Verdi puede con todo
Se mire por donde se mire, la programaci¨®n de una ¨®pera como Don Carlo es siempre un acontecimiento, y ello, independientemente de que sea una nueva producci¨®n o una reposici¨®n, como en esta ocasi¨®n, o que se elija la versi¨®n francesa o alguna de las italianas. Adem¨¢s de ser una de las mejores ¨®peras de Verdi, con lo que ello significa, es una prueba de fuego para evaluar la calidad art¨ªstica de un teatro al requerir, entre otras exigencias, un reparto vocal con muchos papeles de primer nivel. Por si fuera poco, el Real cuenta en su repertorio esc¨¦nico con el espectacular montaje de Hugo de Ana y ten¨ªa adem¨¢s que sacarse la espina de las representaciones de 2001, donde lo musical, tanto orquestal como vocalmente, no estuvo a la altura de las circunstancias, salvo alguna intervenci¨®n aislada. Esta vez, al menos sobre el papel, tanto las voces como la batuta ofrec¨ªan otro tipo de expectativas que, en gran medida, se han cumplido.
Don Carlo
De Giuseppe Verdi. Con Roberto Scandiuzzi (Felipe II), Vincenzo La Scola (Don Carlos), Roberto Frontali (Rodrigo, Marqu¨¦s de Posa), Askar Abdrazakov (El Gran Inquisidor), Ana Mar¨ªa S¨¢nchez (Isabel de Valois) y Dolora Zajick (Princesa de ?boli), entre otros. Coro y Orquesta Sinf¨®nica de Madrid. Director musical: Jes¨²s L¨®pez Cobos. Director de escena, escen¨®grafo y figurinista: Hugo de Ana. Coproducci¨®n con los teatros Carlo Felice de G¨¦nova y Regio de Tur¨ªn. Teatro Real, Madrid, 29 de mayo.
Don Carlo es, en primer lugar, una ¨®pera de sentimientos, algo prioritario en todo el teatro musical de Verdi. Ello, al margen de que sea su t¨ªtulo m¨¢s pol¨ªtico y que contenga -como dice Jos¨¦ Luis T¨¦llez, que sabe de Verdi lo que no est¨¢ escrito, en uno de los textos del programa de mano-, "los cuatro elementos m¨¢s arraigados y caracter¨ªsticos del Verdi maduro: la oposici¨®n entre Ley y Deseo; la presencia trascendental del Padre; la denuncia de la dictadura desde posiciones liberales, y un saludable y en¨¦rgico anticlericalismo". La ¨®pera est¨¢, en cualquier caso, cargada de emociones humanas y ello es algo que deben transmitir todos sus int¨¦rpretes, con la voz, con la batuta y quiz¨¢s tambi¨¦n con el montaje, aunque esto ¨²ltimo es m¨¢s discutible, sobre todo si se opta por una soluci¨®n en que lo escenogr¨¢fico prima sobre lo teatral y la descripci¨®n de ambientes sobre la psicolog¨ªa de los personajes.
L¨®pez Cobos comenz¨® contenido, sabiendo que la faena era larga y hab¨ªa que administrarse y llegar en forma hasta el final. Lo consigui¨®. Su direcci¨®n se podr¨ªa definir como elegante en el sentido de transparente. Un ejemplo: el trazo con que acompa?¨® el aria de Felipe II al comienzo del tercer acto, con melancol¨ªa en los violoncellos, dulzura en los violines y claridad virtuosa en el oboe. Permiti¨® as¨ª a Roberto Scandiuzzi uno de los momentos m¨¢s emotivos de la noche, m¨¢s humanos desde la inmediatez y es una l¨¢stima la falta de fuerza que mostr¨® vocalmente el Gran Inquisidor en la escena posterior, porque durante esta fase de la ¨®pera Hugo de Ana estaba mostrando una cercan¨ªa sepultada en otras escenas por la tendencia al exceso esteticista. No con la biblioteca polvorienta, desde luego, ni con la sensaci¨®n de soledad y desamparo que consigui¨® del monarca. Pero, a lo que ¨ªbamos, la orquesta est¨¢ evidentemente en buena forma y L¨®pez Cobos consigui¨® de ella una lectura homog¨¦nea y sin excesos de la ¨®pera, concertando con acierto y sin p¨¦rdidas de tensi¨®n, a pesar del dramatismo controlado.
Dolora Zajick se sali¨® del gui¨®n de la pulcritud y puso el arrebato, el temperamento teatral, el atrevimiento y la energ¨ªa verdiana en su aria del tercer acto, con la que arranc¨® la ovaci¨®n m¨¢s intensa de la noche. Es una cantante de car¨¢cter, ideal para cierto tipo de personajes de ¨®pera con las pasiones al l¨ªmite. Tiene adem¨¢s coraje a raudales, por lo que su O don fatale produjo el efecto de un volc¨¢n en erupci¨®n. Vincenzo La Scola comenz¨® titubeante su aria de salida, sin tiempo para calentar la voz, pero despu¨¦s se vino arriba y, a pesar de alg¨²n pasaje irregular, termin¨® en punta mostrando una voz de peso verdiano y grato color. M¨¢s r¨ªgido se mostr¨® Roberto Frontali y, como se apuntaba m¨¢s arriba, bastante plano Abdrazakov. En cuanto a nuestra Ana Mar¨ªa S¨¢nchez tiene todav¨ªa bastante verde el personaje de Isabel de Valois. Su componente l¨ªrica, a partir de su estupenda zona central, luci¨® sobradamente en el aria del ¨²ltimo acto, pero en el d¨²o posterior con el tenor y en algunos momentos anteriores estuvo limitada de expresividad, algo extra?o en esta cantante tan id¨®nea para este repertorio. Como en 2001, Roberto Scandiuzzi, uno de los pocos supervivientes de aquellas representaciones de esta producci¨®n en el Real, volvi¨® a mostrar profundidad en la comprensi¨®n del complejo personaje de Felipe II.
El dominio aplastante de la componente escenogr¨¢fica en estas representaciones invita a alguna consideraci¨®n adicional sobre el trabajo de Hugo de Ana y sus equipo, ya sin el efecto sorpresa de cuando este montaje se vio hace cuatro a?os. El trabajo es de una factura impecable y entra en la categor¨ªa de lo que podr¨ªa definirse como belleza pict¨®rica o escult¨®rica de pretensiones m¨¢s ambientales u ornamentales que propiamente descriptivas. ?Primero, la est¨¦tica; luego, tal vez, Verdi? Es posible. De todas maneras es una opci¨®n v¨¢lida. El componente b¨¢sico de la escena son las columnas de corte monumental y asfixiante (como tambi¨¦n lo eran para Herbert Wernicke en su montaje de Salzburgo de esta obra, aunque con una intencionalidad m¨¢s narrativa). La iluminaci¨®n es extraordinaria y contribuye lo suyo a la belleza del arranque con ese tel¨®n que se va desvaneciendo en beneficio de lo que ocurre en escena, o a la embriagante y seductora escena del velo en el l¨ªmite del manierismo partiendo de una delicadeza colorista a lo Watteau y un sentido de la composici¨®n hechizante. La grandilocuencia domina en la escena de Atocha con banderas al viento como recurso superconvencional o en el final de la obra con una escultura que aplasta a los personajes e introduce un sentimiento de distancia. Algunas escenas como la de la rebeli¨®n popular est¨¢n, simplemente, mal resueltas y otras, como la citada de la biblioteca, son impecables por la intensidad de los sentimientos que transpiran.
Babelia
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