto y consideraci¨®n que merecen las mismas. Cada vez con mayor frecuencia pienso que deber¨ªa ser estrictamente obligatorio leer a Primo Levi, pero que deber¨ªa estar rigurosamente prohibido citarlo. Ustedes me entienden, ?verdad?
Manuel Cruz es fil¨®sofo. Autor del libro Las malas pasadas del pasado, premio Anagrama 2005.
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