?Qu¨¦ pesadita eres, Yerma!
RARA VEZ se hace Yerma y casi siempre se hace rara. Como si los directores, pienso yo, creyeran que si no se tensa al l¨ªmite (como una lona, exactamente) ni se recubre de incrustaciones sub/pos/modernas les puede acabar saliendo La Malquerida. Una Malquerida de izquierdas, por supuesto, muy valiente en su d¨ªa, con impresionantes ramalazos de incandescencia po¨¦tica, pero dram¨®n, dram¨®n inm¨®vil, a fin de cuentas. De todas las obras de Lorca (y acabo de rele¨¦rmelas este verano) es la que menos se aguanta. Nada que ver con el visionario Teatro Bajo la Arena. Ni, ya puestos en tragedias secas, con la culminante Bernarda Alba. Mayormente porque a Yerma, el personaje, no le pasa nada. Mejor dicho: todo el rato le pasa lo mismo. De hecho, a Bernarda Alba tampoco le pasaba nada, pero les pasaba a sus hijas. Y a Poncia, que siempre roba la funci¨®n, del mismo modo que aqu¨ª la roba la Vieja Pagana. ?Qu¨¦ le pasa a Yerma? Que Lorca quiso convertirla en protagonista de una "tragedia sin argumento". Pintar, a lo largo de seis escenas, "el retrato de un car¨¢cter". Mal asunto olvidarse del lema "acci¨®n es personaje". En el minuto uno, Yerma ya est¨¢ harta. Que si quiero un hijo y que si quiero un hijo. Que si todas lo tienen y yo no. Por lo que parece, s¨®lo tiene dos opciones. O tenerlo con su marido, Juan, que no est¨¢ por la labor, o tenerlo con otro. El otro posible es V¨ªctor, un pastor que una vez le hizo til¨ªn. El conflicto de Yerma con V¨ªctor o con cualquier otro es la honra, tan espa?ola, tan calderoniana. