Cervantes en letra viva
Con la avalancha de celebraciones del Cuarto Centenario de la Primera Parte del Quijote y la far¨¢ndula medi¨¢tica que las acompa?a, corremos el riesgo de pasar por alto una de las contribuciones m¨¢s esclarecedoras de la vida y la obra de nuestro primer escritor, objeto, hoy como ayer, de toda clase de hip¨®tesis de escaso asiento y de manipulaciones interesadas para mayor gloria oficial de una Espa?a que se mostr¨® con ¨¦l en vida singularmente taca?a y olvidadiza. Me refiero al conjunto de ensayos titulado Cervantes en letra viva de Francisco M¨¢rquez Villanueva, editado por Reverso.
No digo con eso que su autor nos descubra algo nuevo: la documentaci¨®n cervantina, si no agotada, revela un paulatino estiaje. Pero la ordenaci¨®n de los datos y la l¨®gica que extrae de ellos confieren a la obra una estimulante novedad. La conjunci¨®n feliz de una reflexi¨®n cr¨ªtica rara en nuestros pagos con una erudici¨®n exhaustiva, si bien nunca pedante, fragua en unas analectas arm¨®nicamente dispuestas que se complementan y se traban al hilo de la lectura.
CERVANTES EN LETRA VIVA. Estudios sobre la vida y la obra
Francisco M¨¢rquez Villanueva
Reverso. Barcelona, 2005
384 p¨¢ginas. 23 euros
Como escribe M¨¢rquez Villanueva en su introducci¨®n al libro, "la labor de investigaci¨®n as¨ª entendida tiene tambi¨¦n su belleza como construcci¨®n intelectual y b¨²squeda de un lenguaje propio, es decir, un goce creador que el art¨ªfice se esfuerza por compartir tanto con especialistas como con cualquier persona culta". Nunca mejor dicho: M¨¢rquez Villanueva articula con rigor sus conocimientos con unas "redes de significaci¨®n" que configuran una sutil tela de ara?a que a¨²na la precisi¨®n en el manejo de los datos y una independencia anal¨ªtica ajena a todo apriorismo ideol¨®gico y estrategia ocultativa.
Tras un juicioso examen de
la atm¨®sfera intelectualmente opresiva en la que se desenvolvi¨® la creaci¨®n cervantina en las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XVI, en la que "la estrechez neo aristot¨¦lica y estrechez tridentina se reforzaban como ambas caras de una misma ortodoxia, a la vez est¨¦tica y religiosa", el autor documenta y razona el creciente desafecto de Cervantes por el clasicismo manierista -menos cl¨¢sico, dir¨ªa yo, que clasic¨®n- de los disc¨ªpulos espa?oles de Ariosto y Tasso, as¨ª como su cauta y paulatina apertura a la terra incognita de unos personajes "transitivos", lejos de todo dogmatismo y camisa de fuerza doctrinal. La falta de mecenazgo a la italiana y el desinter¨¦s del p¨²blico por su obra teatral, debido en gran parte al monopolio caciquil de Lope de Vega, le vedaron el acceso al Parnaso acad¨¦mico y al ¨¦xito popular de los corrales, pero sirvieron de acicate a su busca de caminos nuevos hacia lo que hoy entendemos por modernidad literaria y su compleja estratigraf¨ªa.
