El capit¨¢n de la arena
Y de repente, no s¨¦ por qu¨¦, me acord¨¦ de Jorge Amado. Tal vez debido a una fotograf¨ªa en la que estamos los dos, junto a Ernesto S¨¢bato, en un restaurante de Par¨ªs. S¨¢bato se cansa porque vive en un drama interior perpetuo, casi teatral, una especie de dureza de vientre cr¨®nica del alma, de la que nos hablaba con angustia pomposa. Jorge Amado, por el contrario, ten¨ªa una bonachona alegr¨ªa de vivir. Peque?o, redondo, de voz gruesa y lenta, siempre me gust¨® m¨¢s ¨¦l que sus libros, casi todos ahora con demasiadas bisagras. Hicimos un viaje por el sur de Francia con Gis¨¨le Freund, la extraordinaria fot¨®grafa que retrat¨®, por ejemplo, a Virginia Woolf y a Joyce, min¨²scula, ya muy vieja, con unos ojos completamente transparentes de inteligencia e iron¨ªa. Pocas personas, hasta hoy, me han impresionado tanto como esa mujer que, al re¨ªrse, parec¨ªa hecha de piezas que se desencajaban unas de otras y ca¨ªan al suelo con ruiditos musicales. Al ponerse seria recog¨ªa los fragmentos y se rehac¨ªa muy despacio: hab¨ªa siempre uno o dos que quedaban fuera de lugar. A veces un brazo se colocaba en el sitio de la frente o una pierna le nac¨ªa de la espalda: Gis¨¨le Freund era un modelo para armar compuesto por un ni?o distra¨ªdo. S¨®lo la c¨¢mara, siempre colgada del cuello, se manten¨ªa intacta, escrut¨¢ndonos con su ¨²nico ojo de lechuza. Jorge Amado segu¨ªa eternamente en su sitio, montadito como es de rigor, todo canas y dobles mentones intactos: posaba su palma en mi hombro con un afecto de oso campechano. Creo que nos conocimos cuando sali¨® en Francia Fado alejandrino y ¨¦l me envi¨® una carta con la cr¨ªtica de Jean Clementin: "una cr¨ªtica as¨ª, escrita por Jean Clementin, es la gloria". Las cartas de Jorge Amado eran documentos sorprendentes: tecleados en una m¨¢quina que se adivinaba muy antigua y con la cinta gastada y corregidos a mano con a?adiduras, supresiones, entrel¨ªneas. Ajeno a la envidia, nunca le o¨ª hablar mal de nadie: captaba una cualidad cualquiera en el peor canalla y lo valoraba por eso. Pas¨¦ ma?anas con ¨¦l viajando en metro
Jorge Amado fue el individuo m¨¢s joven que se me cruz¨® en la vida
(le encantaba el metro)
de modo que me daba la impresi¨®n de que conoc¨ªa mejor las lombrices de la Tierra que los monumentos de Par¨ªs. Y observaba el andar de las mujeres apoyadas en el v¨¦rtice de sus tacones con un enternecimiento de abuelo benigno. Su amistad estaba llena de pudor y atenci¨®n
(-?Qu¨¦ te pasa, muchacho?)
y ya ven¨ªa su gruesa palma a calmar a los perros negros que se devoraban dentro de m¨ª. Hombre de gran arrojo f¨ªsico y moral, abandon¨® el Partido Comunista con una honestidad admirable, que lo dej¨® al borde de la miseria y sin un lugar donde vivir: nunca le o¨ª una queja. Y ten¨ªa el dif¨ªcil don de la camarader¨ªa limpia de c¨¢lculos. Espont¨¢neo como un ni?o, se entregaba sin condiciones: yo lo ve¨ªa como hermano de sus mejores personajes: el cabo Martim, Quincas Berro de ?guia, el comandante Vasco Moscoso de Arag?o, Teresa Batista cansada de guerra o el patr¨®n Manuel en su lancha. Y estoy seguro de que fue, en otros tiempos, el negro Ant¨®nio Baldu¨ªno. Estuviese donde estuviese, ¨¦l viv¨ªa en el lugar de culto de una madre de santo, entre mujeres con amplias faldas almidonadas y una pipa entre los dientes, con la eterna cruz de la Legi¨®n de Honor en la solapa: me sorprend¨ª a m¨ª mismo pregunt¨¢ndome qu¨¦ pensar¨ªa Napole¨®n de do?a Flor y sus dos maridos y cu¨¢l era el motivo para condecorar a Vadinho, ese vivales. O Quincas, que llamaba a su hermana gorda "saco de pedos". O la se?ora pretenciosa que parec¨ªa "estar oliendo mierda en todas partes". Me acuerdo tanto de esta frase frente a ciertos pol¨ªticos, ciertos gestores, ciertos escritores. Gis¨¨le Freund
(tac)
nos fotografi¨®, al capit¨¢n de la arena y a m¨ª, y Jorge, m¨¢s viejo que mi padre, era el m¨¢s joven de los dos. Fue el individuo m¨¢s joven que se me cruz¨® en la vida. Nunca se morir¨ªa. No se muri¨®, claro, puesto que "no hay nada imposible". Anda por ah¨ª, vivito y coleando, de juerga con Quit¨¦ria do Olho Arregalado. Y cualquier d¨ªa recibir¨¦ una carta tecleada en una m¨¢quina muy antigua, con montones de a?adiduras, supresiones, entrel¨ªneas. De vez en cuando me agarraba por el cuello, farfullaba
-Me gusta lamer a mis cr¨ªas
y me arrastraba por el codo hacia el metro. Cuando vuelva a Par¨ªs, pasearemos varias horas, traqueteando, hasta hacer todas las estaciones, en un vag¨®n abarrotado de coroneles del cacao, malandrines, raterillos y mujeres de la vida. Y ser¨¦ yo, no ¨¦l, quien afirme
-Eres mi hermano, muchacho
separando las letras como t¨² lo hac¨ªas, Jorge, con esa lenta cadencia del cari?o.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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