Los ind¨ªgenas quieren el poder
El radicalismo aymara dar¨¢ mucho que hablar. Si las formas de hacer pol¨ªtica y el comportamiento de las ¨¦lites bolivianas no cambian, el extremismo ind¨ªgena se profundizar¨¢. El sentimiento de marginaci¨®n y la desconfianza hacia el blanco tienen unas ra¨ªces muy profundas. El pueblo aymara ha sufrido muchos enga?os, ha sido v¨ªctima del desprecio y los abusos. Los partidos tradicionales tienen que entender que si no dan un mayor espacio a los ind¨ªgenas, ese radicalismo tambi¨¦n impedir¨¢ el surgimiento de l¨ªderes aymaras moderados con los que puedan dialogar cuando quieran poner freno a los enfrentamientos violentos", explica Gonzalo Colque, un reputado aymara, estudioso de su pueblo, que trabaja en la Fundaci¨®n Tierra, centro de reuni¨®n del movimiento ind¨ªgena moderado.
La posici¨®n del l¨ªder del MIP es la m¨¢s extrema entre todos los movimientos indigenistas americanos, incluso m¨¢s que la de los quechuas ecuatorianos
"La naci¨®n aymara ha sido despojada de su territorio y de su poder, pero a¨²n tenemos nuestra lengua, cultura, religi¨®n, leyes y costumbres", sostiene Quispe
Tras el fin de los bloqueos, Ch¨¢vez prepara contrarreloj con los otros convecinos la fiesta del fin de a?o aymara, que coincide con el solsticio del 21 de junio
El permanente estado de divisi¨®n es lo que, de momento, retrasa un mayor avance del movimiento indigenista en la arena pol¨ªtica
La preocupaci¨®n de Colque est¨¢ m¨¢s que justificada. La protesta ind¨ªgena encabezada por los aymaras, la segunda etnia de Bolivia por poblaci¨®n detr¨¢s de la quechua y la m¨¢s combativa y mejor organizada, se ha intensificado desde la revuelta de los campesinos de La Paz y el Chapare contra la erradicaci¨®n de la coca de septiembre de 2000. Tres a?os despu¨¦s de ese levantamiento, la movilizaci¨®n radical ind¨ªgena fue clave en el derrocamiento del ex presidente Gonzalo S¨¢nchez de Lozada por su pol¨ªtica de privatizaci¨®n del sector de hidrocarburos. En el ¨²ltimo mes, la presi¨®n ind¨ªgena campesina, unida a la de los mineros y a la de los aymaras urbanos de El Alto (la ciudad que rodea La Paz), forz¨® la salida del presidente Carlos Mesa y catapult¨® a Eduardo Rodr¨ªguez (presidente de la Corte Suprema) a la jefatura del Estado con el ¨²nico objetivo de convocar elecciones para renovar todos los poderes p¨²blicos. De ese proceso electoral puede llegar a salir el primer presidente ind¨ªgena en la historia de Bolivia, el aymara Evo Morales. Su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), es la segunda fuerza parlamentaria.
Morales
Morales salt¨® a la fama tras aquel conflicto de los cocaleros de finales de 2000 que mantuvo al pa¨ªs paralizado durante un mes. No obstante, no fue el ¨²nico. De la misma revuelta surgi¨® el aymara Felipe Quispe, dirigente de la Confederaci¨®n Sindical ?nica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) y fundador en 2001 del Movimiento Indigenista Pachakuti (MIP), que hoy cuenta con seis de los 130 esca?os del Congreso. Quispe representa mejor que nadie los temores de Colque y del resto de los aymaras moderados.
"La naci¨®n aymara ha sido despojada de su territorio y de su poder, pero a¨²n tenemos nuestra lengua, cultura, religi¨®n, leyes y costumbres", sostiene Quispe. "La rep¨²blica de Bolivia, como la llaman nuestros opresores, es una mentira que arranca en la propia Constituci¨®n, que no reconoce m¨¢s de una naci¨®n cuando s¨ª las hay, como es la aymara", sentencia. Quispe no descarta el uso de la fuerza para lograr el reconocimiento como naci¨®n, y las armas no le son para nada desconocidas.
