Una supernova en Campus Stellae
La Ciudad de la Cultura ser¨¢ algo as¨ª como un espejismo, compuesta ¨²nicamente de las joyas que todas las ciudades codician, sin ninguno de los prosaicos acompa?amientos que hacen de las poblaciones lugares grises y mon¨®tonos en las que unas pocas piezas -bibliotecas, archivos, teatros y las actividades que generan- acaparan todo el atractivo. Esa condici¨®n es a la vez una virtud y un riesgo, ya que el contenido y el programa de esas instituciones determinar¨¢n en gran medida el valor y la longevidad de un lugar dedicado en exclusiva a la cultura. El primer paso hacia ese futuro ya se ha dado, con una arquitectura realmente incomparable.
Bien es sabido que una cosa son las intenciones y otra muy distinta su realizaci¨®n. La idea de la Ciudad de la Cultura es en s¨ª grandiosa y visionaria; pocos arquitectos han sido capaces de estar a la altura de las circunstancias. La mayor¨ªa de estas grands chantiers en Europa, Am¨¦rica y Asia se han traducido en edificios aislados: la nueva Biblioteca Nacional de Par¨ªs, la Canciller¨ªa de Berl¨ªn o el Getty Center de Los ?ngeles son sin duda program¨¢ticamente complicados y vastos en escala, sin embargo se han resuelto estrictamente desde la arquitectura, con su lenguaje y sus convenciones. La Ciudad de la Cultura, no. En ella, emplazamiento e historia se han unido en una espectacular superaci¨®n de lo que habitualmente se entiende por arquitectura.
La historia ha dejado por duplicado su impronta en la Ciudad de la Cultura, pues su arquitecto, el neoyorquino Peter Eisenman, ha transferido las calles de la ciudad de Santiago de Compostela a sus planos para la nueva ciudad; no copi¨¢ndolas literalmente, sino traduci¨¦ndolas a pasajes y patrones, parecidos a las vetas de un bloque de m¨¢rmol. Adem¨¢s, Eisenman ha tomado el tradicional emblema de Santiago, la concha de peregrino, fundiendo sus bordes con las calles y situando un volumen con esa forma sobre la colina desde la que se divisa la ciudad. En el casco hist¨®rico de Santiago existe un lugar rec¨®ndito en el cual el pasado y el futuro se miran de manera conmovedora: el encantador parque de ?lvaro Siza, situado por encima del Museo de Arte Contempor¨¢neo. No contento con tal acumulaci¨®n de pasado -o tan sutil acercamiento al futuro-, Eisenman ha extendido su ambici¨®n al ondulado perfil de las monta?as gallegas y a su compleja formaci¨®n geol¨®gica. De pie sobre las placas de cuarcita reci¨¦n colocadas en la cubierta de la hemeroteca (cuyas obras son las m¨¢s adelantadas de los seis edificios planeados), casi puede sentirse la continuidad con las cimas cercanas e imaginarse las futuras cubiertas del resto de edificios fundi¨¦ndose con los horizontes cercanos y lejanos.
Eisenman sit¨²a su arquitectura dentro del espect¨¢culo de la naturaleza, trazando el rastro de una civilizaci¨®n milenaria a la vez que excava la masa de sus edificios con prop¨®sitos modernos. Haci¨¦ndose eco del amplio paisaje de Galicia, Eisenman otorga significado e intenci¨®n a la ambici¨®n pol¨ªtica del edificio. Ninguna imagen puede hacer justicia a la asombrosa complejidad de una ciudad tan simb¨®lica, s¨®lo una arquitectura tan abigarrada como la de Eisenman es capaz de encerrar las resonancias de nuestro tiempo. El presente se hace notar en las fachadas compuestas y en los interiores diferenciados hasta el infinito. Los intrincados pavimentos resultan fascinantes y los techos se desgajan y se precipitan en vertiginosas superficies curvas.
S¨®lo una mente tan enamo-
rada de las vicisitudes como la de Eisenman y s¨®lo una imaginaci¨®n arquitect¨®nica empe?ada en envolverlas son capaces de resolver la idea de un edificio como ¨¦ste. Que nadie diga que las ideas est¨¢n de m¨¢s en estos lugares donde se guardan los registros de nuestra cultura y donde disfrutamos de los productos de sus creaciones. Imagino el d¨ªa en que al acceder a la sala de lectura de la hemeroteca, uno se sienta tocado por las contorsiones y los impactantes cambios de nuestra ¨¦poca. Ni los espacios g¨®ticos, ni siquiera los barrocos, consiguieron materializar las complejas ideas de su tiempo de un modo tan locuaz como lo hacen los suelos y los techos de la Ciudad de la Cultura. Para que una arquitectura de este calibre demuestre su potencia es imprescindible que la Ciudad de la Cultura llegue a completarse. Entonces brillar¨¢ con luz propia en el firmamento espa?ol.
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