Aunque se autocalificara con sorna de "poet¨®n ya viejo" y mencionara en el pr¨®logo de la Primera Parte del Quijote los largos a?os en los que dorm¨ªa "en el silencio del olvido", Cervantes vivi¨® en el umbral de la vejez un admirable rejuvenecimiento creativo; lozane¨® a?o tras a?o y, cediendo a los mediocres y paniaguados el centro del escenario -pues existe en Espa?a, nos recuerda M¨¢rquez Villanueva, "una perversa inclinaci¨®n por los malos poetas"-, se refugi¨® sin acrimonia alguna en la soledad del anonimato, con una fe en s¨ª mismo y en su inventiva tan conmovedora como ejemplar. "En lugar de desposarse con los cambios y novedades que vio desfilar ante s¨ª", escribe, "Cervantes prefiri¨® ahondar, solitario, en sus propios y firmes cimientos". No le importaba tener disc¨ªpulos, como Lope, sino buscarse ancestros: lector voraz de cuanto hallaba impreso, cal¨® tanto en la preceptiva cl¨¢sica (para guardar las necesarias distancias) como en los distintos c¨®digos y modelos narrativos de la ¨¦poca, ya para parodiarlos (novela de caballer¨ªa, pastoril, bizantina), ya para tomar de ellos cuanto conven¨ªa a su genio (Huarte de San Juan, Tirant lo Blanch, la picaresca). La percepci¨®n de las limitaciones de esta ¨²ltima, tras su atenta y provechosa lectura de Guzm¨¢n de Alfarache, fue quiz¨¢ decisiva en la elaboraci¨®n de la novela que hoy conmemoramos, y es de lamentar que el ensayo La interacci¨®n Alem¨¢n-Cervantes, le¨ªdo por M¨¢rquez Villanueva en el coloquio internacional de cervantistas de Alcal¨¢ de Henares en 1989 e incluido luego en Trabajos y d¨ªas cervantistas, no est¨¦ a disposici¨®n de un p¨²blico m¨¢s amplio en este a?o de tantos gallipavos estridentes y de festividades hueras. El paralelo que traza entre el autor del Guzm¨¢n y el galeote-escritor Gin¨¦s de Pasamonte del cap¨ªtulo XXII de la Primera Parte del Quijote, es a la vez sugestivo y convincente. Sin el aguij¨®n de la novela de Alem¨¢n, el Quijote ser¨ªa muy distinto al que conocemos. Pese a la infame campa?a de acoso al sevillano, tildado de jud¨ªo y sodomita por Quevedo y L¨®pez de ?beda -campa?a que le oblig¨® a donar la totalidad de sus bienes y derechos a un influyente eclesi¨¢stico para embarcarse con licencia para la Nueva Espa?a y salvar el pellejo-, Cervantes no duda en evocarlo con impl¨ªcito reconocimiento en Viaje del Parnaso, cerrando as¨ª con elegancia el cap¨ªtulo de la rivalidad un tanto ¨¢spera que aflora en las p¨¢ginas de El coloquio de los perros.
Liberado de toda receta por prescripci¨®n literaria o art¨ªstica, Cervantes se afianza en el terreno abonado por su experiencia y lecturas. "Perro viejo de la literatura", como le llam¨® M¨¢rquez Villanueva en Trabajos y d¨ªas cervantinos, alquitar¨® la pobreza y marginaci¨®n de sus a?os oscuros en Sevilla y Valladolid, en la intensidad de una obra concebida como apuesta por una forma de narrar abierta a la hibridez y al cambio, destinada a trazar una nueva cartograf¨ªa del g¨¦nero:
"El Quijote es comparable al muro de contenci¨®n de una presa que acumula tras s¨ª la inmensidad de toda la literatura anterior y a partir de la cual emerge en avalancha el r¨ªo de la novela".
As¨ª es en efecto, y el desd¨¦n
de muchos quijotistas por el autor y las sandeces de lo de "ingenio lego" caen por su propio peso en cuanto examinamos la obra cervantina como una totalidad en la que cada una de las partes se ajusta a las dem¨¢s para componer un tapiz de distintos colores pero cuya unidad percibimos claramente con la perspectiva del tiempo. Algunos de los ensayos del libro engarzan con los estudios precursores de la primera mitad del pasado siglo, estudios centrados en la innovadora textura y armaz¨®n de la novela, en esa modernidad atemporal suya que llega hasta nosotros sin arruga alguna: La invenci¨®n del Quijote, de Manuel Aza?a, y La estructura del Quijote y La palabra escrita y el Quijote, de Am¨¦rico Castro. La pobreza de la cr¨ªtica literaria en Espa?a y de la reflexi¨®n creadora de nuestros novelistas hasta bien entrado el siglo, explica que el influjo seminal de Cervantes se manifestara primero en Europa y luego en Iberoam¨¦rica antes de arraigar en la dura corteza de la Pen¨ªnsula. Por fortuna, las cosas han cambiado, y es posible rescatar ya al autor de Los ba?os de Argel de su largo y cruel cautiverio en manos de los teorizadores del "alma de Espa?a" y del gremio camorrista y puntilloso de sus "especialistas".
El que el linaje de Cervantes sea a estas alturas objeto de controversia y torpes ocultaciones deber¨ªa ser motivo de reflexi¨®n, cuando no de perplejidad sin posible gu¨ªa. Que descendiera o no de conversos, ?quita o a?ade algo al valor de su creaci¨®n literaria? Cervantes era hijo de sus obras y no de esos cuatro dedos de cristiano viejo rancioso por los cuatro costados de su linaje de los que se enorgullec¨ªa el bueno de Sancho. Con todo, la convergencia de datos bien documentados -ascendencia familiar, falsificaci¨®n de firma y probanza, rechazo abrupto a sus pretensiones a un cargo en Indias, imposibilidad de conseguir un matrimonio honorable para las mujeres de su entorno m¨¢s pr¨®ximo- desarbola los argumentos de los abanderados del patriotismo de sangre. Como dice el autor del libro que comentamos:
"Si cada uno de los indicios no pasan aisladamente de ser tales, no es menos cierto que, tomados en conjunto, suponen como m¨ªnimo una probabilidad bien fundada. Digamos, para entendernos con pocas palabras, que en vista de dicho cuadro y sin ning¨²n prejuicio a favor ni en contra, ser¨ªa mucho m¨¢s dif¨ªcil que Cervantes fuera cristiano viejo que no lo contrario. Y sin embargo, el juicio de la cr¨ªtica se ha inclinado m¨¢s bien del lado adverso".