El dirigente del MIP salt¨® a la pol¨ªtica desde la c¨²pula del Ej¨¦rcito Guerrillero T¨²pac Katari (EGTK), la principal insurgencia guerrillera conocida en Bolivia desde la del Che Guevara en 1967-1968. El EGTK toma su nombre del caudillo ind¨ªgena que en 1781 siti¨® en dos oportunidades la ciudad de La Paz. El primero de esos cercos dur¨® 109 d¨ªas y acab¨® en un ba?o de sangre. En 1992, tras un par de acciones terroristas que se saldaron con varios muertos, Quispe fue arrestado y condenado a cinco a?os de prisi¨®n. Cuando sali¨® de la c¨¢rcel, en 1997, fue aupado por buena parte de la comunidad aymara y ello le ayud¨® a convertirse en el m¨¢ximo dirigente de la CSUCTB. La entrada de Quispe supuso un giro en la estrategia de la central campesina boliviana, que hasta entonces hab¨ªa estado en manos de caudillos campesinos que generalmente eran proclives a acuerdos con los partidos moderados. La CSUCTB fue la piedra fundacional del MIP y m¨¢s tarde se convirti¨® en la verdadera fuerza popular detr¨¢s del partido indigenista.
"Lo que se libra hoy en Bolivia no es una lucha de clases, es una lucha de naciones", afirma Quispe. "Estamos hablando de una naci¨®n que quiere la autodeterminaci¨®n. Queremos fundar la rep¨²blica del Collasuyo (nombre de la regi¨®n del imperio inca que hoy comprende el oeste de Bolivia y parte del sur de Per¨² y del norte de Argentina y Chile). Queremos tener nuestros propios gobernantes, nuestra polic¨ªa y nuestra fuerza militar", a?ade. "En 1999 particip¨¦ en un encuentro en M¨¦xico con los l¨ªderes ind¨ªgenas de los cinco pa¨ªses con poblaciones nativas significativas o mayoritarias (M¨¦xico, Guatemala, Ecuador, Per¨² y Bolivia). All¨ª decidimos que nuestros pueblos deb¨ªan recuperar su poder. A partir de all¨ª se fundaron en Am¨¦rica del Sur los movimientos Pachakuti ecuatoriano y boliviano. En Per¨² andan un poco divididos, pero el movimiento ind¨ªgena cobra importancia d¨ªa a d¨ªa (...). Puede haber muchos caminos para conseguir nuestro objetivo, pero cuanto m¨¢s gritas, m¨¢s te oyen, nos lo ha ense?ado la historia", concluye Quispe.
La posici¨®n del l¨ªder del MIP es la m¨¢s extrema entre todos los movimientos indigenistas americanos, incluso m¨¢s que la de los quechuas ecuatorianos y la de los miembros m¨¢s duros del Ej¨¦rcito Zapatista de Liberaci¨®n Nacional (EZLN) mexicano. Probablemente s¨®lo el movimiento etno-cacerista del ex militar peruano Antauro Humala (actualmente en prisi¨®n por el asalto a una comisar¨ªa en los Andes peruanos a principios de este a?o) comparta una visi¨®n tan radical. Para Quispe no hay otra salida para su pueblo que la sustituci¨®n del pabell¨®n tricolor boliviano por la wiphala, la bandera ind¨ªgena.
El radicalismo aymara no concibe su naci¨®n dentro de la actual Rep¨²blica de Bolivia, y ¨¦sta es la principal diferencia entre el MIP y el MAS. El partido de Morales acepta la integraci¨®n ind¨ªgena en un Estado boliviano siempre que ¨¦ste tenga una mayor presencia en la econom¨ªa, sobre todo en el control de los recursos naturales. Pero Quispe, inspirado en los libros del te¨®rico Fausto Reinaga, propone que los aymaras se olviden de la concepci¨®n "blanca" de Estado y que recuperen su sistema socioecon¨®mico, basado en la autosuficiencia y el trueque.
Reinos precolombinos
El modelo por el que pugna el l¨ªder del MIP no puede estar influido por ninguno de los que se han desarrollado en Occidente, ni capitalismo ni comunismo ni cualquiera de sus variantes. Para aquellos que defienden el modelo de econom¨ªa de mercado, las teor¨ªas de Reinaga que utiliza Quispe para condimentar su discurso son anacr¨®-nicas y lo ¨²nico que persiguen es la recuperaci¨®n de un modelo que en vez de aliviar la pobreza, la profundiza. La izquierda boliviana, por su parte, sostiene que los reinos precolombinos que inspiran a Quispe practicaban formas de explotaci¨®n de clases mucho m¨¢s injustas que las que implantaron los europeos en Am¨¦rica Latina.
A pesar de estas diferencias, Quispe destaca que el MIP y el MAS han trabajado recientemente juntos en el Parlamento para evitar que Hormando Vaca D¨ªez (el presidente del Senado que ante la presi¨®n popular debi¨® renunciar a la jefatura del Estado en favor del actual presidente, Eduardo Rodr¨ªguez) "se saliera con la suya". No tenemos coincidencias ideol¨®gicas, ni queremos el mismo modelo de Estado, pero si llegado el caso necesitan nuestro apoyo para llegar a la presidencia de Bolivia se lo dar¨ªamos por dos razones: porque es el partido m¨¢s cercano a nosotros y para evitar la victoria de cualquier partido tradicional, de blancos", dice Quispe. Fuentes del MAS, sin embargo, no se f¨ªan demasiado de las buenas intenciones de ¨¦ste, ya que reconocen que, salvo en momentos concretos, las diferencias se profundizan d¨ªa a d¨ªa entre los dos partidos.
"Aparte del katarismo de los ochenta", explica Colque, "el MAS y el MIP son las primeras expresiones m¨¢s o menos estructuradas e institucionales de la lucha aymara. Pero creo que no son movimientos acabados, completos. Falta un segundo paso, uno del que surja un movimiento que represente tambi¨¦n a los aymaras j¨®venes, sobre todo los que pueblan El Alto, que han quedado excluidos de esos dos movimientos. Quispe tiene mucho poder en las comunidades ind¨ªgenas del altiplano, pero no tanto en El Alto. El aymara Abel Mamani, el l¨ªder de los ind¨ªgenas urbanos, no se identifica con la visi¨®n katarista. ?l combina la izquierda tradicional con la lucha ind¨ªgena, y tanto ¨¦l como los j¨®venes alte?os todav¨ªa se debaten entre ser m¨¢s marxistas o m¨¢s kataristas. Estos movimientos producen en los j¨®venes una atracci¨®n a primera vista, pero esa simpat¨ªa luego no se traslada a las urnas", explica.
Central sindical
"Nuestro mayor problema es que vivimos divididos", dice Gustavo Fern¨¢ndez R¨ªos, hombre orquesta del Ayuntamiento de Tiwanaku, la capital de la naci¨®n aymara. "Todo el poder de la lucha aymara proviene de la CSUCTB, todos obedecemos a la central sindical ¨²nica (...). Es una estructura bien organizada, pero las divisiones internas sin duda la debilitan", explica Fern¨¢ndez R¨ªos. En Tiwanaku, a unos 70 kil¨®metros al oeste de La Paz, la lucha por el reconocimiento de los derechos aymaras pasa m¨¢s por la integraci¨®n en el sistema actual que por la reconstrucci¨®n del Collasuyo. En la sede del Ayuntamiento, junto a la whipala, hay hasta una bandera espa?ola. "Nos la trajo uno de los alcaldes canarios que nos ha visitado", explica Fern¨¢ndez R¨ªos. "Una vez escrib¨ª a muchas alcald¨ªas espa?olas, y los ¨²nicos que me contestaron fueron los de la federaci¨®n canaria (...). Ahora estamos en un proceso de hermanamiento, nos van a ayudar incluso con la compra de un tractor".
