Inacabable Camps
Hace dos a?os, Francisco Camps acced¨ªa al cargo de president de la Generalitat. Con motivo de esa conmemoraci¨®n, Canal 9 organiz¨® el jueves 26 de mayo un especial informativo en el que estaba previsto que el pol¨ªtico respondiera a las preguntas de los directores de la prensa de Valencia. Se trataba de hacer balance de su gesti¨®n, pero sobre todo se trataba -o eso cre¨ªamos- de someterse a la educada inquisici¨®n de los periodistas. Conducido el espacio por Llu¨ªs Motes, el programa fue un ejercicio imposible de pesquisa y de an¨¢lisis. El formato r¨ªgido de esa emisi¨®n televisiva lo imped¨ªa. Alguno de los comparecientes no se content¨® con el papel de comparsa que se le ten¨ªa reservado y, por ello, se mostr¨® pugnaz e incluso correoso formulando demandas bien concretas o planteando los incumplimientos del Gabinete o preguntando por medidas y providencias.
Fue, sin embargo, imposible: cualquier ejercicio de interlocuci¨®n era r¨¢pidamente sofocado. Por una parte, Llu¨ªs Motes, el hombre de la sonrisa intempestiva, llamaba al orden exigiendo mayor concreci¨®n al periodista inquisitivo; por otra, Francisco Camps se pon¨ªa enso?ador, novelero e inacabable haciendo un balance fantasioso e insustancial de su gesti¨®n. Dur¨® algo m¨¢s de hora y media y en ese espacio el president admiti¨® que "todo tiene soluci¨®n", que "las cosas se solucionan hablando y buscando lo mejor", que "si no hubiera problemas, no habr¨ªa vida". Sic.
Hablar bien en p¨²blico, hacerlo con ¨ªmpetu, manifestarlo con recursos concluyentes no garantizan la calidad y la verdad del pol¨ªtico, alguien que est¨¢ obligado a adoptar las disposiciones acomodadas o a establecer las metas precisas. La elocuencia improcedente y el torrente verbal son una patolog¨ªa de la facundia, de la charlataner¨ªa. Cada vez m¨¢s, nuestros gobernantes sustraen sus palabras del control parlamentario y vierten sus discursos sobre los medios de comunicaci¨®n. Peroran, conceden ruedas de prensa, dan entrevistas, hacen declaraciones, firman art¨ªculos de opini¨®n como propagandistas de s¨ª mismos. No hay nada de criticable en que nuestros representantes se expresen, y que lo hagan en la televisi¨®n incluso. Pero cuando las preguntas de los periodistas merecen respuestas interminables o parlamentos que son ch¨¢chara de spot, entonces no hay deliberaci¨®n: s¨®lo ampulosas, afectadas y redundantes palabras.
Ante una queja inc¨®moda del periodista curioso, el requerido, Francisco Camps, relataba una f¨¢bula, una historia mitad realidad mitad patra?a -pero eso s¨ª: veros¨ªmil-, una historia que permitiera achacar los errores a otros o relegar lo incumplido a un porvenir siempre quim¨¦rico. De lo que se trataba era de enmara?ar con un discurso trabado en el que todas las cosas encajaran aparentemente, un discurso pronunciado con confianza, con simulada franqueza, con buena inflexi¨®n, sin furor ni malas maneras. ?C¨®mo nos va a mentir alguien tan gentil? ?Qui¨¦n se va a enojar con alguien que se expresa con cordiales palabras? La buena crianza es imprescindible en pol¨ªtica y los modales (los procedimientos) son el fundamento de la democracia. El president trataba con deferencia, los invitados (los periodistas) estaban obligados a respetarle, vigilados de cerca por un ¨¢rbitro casero, y no pod¨ªan replicar seriamente, con controversia, al contrincante protegido. Cuando se da, hablar con cortes¨ªa y con urbanidad es una ventaja del parlamentarismo y debemos felicitarnos por esa ganancia y ese refinamiento. Pero que este presunto di¨¢logo sea la manera y el procedimiento frecuentes no significa que estemos operando democr¨¢ticamente, favoreciendo la deliberaci¨®n. Podemos ser educados obrando con deferencia y con amable trato y, al mismo tiempo, negar legitimidad y fundamento a la palabra del rival. "Se equivoca usted. Perm¨ªtame revelarle la verdad e indicarle en qu¨¦ yerra y por qu¨¦ hace una glosa torcida de lo que es cierto y se empe?a en negar", podr¨ªamos parafrasear a Camps.
El president evit¨® el l¨¦xico embarazoso reemplaz¨¢ndolo por otro que no incomodara, utiliz¨® pamplinas de mitin, lugares comunes o asertos universales que nadie en su sano juicio negar¨ªa, plante¨® alternativas que no eran tales, alter¨® el sentido compartido de las palabras, enunci¨® generalizaciones vagas como si fueran datos documentados, pero, especialmente, sostuvo algo y su contrario dentro de un serm¨®n interminable. Estos recursos que enumero fueron s¨®lo algunos de los expedientes ret¨®ricos que emple¨® el president para largarnos su timo verbal. Podr¨ªa decir m¨¢s, podr¨ªa indicarles otros, pero mejor me callo, no sea que me vayan a imputar la charlataner¨ªa que yo atribuyo a don Francisco Camps.
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