Si a ello a?adimos los numerosos gui?os del autor al discreto lector y los dardos lanzados contra quienes esgrim¨ªan su quim¨¦rica "limpieza" como valor supremo y vituperaban a los de "sangre manchada", no podemos sino dar raz¨®n a Am¨¦rico Castro cuando aborda valientemente el tema en Cervantes y los casticismos espa?oles, sabiendo de antemano el coro de agravios que se le ven¨ªa encima.
En una buena parte del mundo oficial y acad¨¦mico persiste en efecto un embarazoso silencio tocante a una doctrina y pr¨¢ctica inquisitoriales que contradicen no obstante la ortodoxia cat¨®lica respecto a la gracia universal del bautismo. Esa interiorizaci¨®n del prejuicio racista cuatro siglos y pico despu¨¦s de la promulgaci¨®n del Estatuto del arzobispo Sil¨ªceo, revela el incre¨ªble arraigo de una doctrina que, reelaborada a lo largo del siglo XIX en Francia y Alemania, sirvi¨® de base a la barbarie nazi. la resistencia a admitir los or¨ªgenes conversos de Cervantes es tanto m¨¢s absurda cuanto no podemos hallar en nuestro autor la menor vislumbre de marranismo. Cervantes desconoc¨ªa el hebreo, el Talmud y la tradici¨®n religiosa de sus antepasados, y no fue ese criptojud¨ªo o profeta de Israel sobre el que elucubr¨® Dominique Aubier en sus enso?aciones esot¨¦ricas de Almer¨ªa. Los excelentes estudios de Dom¨ªnguez Ortiz y Albert Sicroff ponen las cosas en su debido sitio y ridiculizan las estocadas de algunos espadachines de oficio contra inexistentes fantasmas.
Como nos muestra el retrato
de la gitanilla Preciosa, del morisco Ricote o del renegado Uchal¨ª, Cervantes se esforz¨® en rescatar la complejidad del ser humano, con todas sus contradicciones a cuestas, y en evitar simplificaciones gen¨¦ricas, nacionales o religiosas, de consecuencias mort¨ªferas. Sin desdecirse de su fe cristiana de honda raigambre erasmista, se desmarc¨® del casticismo facil¨®n de Lope y del espa?oleo ardoroso de Quevedo. Sin gesticulaci¨®n patriotera alguna, ¨¦l, el malherido en Lepanto, capt¨® como pocos la ya inevitable decadencia de Espa?a y supo extraer de ella una sabia y humilde lecci¨®n de iron¨ªa.
Los estudios de M¨¢rquez Villanueva sobre "La picaresca, Cervantes y Moll Flanders" y el "disparatario nabokoviano" no tienen desperdicio. El an¨¢lisis de la novela de Daniel Defoe, buen conocedor de los modelos contrapuestos de Alem¨¢n y Cervantes, confirma el poderoso influjo de nuestra literatura en la gran narrativa inglesa de la siguiente centuria. Defoe, como Sterne, bebieron fructuosamente de las fuentes cervantinas y se desprendieron de la agotada perspectiva del narrador y el personaje "fiables". Una vez en franqu¨ªa, emprendieron el libre rumbo de una navegaci¨®n que cruzar¨ªa no s¨®lo el canal de la Mancha sino tambi¨¦n el oc¨¦ano, para transportar al otro hemisferio la semilla de una novelizaci¨®n integral del autor y sus criaturas. En cuanto a la "fechor¨ªa" de Nabokov, no se anda con rodeos: sus lecciones universitarias, escribe, son "un pest¨ªfero revoltillo de errores, bien sazonados de m¨¦pris culturel y algunas sobras de la leyenda negra". Qued¨¦monos pues con Lolita y lamentemos que el novelista careciera de la sagacidad de Thomas Mann o de la genialidad de Kafka en su estupenda percepci¨®n de Sancho.
Nada mejor para celebrar sin fanfarria el Cuarto Centenario del Quijote, que demorarse en las p¨¢ginas de este Cervantes en letra viva publicado por un peque?o editor sin patronazgo oficial alguno.
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