Cuando hablaba de divisi¨®n, Fern¨¢ndez R¨ªos no pod¨ªa ser m¨¢s claro a la hora de se?alar el principal problema ind¨ªgena. La central sindical campesina, la CSUCTB, es la base del poder de movilizaci¨®n aymara. Pero Quispe ya no la controla en solitario, tiene al menos dos rivales. El principal contrincante es Rom¨¢n Loayza, l¨ªder de los aymaras campesinos que durante la reciente revuelta protagonizaron las m¨¢s sonadas manifestaciones en La Paz. Estas personas, entre 5.000 y 6.000, caminaron hasta 200 kil¨®metros siguiendo a Loayza para llegar a la sede de Gobierno. Cuando el Ejecutivo de Mesa se derrumb¨® y se eligi¨® el nuevo presidente, el dirigente campesino inmediatamente le ofreci¨® una tregua y se llev¨® a su gente de La Paz. Loayza es af¨ªn al MAS, y esto es lo que m¨¢s irrita a Quispe. La tercera corriente dentro de la CSUCTB, menos importante, es la encabezada por Alejo V¨¦liz, con peso en la zona de Cochabamba. Fuera de la central sindical, pero dentro de la batalla por el liderazgo aymara, destaca Abel Mamani, el dirigente de las asociaciones vecinales de El Alto.
"Aqu¨ª todos obedecemos a la CSUCTB. Lo que dice lo hacemos", dice Juan Condori, un campesino aymara de la regi¨®n de Tiwanaku. Condori pertenece a una de las 23 comunidades de la zona. Todas tienen un jefe, un mallku (c¨®ndor), que ejerce un mandato de dos a?os. Estos mallku locales responden a otros regionales, y ¨¦stos, a su vez, al caudillo nacional. Este mallku supremo es al mismo tiempo el m¨¢ximo dirigente de la central ¨²nica de los campesinos. Hoy no est¨¢ muy claro para los aymaras del mundo rural qui¨¦n manda en la CSUCTB: algunos creen que sigue siendo Quispe; otros, que es Loayza. Tras hablar con varios de ellos sobre el tema, uno puede quedarse con la impresi¨®n de que en el fondo les importa poco.
Condori es unos de los pocos en los que se nota que no hay medias tintas a la hora de jurar obediencia a la CSUCTB. Por contra, en la mayor¨ªa de los habitantes de Tiwanaku y las zonas aleda?as, la fidelidad a la central sindical flaquea por momentos. "Nosotros queremos m¨¢s igualdad, m¨¢s participaci¨®n. Pero esto de los bloqueos no es bueno, a nosotros nos perjudica", afirma el tiwanakota Juan Ch¨¢vez junto a otros parroquianos en un bar del pueblo. Tras el fin de los bloqueos, Ch¨¢vez prepara contrarreloj con los otros convecinos la fiesta del fin de a?o aymara, que coincide con el solsticio del 21 de junio. La celebraci¨®n suele atraer a muchos turistas y supone unos buenos ingresos para la comunidad.
Tiwanaku y los pueblos aymaras sobre la carretera que une La Paz con la frontera de Per¨² se benefician del paso del turismo que visita el sitio arqueol¨®gico tiwanakota y el lago Titicaca. Pero las comunidades m¨¢s alejados, principalmente las que est¨¢n al norte de esa ruta, no tienen m¨¢s ingresos que los de su cosecha anual, si es que no hay sequ¨ªa, y los de la venta de leche de alguna vaca, cabra o burra que posean. Se calcula que el ingreso anual de las familias de estas comunidades est¨¢ entre los 70 y 100 d¨®lares. De uno de estos rec¨®nditos sitios del altiplano procede Quispe, ¨¦sta es su gente. Los caminos para llegar a estos poblados son pr¨¢cticamente intransitables, y una vez all¨ª, la comunicaci¨®n con sus habitantes es dif¨ªcil. "Esos de all¨ª, se?or, los del otro lado de aquella monta?a", hab¨ªa dicho Juan Ch¨¢vez en Tiwanaku mientras se?alaba hacia el norte, "esos s¨ª que son bravos".
