El lenguaje de la revoluci¨®n
Quiz¨¢ uno de los signos m¨¢s incontestables del error de perspectiva en el que estamos incurriendo tras los ¨²ltimos atentados terroristas resida en el hecho de que, como ocurri¨® tras los ataques contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono, creemos que la paz y la estabilidad mundiales dependen de que seamos capaces de explicar cuestiones en buena medida accesorias, como de qu¨¦ fuentes procede la ideolog¨ªa que invocan los terroristas o por qu¨¦ est¨¢n dispuestos a suicidarse al perpetrar sus cr¨ªmenes. Nos hemos precipitado as¨ª en una interminable controversia, reiniciada con ocasi¨®n de cada nueva matanza, entre quienes sugieren conjurar el peligro haciendo que, en resumidas cuentas, el Estado democr¨¢tico controle las interpretaciones de determinados textos religiosos y quienes, desde otro extremo, entienden que el remedio consiste en revisar la pol¨ªtica de las principales potencias hacia Oriente Pr¨®ximo, guiada por un insostenible doble rasero.
A estas aproximaciones, ya suficientemente enrocadas durante los ¨²ltimos a?os, ha venido a sumarse otra que, bien mirado, tendr¨ªamos que haber echado de menos, como si en esta feria de expertos de todos los saberes que ha convocado la grave crisis que estamos atravesando, en este inquietante pre¨¢mbulo de algo que ni siquiera nos atrevemos a pronunciar, debiera haber ocupado plaza de honor desde hace tiempo. Bajo el hermoso aunque escalofriante t¨ªtulo de Los combatientes suicidas y, sobre todo, de Los amantes del Apocalipsis, Bruno ?tienne ha querido recordar que, junto a las explicaciones teol¨®gicas, junto a la invocaci¨®n de las injusticias cometidas por las principales potencias en Oriente Pr¨®ximo, tambi¨¦n es posible recurrir a Freud y los conocimientos sobre el subconsciente para explicar lo que est¨¢ pasando.
La abrupta y en verdad llamativa irrupci¨®n de ?tienne en una controversia en la que las trincheras no consiguen avanzar ni retroceder una pulgada permite comprender que, en efecto, cualquier especialidad, cualquier saber o disciplina, est¨¢, a lo que parece, en condiciones de aventurar su propia y peculiar hip¨®tesis sobre las razones por las que ciertos individuos han decidido coaligarse con el monstruoso prop¨®sito de matar y morir bajo la invocaci¨®n del islam. Pero deber¨ªa llevar a comprender, sobre todo, que lo que ¨¦stas y otras hip¨®tesis tienen en com¨²n, lo que las convierte en simples variaciones de un ¨²nico argumento, de una ¨²nica y tal vez est¨¦ril obsesi¨®n, es el hecho de que todas ellas se concentran sobre el mismo tramo del problema: el que precede a la formaci¨®n de una ideolog¨ªa a la vez suicida y criminal, y no el que va desde esa ideolog¨ªa, ya formada, hasta el proyecto de poder que pretende llevar a cabo. Limitado de tal manera el an¨¢lisis, nada tiene de extra?o que con cada nuevo atentado regresen, como una inalterable letan¨ªa, los t¨®picos acerca del nihilismo de los terroristas, del odio fan¨¢tico que nos profesan, de la furia ciega con la que pretenden destruir "nuestros valores". En definitiva, damos vueltas y m¨¢s vueltas a la pregunta impl¨ªcita de por qu¨¦ hacen lo que hacen, pero dejamos rigurosamente sin respuesta la que tal vez resultar¨ªa decisiva para desactivar el pavoroso polvor¨ªn que estamos construyendo: la pregunta de para qu¨¦ lo hacen.
