Peluquer¨ªa
El barullo organizado en una peluquer¨ªa de Par¨ªs, una ma?ana de invierno de 1924, en el que unos maestros del oficio atosigaban con improperios a un hombre t¨ªmido y menudo, que balbuc¨ªa haberse olvidado el dinero en casa, le permiti¨® a Carl J. Burckhardt (1891-1974) sacar del engorroso apuro al poeta Rainer Mar¨ªa Rilke, con el que, a continuaci¨®n, pas¨® una jornada memorable. Lo fue mientras pasearon juntos, dej¨¢ndose ir, al hilo de su apasionante conversaci¨®n, pero el azar, a veces ben¨¦volo, les hizo entrar en una librer¨ªa de lance, regentada por un personaje excepcional, del que no sabemos m¨¢s que respond¨ªa al nombre de "Monsieur" Agustin. El testimonio de lo que all¨ª ocurri¨® fue relatado por Burckhardt en un libro delicioso, titulado Una ma?ana entre libros (Abada). Pues bien, he aqu¨ª lo que ocurri¨®: que cuando este tr¨ªo singular se hallaba en la excitaci¨®n de estimularse mutuamente hablando sobre poes¨ªa francesa, pasando de Ronsard a Racine, se introdujo por casualidad en la tertulia un cuarto personaje, de no menor talle intelectual, Lucien Herr (1864-1926), figura capital del pensamiento y la pol¨ªtica francesa de esta agitada ¨¦poca. As¨ª que, por abreviar, gracias a los airados reproches de un peluquero, se reuni¨®, cierta jornada, no s¨®lo un cuarteto de indiscutible val¨ªa, sino un suizo, un checo-alem¨¢n, un alsaciano y un franc¨¦s de pura cepa. Mirabile visu!
En pleno inicio de la llamada ¨¦poca de entreguerras, que no necesita calificativos, nos encontramos con el acta de un cordial intercambio de opiniones entre egregios representantes de nacionalidades y disciplinas human¨ªsticas diferentes, enzarzados en una brillante dial¨¦ctica sobre uno de los extremos m¨¢s refulgentes del arte: la poes¨ªa. No es extra?o que el librito de Burckhardt haya pasado a la historia como el ejemplo m¨¢s cumplido del esp¨ªritu europeo, cuyos brutales enfrentamientos b¨¦licos en ese momento y en casi toda su larga historia no dejaron de fraguar una profunda identidad cultural com¨²n. No obstante, m¨¢s all¨¢ de la obvia significaci¨®n pol¨ªtica de este encuentro, que ha sido explotada merecidamente hasta la saciedad, algo hay que comentar acerca de lo que debatieron sobre poes¨ªa y, en especial, lo que entonces dijeron sobre la poes¨ªa francesa los contertulios de formaci¨®n germ¨¢nica y lo que, a su vez, destacaron los franceses sobre la poes¨ªa alemana.
El primer punto ¨¢lgido al respecto lo puso Rilke, cuando declar¨® que, para ¨¦l, su poeta franc¨¦s preferido era el La Fontaine autor de las F¨¢bulas, porque, afirm¨®, para entender "este mundo limitado, lo que se necesita es la esencia m¨¢s pura, la m¨¢s transparente, clara como el agua del manantial y el aire de la ma?ana". Pero el segundo, como r¨¦plica cort¨¦s, pero sin afectaci¨®n ret¨®rica, lo introdujo Lucien Herr al elegir como contrapeso de la balanza al poeta popular alem¨¢n o, mejor, en alem¨¢nico, Johann Peter Hebel (1760-1826), cuyas geniales baladas entusiasmaron, entre otros, a Goethe, Walter Benjamin, Brecht o Heidegger. De manera que, en las m¨¢s altas cimas de la sofisticaci¨®n intelectual, he aqu¨ª un cuarteto acordado en favor de la forma di¨¢fana y de la sabidur¨ªa a ras de tierra. ?Qu¨¦ lecci¨®n art¨ªstica m¨¢s inolvidable y todo gracias a la destemplanza de un peluquero, que no en balde pela cabezas!
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