Divisi¨®n
El permanente estado de divisi¨®n es lo que, de momento, retrasa un mayor avance del movimiento indigenista en la arena pol¨ªtica. En una reciente encuesta realizada por el Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE) boliviano entre la poblaci¨®n mayor de 15 a?os, el 67% se defini¨® como ind¨ªgena. En total fueron 5,1 millones de personas de entre casi nueve millones de habitantes que tiene Bolivia. De esos ind¨ªgenas, 1,5 millones se identificaron como quechuas, y 1,3 millones, como aymaras. Si todas estas personas que se autodefinen como ¨ªndigenas, sean puros o mestizos, votaran a sus candidatos, ser¨ªa dif¨ªcil volver a ver un presidente "blanco" en Bolivia. Sin embargo, esto no ha sucedido a¨²n y pocos conf¨ªan que suceda a corto plazo. "Divide para gobernar, ¨¦sta es la pol¨ªtica que practican los partidos tradicionales con los movimientos ind¨ªgenas y nos tienen comiendo de la mano", dice Fern¨¢ndez R¨ªos. "Los blancos pueden pelearse, hasta matarse unos a otros, pero a la hora de mantenerse en el poder, a la hora de frenar el ascenso de los ind¨ªgenas campesinos, hacen pi?a rapidito", a?ade.
Un informe elaborado por el Banco Mundial hace poco m¨¢s de un a?o constat¨® que el Parlamento boliviano ha hecho poco o nada para reforzar los derechos ind¨ªgenas. En la reforma constitucional de 1994 se admite "el origen multi¨¦tnico del pa¨ªs" y "el car¨¢cter hist¨®rico de las comunidades ind¨ªgenas a trav¨¦s de sus tierras comunitarias de origen". Pero al margen de estos enunciados, la Carta Magna est¨¢ llena de lagunas y es ambigua en cuanto a los derechos ind¨ªgenas, seg¨²n el informe. El organismo se?ala con dureza que los avances en los derechos ind¨ªgenas no se han producido por la previsi¨®n de los legisladores a la hora de reformar la Constituci¨®n, sino porque se han colado en el sistema legal a trav¨¦s de normas como la de participaci¨®n popular, de reforma educativa o agraria.
"Igual que hay corrientes indigenistas radicales, hay pol¨ªticos que se resisten a dejar atr¨¢s la dominaci¨®n se?orial que venimos arrastrando desde hace mucho tiempo", dice Hugo San Mart¨ªn, diputado del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el principal partido del Congreso boliviano. San Mart¨ªn encabeza una corriente moderada dentro del MNR. "Muchos legisladores creen que el alzamiento ind¨ªgena es algo coyuntural y que con algunos paliativos, o no haciendo nada, o reprimiendo si hace falta, se puede mantener el statu quo", explica.
San Mart¨ªn afirma que hay muchos parlamentarios que est¨¢n convencidos de que ¨¦ste es un momento de inflexi¨®n, un periodo en el que hay que profundizar en las leyes de participaci¨®n popular. "Hemos dejado que el conflicto se desarrolle demasiado, se ha salido de las reglas de juego democr¨¢ticas y en ambos bandos se han forjado visiones extremas. Hay tantos indigenistas que desprecian todo lo blanco como blancos que no quieren saber nada con los ind¨ªgenas. Hay que hacer un esfuerzo urgente para evitar que la violencia sea lo pr¨®ximo que se incorpore a uno u otro bando", concluye.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.