La brecha
DESPU?S DE FRANCIA, Holanda toma y ensancha la senda del no. Los holandeses han ido incluso m¨¢s lejos que los franceses: han osado poner en cuesti¨®n el sacrosanto euro. Por lo dem¨¢s, han ratificado que el modelo multiculturalista, lejos de resolver los problemas vinculados a la inmigraci¨®n, los agrava y genera malestar, miedo y desconfianza. Y que esta desconfianza va directamente dirigida a la tecnoburocracia gobernante, ya sea en Bruselas o en La Haya. La brecha ya es imposible de disimular. El Parlamento holand¨¦s hubiese aprobado por ampl¨ªsima mayor¨ªa la misma Constituci¨®n europea que los ciudadanos holandeses han rechazado con alta participaci¨®n y un 60% de votos negativos. ?A qui¨¦n representan los partidos pol¨ªticos holandeses? La crisis de la relaci¨®n de representaci¨®n es manifiesta. Tambi¨¦n en Francia se habr¨ªa dado esta abismal diferencia entre el voto de los electos y el voto de los ciudadanos. Y otros pa¨ªses se han cuidado de evitar el refer¨¦ndum para no tener que pasar por esta amarga constataci¨®n.
Sin embargo, de lo que est¨¢ ocurriendo en torno a la Constituci¨®n europea se puede decir todo menos que sea sorprendente. Y el malestar holand¨¦s con el euro es ¨²til para explicar el porqu¨¦ del gran desencuentro que vive Europa. En los tiempos que corren nada pesa tanto en el imaginario ciudadano como el dinero: el poder simb¨®lico de compartir la misma moneda, de llevar en el bolsillo los mismos billetes, parec¨ªa definitivo. Era un paso hacia la integraci¨®n europea mucho m¨¢s determinante que cualquier pacto o tratado que renovara las promesas fundacionales. Pues bien, los holandeses ni siquiera est¨¢n satisfechos con el euro. Y tiene su l¨®gica: la moneda ¨²nica era la culminaci¨®n de una fase de construcci¨®n de la Uni¨®n Europea guiada casi exclusivamente por la econom¨ªa. Pero, por su poder simb¨®lico, el euro anunciaba la entrada inevitable e ineludible en la segunda fase: la de la construcci¨®n pol¨ªtica. La construcci¨®n pol¨ªtica significa dar protagonismo a la ciudadan¨ªa, poner en sus manos la ¨²ltima palabra, es decir, la decisi¨®n sobre la soberan¨ªa. A nadie puede sorprender que llegado este momento se produzcan serios problemas de encaje y se agudicen las tensiones entre la tecnoburocracia y la ciudadan¨ªa, repentinamente convocada a validar un proceso que siempre se hab¨ªa realizado desde arriba.
Para mayor complicaci¨®n, el proceso europeo se abre al p¨²blico en tiempos de gran mudanza, con los referentes sociales y culturales desestabilizados por la aceleraci¨®n producida por la globalizaci¨®n; coincide con la ampliaci¨®n de la Uni¨®n Europea que convierte a los vecinos olvidados del Este en socios, y viene despu¨¦s de dos a?os de duros enfrentamientos internos, en que la guerra de Irak dividi¨® a Europa en dos: el bloque atlantista y el bloque europe¨ªsta, con muchas dosis de oportunismo y demagogia por ambas partes.
Si a ello a?adimos la compleja situaci¨®n de los dos principales pa¨ªses europeos, Francia, en busca de un autor que le reescriba el relato identitario perdido, y Alemania, en plena crisis de su condici¨®n de para¨ªso de la clase trabajadora, es comprensible que todo lo que est¨¢ ocurriendo suene a terremoto. Lo que Europa est¨¢ haciendo se enuncia muy f¨¢cilmente, pero cada vez que se ha intentado algo parecido ha costado sangre y siglos: metamorfosear una serie de naciones cargadas de historia en una entidad pol¨ªtica supranacional capaz de defender los intereses conjuntos con firmeza y de tener verdadero protagonismo en el mundo. Ni m¨¢s ni menos.
?Ha fallado la direcci¨®n pol¨ªtica del proceso? Sin duda. Los gobernantes europeos no han sabido hacer de puente entre la tecnoburocracia de Bruselas y la ciudadan¨ªa, entre otras cosas porque forman parte de ella. El intento -conforme a la ideolog¨ªa corriente- de convertir la pol¨ªtica en una cuesti¨®n t¨¦cnica, pretendiendo disolver los conflictos en recetas econ¨®micas, sirve hasta que la gente dice basta. Los desencuentros de este proceso son perfectamente normales. Pero es descorazonador constatar que los gobernantes no tienen otra respuesta que ganar tiempo. Lo cual s¨®lo favorece a la idea inglesa de Europa: desactivar cualquier proyecto pol¨ªtico y volver a la estricta unidad econ¨®mica. ?Hay alguien capaz de decir sent¨¦monos y reactivemos la Uni¨®n Europea atendiendo las se?ales que la gente emite? Los l¨ªderes de los tres principales pa¨ªses europeos son ya l¨ªderes terminales. El m¨¢s fresco de los gobernantes europeos probablemente es Zapatero, que s¨®lo representa un pa¨ªs medio; est¨¢ todav¨ªa verde en pol¨ªtica internacional y tiene bastante mal engrasada la maquinaria de exteriores.
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