Lejos de tratarse de una mezcla de arca¨ªsmo en los fines y modernidad en los medios, como tantas veces se ha dicho, Al Qaeda es, a los efectos que deber¨ªan importarnos, un movimiento revolucionario; es decir, un movimiento que, por emplear t¨¦rminos ya consagrados, afirma haber encontrado en los musulmanes discriminados u oprimidos el "sujeto hist¨®rico de cambio" y que, en consonancia con este hallazgo, pretende encabezar en su nombre una sustituci¨®n absoluta y radical del orden pol¨ªtico, primero, en los pa¨ªses ¨¢rabes y musulmanes, y despu¨¦s, si las fuerzas alcanzasen, en el resto del mundo. La parafernalia con la que sus militantes se rodean no pretende la recuperaci¨®n de ninguna tradici¨®n ni ninguna cultura o civilizaci¨®n isl¨¢micas, sino una extravagante iconograf¨ªa de nuevo cu?o con cuyos emblemas y distintivos aspiran a ser identificados no como creyentes, sino como miembros de la organizaci¨®n y combatientes de su causa. De igual manera, sus estrategias no est¨¢n especialmente inspiradas por los textos religiosos, sino que se ajustan a los c¨®digos de conducta de los movimientos revolucionarios, los de hoy y los de siempre: convertir la minor¨ªa en vanguardia, desencadenar una espiral de acci¨®n y reacci¨®n para ampliar las bases de apoyo, agudizar las contradicciones del enemigo para contrarrestar su superioridad econ¨®mica y militar.
Como movimiento revolucionario, el mayor triunfo de Al Qaeda hasta el momento es el de habernos convencido de que el terrorismo es el principal riesgo al que nos enfrentamos, el de haber logrado que concentremos toda nuestra atenci¨®n y todas nuestras fuerzas en ese tr¨¢gico se?uelo, sin advertir que, al hacerlo as¨ª, no s¨®lo descuidamos, sino que empezamos a entregarles la partida en el tablero en el que sus dirigentes quieren jugarse su futuro y el futuro de todos: el del rearme y, m¨¢s en concreto, el de la proliferaci¨®n nuclear, a la que m¨¢s pronto o m¨¢s tarde esperan incorporarse. Los atentados de Londres resultan, desde esta perspectiva, m¨¢s que ilustrativos, clarificadores. Buena parte de los representantes pol¨ªticos y de los observadores que se pronunciaron sobre la matanza, el pasado 7 de julio, pusieron de manifiesto la habilidad de los asesinos para perpetrarla coincidiendo con la inauguraci¨®n de la cumbre del G-8 y la elecci¨®n de Londres como sede de las futuras olimpiadas. A poco que se reflexione con serenidad, se advertir¨¢ que no necesitaban demasiadas luces, sino m¨¢s bien ning¨²n escr¨²pulo, para se?alar una fecha en la que se sab¨ªa de antemano d¨®nde estar¨ªan puestas todas las miradas.
La verdadera habilidad de los asesinos, su repugnante cualificaci¨®n para la t¨¢ctica qued¨® patente, por el contrario, en el hecho de que fueran paquistan¨ªes de origen, y no militantes de cualquier otra nacionalidad, quienes se encargaron de transportar y activar las bombas. En un pa¨ªs y una ciudad donde no existe la obligaci¨®n de ir documentado, los terroristas llevaban encima papeles que acreditaban sin asomo de duda sus identidades. Comprometidos ya con Al Qaeda, viajaron sin ocultarse a Pakist¨¢n y dejaron meticulosas huellas de cada uno de sus pasos en aquel pa¨ªs. Por otra parte, la red que los acogi¨® y que les dio las instrucciones no hizo nada por borrar las pistas. En estas circunstancias, ?es mucho suponer que los dirigentes de Al Qaeda pretend¨ªan colocar frente a frente, o por expresarlo en t¨¦rminos propios de los movimientos revolucionarios,agudizar las contradicciones entre el Gobierno de Londres y el de Islamabad, como antes intentaron con los de Washington y Riad o con los de Rabat y Madrid? Si a petici¨®n del Reino Unido -debieron de calcular los dirigentes de Al Qaeda-, el general Musharraf emprendiese una dura represi¨®n, ser¨ªa su r¨¦gimen el que podr¨ªa perder apoyos en el interior; si no lo hiciera, lo que peligrar¨ªa ser¨ªan sus relaciones con el Reino Unido y, en general, con ese grupo de pa¨ªses imp¨ªos que, seg¨²n los terroristas, lo sostienen.
