Voluntad de morir
Tal vez la historia de ciertos pa¨ªses ser¨ªa menos esot¨¦rica, para no decir indescifrable, si pusi¨¦ramos en tela de juicio la creencia, apuntalada y universalizada desde el optimismo filos¨®fico del Siglo de las Luces, seg¨²n la cual forma parte de la naturaleza de todos los pueblos la vocaci¨®n de progreso, justicia y libertad. Porque, aunque es indudable que esta predisposici¨®n parece existir, en efecto, en las sociedades que han evolucionado desde la escasez hasta la prosperidad y desde el absolutismo hacia la democracia, lo cierto es que hay otras en las que aquel impulso natural colectivo brilla por su ausencia y, en su reemplazo, parece prevalecer una clara preferencia por el estancamiento, la involuci¨®n hist¨®rica y hasta el suicidio econ¨®mico y social.
Las razones por las que esta naturaleza reaccionaria y antimoderna se enra¨ªza en una sociedad son muy variadas -ideol¨®gicas, religiosas, culturales- y, afortunadamente, cambiantes, lo que significa que, en distintas ¨¦pocas de su desenvolvimiento, un mismo pa¨ªs puede estar en la vanguardia del progreso y en el furg¨®n de cola de la modernidad. Los casos ejemplares de este fen¨®meno son, en Europa, Francia y, en Am¨¦rica Latina, Argentina. Probablemente pocas naciones han hecho avanzar tanto el progreso social, econ¨®mico y cultural en el mundo como Francia, sin cuyos pensadores, artistas, estadistas, y sin la voluntad transformadora y modernizadora de vastas capas de su poblaci¨®n en los siglos XVIII y XIX, el mundo ser¨ªa infinitamente m¨¢s pobre y menos libre de lo que es hoy. ?Por qu¨¦ se ha extinguido ese esp¨ªritu en la sociedad francesa y lo ha reemplazado ese terrible letargo y resistencia a la modernizaci¨®n que est¨¢, paso a paso, hundiendo cada d¨ªa m¨¢s a Francia en una decadencia que parece irreversible? La Francia de la Enciclopedia y de les philosophes que invent¨® el universalismo, proclam¨® los Derechos del Hombre, inaugur¨® la secularizaci¨®n de la cultura, es hoy una sociedad profundamente conservadora y reaccionaria, tratando desesperada y absurdamente de oponerse a la gran revoluci¨®n de nuestro tiempo que es la globalizaci¨®n y oponi¨¦ndole un nacionalismo anacr¨®nico y cerril, del que, aunque utilizando argumentos distintos, se alimentan pr¨¢cticamente todas las fuerzas pol¨ªticas, desde el fascista Le Pen hasta la extrema izquierda comunista y trotskista, pasando por gaullistas, republicanos, socialdem¨®cratas y socialistas. El sector moderno y liberal es, pol¨ªticamente hablando, insignificante y sin posibilidad alguna en lo inmediato de revertir este lento avance de la sociedad francesa hacia el abismo.
