Cigarrillo
Un d¨ªa de abril de 1945, un soldado alem¨¢n de 18 a?os, afiliado a las Juventudes Hitlerianas, opt¨® por desertar del ej¨¦rcito que se bat¨ªa en retirada bajo el fuego sovi¨¦tico y antes de ser capturado por las tropas norteamericanas, anduvo perdido sin saber a qu¨¦ patria pertenec¨ªan los sucesivos incendios del horizonte. Huyendo de s¨ª mismo sin destino alguno, sus botas le llevaron hasta un pueblo abandonado en la frontera de Polonia. Durante su larga fuga a trav¨¦s de campos calcinados, el joven hitleriano no se hab¨ªa encontrado con un solo ser vivo, ni siquiera con un perro, de forma que pudo haber imaginado que era el ¨²nico hombre que quedaba en el mundo despu¨¦s de la hecatombe. Cuando ca¨ªa la noche y la oscuridad apenas le permit¨ªa vislumbrar la realidad de las cosas, el soldado se sent¨® a descansar en los escombros de una plaza desierta. Ten¨ªa el fusil cargado entre las rodillas y en el macuto llevaba un libro de teolog¨ªa. En el momento en que se dispon¨ªa a fumar el ¨²ltimo cigarrillo que le quedaba, vislumbr¨® la sombra de un hombre que emerg¨ªa de los soportales derruidos. El soldado alem¨¢n se puso en pie, aprest¨® el cerrojo del fusil y apunt¨® al desconocido, que se le acercaba atra¨ªdo por la brasa de su pitillo. Se trataba de un joven polaco, de unos 25 a?os, que hab¨ªa desertado del trabajo en una cantera de Cracovia para escapar de una redada de los nazis. Hab¨ªa sido actor de un teatro clandestino, su novia hab¨ªa muerto en Auschwitz y tambi¨¦n sent¨ªa inclinaci¨®n por la teolog¨ªa, pero entre ellos ahora no hab¨ªa ning¨²n Dios que les ahorrara el odio. Los dos pr¨®fugos, cada uno de un bando contrario, se situaron frente a frente. El soldado alem¨¢n ignoraba si aquel individuo ven¨ªa armado y estuvo a punto de dispararle un tiro en el coraz¨®n. Si esto hubiera sucedido, ninguno de los dos habr¨ªa llegado a Papa. Pudieron haber hablado de Dios, de la maldad humana, del mundo que se hund¨ªa, pero el polaco Wojtyla se limit¨® a preguntar: "?Tiene un cigarrillo?". El soldado Ratzinger le contest¨®: "Lo siento, me estoy fumando el ¨²ltimo cigarrillo de la historia". No hubo m¨¢s palabras, porque en el mutuo terror de los ojos descubrieron cu¨¢nto se tem¨ªan. Wojtyla se fue alejando por encima de los escombros y a veces volv¨ªa el rostro para asegurarse de que Ratzinger no le iba a disparar por la espalda. En Roma, aquel soldado alem¨¢n, ahora vestido de blanco, acaba de anunciar que va a hacer santo a aquel actor polaco. Atr¨¢s queda la brasa de aquel ¨²ltimo cigarrillo brillando a¨²n en la noche.
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