Con John Davies en el IVAM
La raz¨®n mas profunda que mueve a un artista a crear una obra determinada ni siquiera la conoce el mismo artista. Es m¨¢s, cuando intuye el origen de esa misteriosa fuerza, se resiste a indagar hasta el fondo. Teme que dicho saber malogre la inspiraci¨®n.
Sin embargo, no sucede as¨ª en todos los casos. Algunos artistas siguen el camino opuesto. Observaron la realidad sin dejar de observarse, o de analizarse, a s¨ª mismos como parte de esa realidad. Se incorporan ellos mismos a la obra, suben al mismo vag¨®n y, de este modo, el efecto que nos produce contemplar esa obra es doble. Est¨¢ la obra en s¨ª, pero si no apartas la mirada de la obra siempre acabas viendo, tambi¨¦n, a su autor.
Quiero referirme a dos escultores cuya obra he visto recientemente: el norteamericano Tony Oursler y el brit¨¢nico John Davies, cuyas esculturas, m¨¢s de doscientas piezas reunidas, se exponen en este momento, y s¨®lo hasta el 22 de mayo, en el IVAM.
Se enfrentan con una cabeza de John Davies para que hagan con ella lo que les dicte la inspiraci¨®n
Est¨¢ la obra en s¨ª, pero si no apartas la mirada de la obra siempre acabas viendo, tambi¨¦n, a su autor
Hablar¨¦ mas adelante de mi encuentro con Oursler en ese museo de cristal que hay en La Jolla, un edificio que vuela literalmente sobre el Oc¨¦ano. Ahora estoy en el IVAM frente a la inmensa colecci¨®n de esculturas de John Davies. Debo decir que nadie deber¨ªa perder la oportunidad de pasear lentamente entre estas figuras, muchas de ellas esculpidas a tama?o natural, vestidas o desnudas, con ropas como las nuestras, cuyos gestos y miradas parecen deseosos de preguntar por nuestras vidas, figuras que tan pronto se abrazan como se golpean, hombres j¨®venes inquisitoriales que humillan a otros hombres viejos, tal vez por el hecho de ser viejos, y los obligan a arrodillarse entre dos sillas tocados con un capirote, y tambi¨¦n una colecci¨®n de im¨¢genes de guerra y de tortura, hay seres enmascarados, el rostro so?ador de una foca que recuerda al protagonista de The Breast (Philip Roth), ese desdichado jud¨ªo que de la noche a la ma?ana sufre la kafkiana transformaci¨®n en una gigantesca gl¨¢ndula mamaria, un hombre teta que habla por los pezones, y m¨¢s adelante abundan las cabezas sin cuerpo, grotescas o solemnes, enormes algunas de ellas, y las parejas bailando desnudas, los ahorcados, ni?os y gimnastas, todo ello en una sucesi¨®n heterog¨¦nea de personajes inauditos, ordenados por d¨¦cadas, as¨ª como tambi¨¦n bocetos que, de alguna manera, no los ves como fetos que no llegaron al mundo del artista, sino como otra parte de la vida de ¨¦ste.
Hay una frase de John Davies escrita en su cuaderno de notas del taller que arroja luz sobre esta obra inquietante: "El arte deber¨ªa dedicarse a revelar algo de nosotros mismos...". Y luego hay otra en la que afirma que "cualquier mujer de la limpieza del Museo del Prado es infinitamente mas interesante que la historia del arte". Davies cuenta que cuando era peque?o su abuelo le ped¨ªa que lo afeitara con navaja, y ¨¦l ten¨ªa miedo de cortarle la cara al rasurarlo demasiado, le temblaban las manos, pero su abuelo repet¨ªa: no me cortar¨¢s, sigue adelante. As¨ª que las manos y las cabezas se convertir¨¢n en elementos obsesivos del artista.
Hoy, los estudiantes de cuarto curso del Instituto de Benim¨¤met vinieron a trabajar en el taller del IVAM precisamente sobre las cabezas de John Davies. El museo ofrece a los colegios e institutos de toda la Comunidad Valenciana un programa de visitas seguido de una hora de pr¨¢ctica en el taller donde los estudiantes, luego de haber visto la obra expuesta y un video del artista trabajando en su taller, se enfrentan con una cabeza de John Davies para que hagan con ella lo que les dicte la inspiraci¨®n.
Por ejemplo, David Pastor, de 16 a?os, empieza clavando palillos de dientes en los ojos. Luego le pondr¨¢ pelo con tiras de papel. Y le pintar¨¢ la boca de negro, y el cogote ser¨¢ amarillo. Los estudiantes disponen de materiales muy diversos para convertir cada cabeza blanca y an¨®nima de corcho en un rostro individual, expresivo y con nombre. Una de las profesoras, Mar Cervera, de 25 a?os, inspecciona los trabajos. Mar es ingeniera industrial. No es la titular, por desgracia, sino solamente una interina. Prepara la oposici¨®n para no tener que vivir de las sustituciones. Su entusiasmo en el taller a¨²n es mayor que el de los alumnos. Le gusta pintar paisajes. Por eso, cuando puede se escapa a Gestalgar, el pueblo de sus padres, y all¨ª pinta el r¨ªo Turia, que todav¨ªa pasa con bastante agua.
Las cabezas de John Davies est¨¢n terminadas al cabo de una hora. Ahora son unas cabezas sorprendentes. Nadie cre¨ªa que ser¨ªa capaz de hacer algo as¨ª. Deben dejarlas secar unos minutos. Luego, cada cual podr¨¢ llevarse su cabeza a casa.
jicarrion@terra.es
No me mires
Son famosos los ojos de Tony Oursler, un artista norteamericano maestro del video, escultor y pintor de viscosidades, maltratador en cierto modo del cuerpo humano, cuyo rostro compungido posee la fuerza de una desesperaci¨®n persecutoria. En el IVAM tienen, aunque no a la vista, un ojo de Oursler porque el artista expuso aqu¨ª, y don¨® esa obra. Es un ojo como de perro andaluz, sanguinolento e incansablemente alerta. Las instalaciones de Oursler se sirven de un video que proyecta forma, color y tambi¨¦n voz a un mu?eco de trapo. En el Museo de Arte Contempor¨¢neo de la Jolla, al sur de California, he visto su c¨¦lebre butaca volcada en el suelo de la que emerge, como si fuera un n¨¢ufrago o un accidentado, la cabeza aplastada de una mujer que repite con un hilo de voz estas dos ¨²nicas frases, "?No me mires! ?L¨¢rgate de aqu¨ª!".
Retrocedes un paso. Pero no te vas. Desobedeces a la mujer que extra?amente te recuerda a tu madre ya anciana, enferma, agotada del peso in¨²til de la vida, y ella te clava la mirada y sabes que detesta que la veas en ese estado. Los ojos parpadeantes de Oursler son de pesadilla porque el artista estudi¨® con detalle los trastornos de la personalidad. Pidi¨® ayuda a Freud, a Warhol y a Jesucristo. Sus figuras son medusas a las que les falta el agua. Agonizan pero no parece que vayan a morir nunca. Te rechazan y al mismo tiempo te reclaman. Est¨¢n dotadas de un magnetismo infernal que crea un v¨ªnculo y alimenta una angustiosa dependencia.
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