Por descontado, en el trasfondo de esta estrategia se encuentra el hecho de que Pakist¨¢n dispone del arma nuclear y de que quien gobierne en Islamabad ser¨¢ su due?o. Llegar a hacerse con esa ciudad y lo que ello conlleva ser¨ªa una de las mayores victorias de Al Qaeda, y de ah¨ª la presi¨®n constante que ejerce sobre Pakist¨¢n y sobre el r¨¦gimen del general Musharraf. Pero, entretanto, sus dirigentes no renuncian a otros objetivos secundarios aunque capaces de hacer que la causa principal siga avanzando, como desestabilizar cuantos gobiernos se pongan a su alcance, desde Arabia Saud¨ª a Indonesia, desde Egipto a Marruecos. Los atentados que han perpetrado y que perpetran en estos pa¨ªses, como los recientes de Sharm el-Sheij, se inscriben, no en el mandato de textos religiosos, no en las injusticias padecidas por otros musulmanes en Irak y Palestina o en procesos subconscientes que har¨ªa aflorar el psicoan¨¢lisis, sino en un prop¨®sito de hacerse con el poder a trav¨¦s de m¨¦todos revolucionarios; es decir, intentando desencadenar mediante cr¨ªmenes y acciones violentas una espiral, ya sea econ¨®mica, ya pol¨ªtica, de cuanto peor, mejor. Una vez m¨¢s, la trampa o, por retomar de nuevo los t¨¦rminos revolucionarios, la contradicci¨®n a la que deber¨ªa enfrentarse cualquier pa¨ªs europeo que corriese en ayuda de alguno de estos reg¨ªmenes ser¨ªa la de confirmar, de acuerdo con las previsiones de Al Qaeda, que el odio al islam pesa m¨¢s que el compromiso con la democracia. Que, en definitiva, Occidente se contradice y, al contradecirse, se debilita y se traiciona.
Morir en el metro de cualquier ciudad europea se ha convertido, sin duda, en uno de los principales y m¨¢s justificados miedos de nuestros d¨ªas, y es preciso que los gobiernos, y con ellos, los ciudadanos, adopten dentro de la legalidad democr¨¢tica cuantas medidas sean necesarias para conjurarlo. Ahora bien, no se deber¨ªa confundir ese miedo con el principal riesgo del siglo XXI, no se deber¨ªa aceptar la idea de que nuestro futuro se juega en la lucha, o peor a¨²n, en la guerra contra el terrorismo, en la que ahora tambi¨¦n la polic¨ªa parece autorizada a prescindir de la ley, como los ej¨¦rcitos de las Convenciones de Ginebra, con s¨®lo invocar la noci¨®n de da?os colaterales cuando abate por error a un inocente. Antes por el contrario, nuestra suerte se juega, se est¨¢ jugando ya, en la consolidaci¨®n de nuevas doctrinas pol¨ªticas y militares que est¨¢n zapando la legalidad democr¨¢tica y la legalidad internacional; tambi¨¦n en el rearme y la proliferaci¨®n nuclear en que estamos embarcados con la son¨¢mbula intenci¨®n de combatir as¨ª el terrorismo. En realidad, ¨¦sos son los principales instrumentos con los que Al Qaeda cuenta para, volvi¨¦ndolos del rev¨¦s a trav¨¦s de atentados y matanzas, llevar a cabo su proyecto de poder.
Si por persistir en un error de perspectiva, si por encerrarnos en una ¨²nica y tal vez est¨¦ril obsesi¨®n, si por seguir pregunt¨¢ndonos el porqu¨¦ de las matanzas en lugar del para qu¨¦, Al Qaeda llegara un d¨ªa a realizar ese proyecto, el designio ¨²ltimo del lenguaje de la revoluci¨®n se habr¨ªa cumplido, y las esperanzas de paz y libertad de toda una ¨¦poca habr¨ªan sido brutalmente canceladas.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es embajador de Espa?a en la Unesco.
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