Esta involuci¨®n recuerda la de la Argentina. Ya casi todo el mundo ha olvidado, luego del tr¨¢gico espect¨¢culo del pa¨ªs en los ¨²ltimos decenios, que esta naci¨®n fue una de las m¨¢s ricas y progresistas del mundo, una verdadera potencia industrial a principios del siglo veinte, con un sistema educativo comparable a los mejores del planeta, que acab¨® con el analfabetismo antes que tres cuartas partes de Europa lo consiguieran, y que, a mediados del siglo veinte, ten¨ªa todav¨ªa -aunque los desafueros del peronismo ya hab¨ªan comenzado la tarea de zapa y demolici¨®n de su prosperidad- una vasta clase media, emprendedora, culta, y de un alt¨ªsimo nivel de vida. (?Alguien recuerda que esa Argentina rica envi¨® harina y carne a la pobr¨ªsima Espa?a de la posguerra?). En menos de medio siglo, sin que mediara ninguna raz¨®n natural, ¨²nica y exclusivamente por la incompetencia demag¨®gica de su dirigencia pol¨ªtica, y la ceguera y sinraz¨®n con que enormes sectores populares apoyaron los desvar¨ªos de aqu¨¦lla -nacionalizaciones, populismo desenfrenado, intervencionismo estatal en la econom¨ªa, mercantilismo y corrupci¨®n- Argentina ha conseguido la haza?a de regresar al tercermundismo del que fue uno de los primeros pa¨ªses en salir, y debatirse, ahora, en sus inevitables secuelas: pobreza, desempleo, crispaci¨®n social, marginaci¨®n, y una astron¨®mica deuda que gravitar¨¢ mucho tiempo como lastre asfixiante sobre todo plan de reforma y desarrollo. Produce v¨¦rtigo comprobar que el mayor responsable de esta cat¨¢strofe hist¨®rica sin parang¨®n, el peronismo, siga gozando en Argentina del favor popular al extremo de haber erradicado a todo otro competidor en la liza electoral en un futuro m¨¢s o menos pr¨®ximo. Si esto no es vocaci¨®n de suicidio, no s¨¦ qu¨¦ es.
?Y c¨®mo llamar a esa fant¨¢stica carrera en la que parece haberse lanzado el pueblo boliviano hacia su ruina y desintegraci¨®n? En 1985, en su cuarta presidencia, V¨ªctor Paz Estensoro tuvo el coraje de llevar a cabo reformas radicales e inequ¨ªvocamente modernizadoras, que salvaron a la sociedad boliviana del caos de una hiperinflaci¨®n astron¨®mica en la que los precios cambiaban tres veces al d¨ªa y el valor de los salarios se escurr¨ªa entre los dedos de los trabajadores apenas los cobraban. El gran sacrificio que esto signific¨®, el pueblo boliviano lo soport¨® con estoicismo, apoyando las medidas modernizadoras: la privatizaci¨®n del sector p¨²blico, los incentivos a la inversi¨®n extranjera, el apoyo a la exportaci¨®n, y, en suma, la reversi¨®n de la tendencia populista, intervencionista y estatizadora, impulsada por el propio Paz Estensoro en los a?os cincuenta, que hizo de Bolivia uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres e inestables del planeta.
Las reformas dieron resultados apreciables y la econom¨ªa boliviana comenz¨® a crecer, a atraer capitales extranjeros, y su vida pol¨ªtica a estabilizarse, por primera vez en una historia en la que nunca antes un presidente elegido democr¨¢ticamente hab¨ªa podido terminar su mandato. Hab¨ªa elecciones libres y alternancia en el poder. La pol¨ªtica econ¨®mica se manten¨ªa y muchos pa¨ªses latinoamericanos empezaron a mirar con envidia y admiraci¨®n al pa¨ªs del Altiplano. Entonces, los dioses, o tal vez el diablo, decidieron premiar la sensatez de los bolivianos haci¨¦ndoles descubrir en su subsuelo vast¨ªsimos yacimientos de gas y de petr¨®leo. Fue la cat¨¢strofe. La aparici¨®n de esa riqueza, que en cualquier sociedad normal s¨®lo hubiera provocado alborozo y alentado la voluntad de progreso nacional, en Bolivia tuvo un efecto catacl¨ªsmico: la antigua demagogia populista resucit¨®, gan¨® las calles, y, capitaneada por supuestos l¨ªderes "ind¨ªgenas" como Evo Morales (del Movimiento al Socialismo) y Felipe Quispe (Movimiento Indigenista Pachacutik), desencaden¨® una crisis que ya tumb¨® al presidente S¨¢nchez de Losada y amenaza ahora con tumbar a quien lo sucedi¨®,el presidente Carlos Mesa, y sumir al pa¨ªs, adem¨¢s de la par¨¢lisis econ¨®mica en que ya se encuentra, en la anarqu¨ªa, una guerra civil o un golpe de Estado y precipitar acaso el desmembramiento territorial de Santa Cruz, la regi¨®n m¨¢s afluente y m¨¢s moderna de Bolivia. ?C¨®mo calificar a todo este proceso sino llam¨¢ndolo locura colectiva, peste de estupidez?
