Frank Zappa en el supermercado
En los aviones de KLM, precisamente en el brazo derecho de sus asientos, hay un almac¨¦n de m¨²sica al que puede accederse con los cascos que reparte la azafata. Enchufado ah¨ª, el pasajero puede distraerse oyendo canciones mientras padece la ignominia de ir encerrado en un tubo a presi¨®n durante una cantidad siempre excesiva de tiempo. En ese brazo prodigioso hay cuatro canales con distintos g¨¦neros de m¨²sica, piezas ligeras y facilonas en su mayor¨ªa, m¨¢s uno excepcional que programa canciones alternativas de indie rock, con los comentarios de un locutor holand¨¦s que las va explicando en su lengua, o eso supongo, porque de ese idioma no entiendo ni una palabra y quiz¨¢ lo que explique entre canci¨®n y canci¨®n sean las promociones para el viajero frecuente o, en un caso m¨¢s extremo, las instrucciones para saltar fuera de la nave en paraca¨ªdas porque una turbina va en llamas. Esta rareza de o¨ªr buena m¨²sica a bordo de un avi¨®n (tan rara como una comida de avi¨®n buena) es similar a la que ocurre en el supermercado Open Cor, que est¨¢ junto a unas salas de cine en las calles del Doctor Fleming y General Mitre. En los supermercados, como en los ascensores y en los ba?os de los restaurantes, se programa una m¨²sica que no es para escucharse, sino para amortiguar un poco el silencio, para alfombrar el espacio auditivo mientras el cliente elige entre dos marcas de aceitunas o libera, en la intimidad de un cub¨ªculo de mosaico reluciente, su lastre intestinal. Despu¨¦s de visitar en repetidas ocasiones, durante m¨¢s de un a?o, este supermercado, he llegado a la conclusi¨®n de que all¨ª la m¨²sica, lejos de amortiguar o alfombrar, est¨¢ puesta para escucharse y es probable que en ese s¨²per, seg¨²n la hora, pueda escucharse la mejor m¨²sica de Barcelona, una cosa tan rara y afortunada como ese brazo lleno de indie rock. Esta funci¨®n alterna y al parecer involuntaria del supermercado recuerda aquella iniciativa italiana que hace justamente un a?o, cuando empezaba el calor, se puso en marcha en Mil¨ªn. En aquella ciudad viv¨ªan entonces 93.000 personas que ten¨ªan m¨¢s de 70 a?os y enfrentaban ese problema mundial del nuevo milenio (no porque antes no ocurriera, sino porque no se hab¨ªa encuadrado, ni se hab¨ªa enunciado como tal, como un problema): el de los viejos que se mueren de calor. Las autoridades italianas, previendo la intensidad del verano que se aproximaba, hab¨ªan tomado cartas en el asunto; ten¨ªan un plan de choque que, seg¨²n ellos, estaba basado en la iniciativa de varias ciudades de Estados Unidos, aunque en realidad parec¨ªa inspirado en esas ideas sublimes que ten¨ªa Luis Bu?uel. Se hab¨ªa designado un ej¨¦rcito de polic¨ªas y voluntarios para que, cuando la ola de calor alcancanzara grados peligrosos, fuera en pos de los 93.000 viejitos que viv¨ªan solos en Mil¨¢n y los sacaran de sus casas y los trasladaran a un sitio con aire acondicionado, un supermercado o un cine (as¨ª dec¨ªa textualmente el plan de choque), para que all¨ª, debidamente refrescados, pasaran el d¨ªa sin mayores contratiempos. De inmediato, todos los viejos italianos formularon una pregunta pertinente: "?Y qu¨¦ vamos a hacer durante 12 horas en el interior de un supermercado?", porque en el cine, estaba claro, pod¨ªan ver pel¨ªculas. No se sabe c¨®mo pensaban resolver esas horas en el supermercado, quiz¨¢ una secci¨®n especial en las bodegas para que anduvieran por all¨ª paseando a su aire entre contenedores y cajas de cart¨®n, o una fila de sillas en el pasillo de los l¨¢cteos, o en el de los libros y peri¨®dicos para que pudieran leer y entretenerse. Tambi¨¦n podr¨ªan haber colocado una secci¨®n de camas entre los licores y la charcuter¨ªa, y que all¨ª la clientela hiciera su compra habitual en silencio respetando el sue?o de los viejos, o que los m¨¢s acalorados se sentaran en los refrigeradores de las lechugas y los tomates, y aqu¨ª era, pensaba yo entonces, donde el plan de choque hubiera empezado a arrojar resultados verdaderamente positivos, cuando una se?ora dijera: "Me llevo a este se?or de la estanter¨ªa que vive solo" mientras otro, un pasillo m¨¢s all¨¢, pensaba: "Yo me llevo a esta se?ora que est¨¢ solita en el refrigerador de la verdura", y as¨ª, poco a poco, los viejos italianos que no disfrutaran de la vida solitaria hubieran ganado una nueva familia. Todo esto lo imagin¨¦ entonces a partir de ese plan de choque que al final, hasta donde s¨¦, no se hizo; sin embargo, abri¨® una brecha para pensar en las funciones alternas que puede tener un supermercado, como este de Mitre y Fleming adonde voy cada vez que puedo a escuchar m¨²sica: entro a la tienda, saludo al polic¨ªa y me paseo por los pasillos, haciendo como que observo los productos, disfrutando, seg¨²n la ¨¦poca del a?o, del aire acondicionado o la calefacci¨®n, y paladeando esa banda sonora espl¨¦ndida por donde circulan Led Zeppelin, Van Morrison, Cream, Frank Zappa; m¨¢s de una vez he tenido que sentarme en una estanter¨ªa, en medio de un destacamento de botellas de Font Vella, a disfrutar de alg¨²n requinto magistral. Al final me voy sin comprar nada, salgo a la calle con un estribillo pegado que voy canturreando machaconamente hasta que se desvanece.
M¨²sica de ambiente. La compa?¨ªa KLM ofrece repertorio 'indie rock' al pasaje. El supermercado de la esquina no se queda corto
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