Es una ingenuidad de europeos amantes del exotismo creerse aquello de que el dirigente de los cocaleros bolivianos y el gran hacedor del desbarajuste en que se halla su pa¨ªs, Evo Morales, es un "ind¨ªgena" luchando por mejorar la suerte de su comunidad ¨¦tnica. En verdad, es un criollo lenguaraz, vivo como una ardilla, y que no se propone resucitar el Imperio de los Incas, ni el Tiahuanacu, sino seguir las huellas de sus maestros, amigos y mentores, Fidel Castro y Hugo Ch¨¢vez (este ¨²ltimo es, adem¨¢s, el financista del MAS), capturando el poder absoluto e instalando en Bolivia una dictadura marxista. No es imposible que lo consiga por la v¨ªa democr¨¢tica de las urnas. En las ¨²ltimas elecciones sali¨® segundo, a muy poca distancia del vencedor, y ahora domina las calles, apoyado por sectores campesinos y mineros y por la COB, la Central Obrera Boliviana. Su popularidad s¨®lo es explicable por aquella pulsi¨®n de muerte que, seg¨²n Freud, se disputa en el l¨¦gamo de la personalidad humana con la er¨®tica la orientaci¨®n de la vida y va trazando, desde el inconsciente, el destino del individuo. Evo Morales ha conseguido paralizar dos intentos de dar una ley de hidrocarburos que permita a Bolivia beneficiarse de los yacimientos de gas y de petr¨®leo y quemar etapas en el desarrollo, creando puestos de trabajo y elevando los niveles de vida de los sectores desfavorecidos. Y ha declarado, sin empacho, que es preferible que estas riquezas permanezcan en el subsuelo en vez de servir para enriquecer a "las compa?¨ªas capitalistas y al imperialismo". O sea, ya sabe el pueblo boliviano lo que le espera si el popular Evo Morales toma el poder.
Ante este riesgo, hay irresponsables que creen que el mal menor es llamar a los cuarteles y entregar el gobierno a un Pinochet. Es decir, apagar el incendio echando chorros de alcohol y keroseno a las llamas. Si los cuartelazos y los caudillos militares resolvieran los problemas, Bolivia ser¨ªa Suiza o Suecia, no Bolivia. Porque en sus doscientos a?os de historia republicana ha tenido m¨¢s golpes de Estado y m¨¢s dictadores militares que todos los otros pa¨ªses de la Tierra. En verdad, a ello se deben en gran medida su postraci¨®n, sus desigualdades abismales, su atraso. Una dictadura no es jam¨¢s la soluci¨®n.
Hay que aceptar la democracia con todas sus consecuencias. Hoy en d¨ªa, el pa¨ªs m¨¢s aislado sabe perfectamente, examinando su pasado o el presente de muchos de sus vecinos, lo que significa acabar con el Estado de Derecho, y entregar el poder a un Fidel Castro, a un Fujimori, a un Hugo Ch¨¢vez, a un Somoza, a un Trujillo, a un Papa Doc. Si, a pesar de ello, teniendo la oportunidad de escoger, elige suicidarse, yo creo que su vocaci¨®n tan¨¢tica, masoquista, debe ser respetada. Que experimente en carne propia las secuelas de su libre decisi¨®n. Tal vez as¨ª aprenda, reaccione, cambie. Afortunadamente, la historia moderna est¨¢ llena de ejemplos de sociedades que, rendidas ante la fascinaci¨®n de un dictador -Hitler, Mussolini, Franco, Salazar, Pinochet-, despu¨¦s de pasar por el horror, han aprovechado la lecci¨®n y son hoy sociedades donde la democracia parece irreversible. O, tal vez, no, y prefiera perseverar en el error. All¨¢ ella.
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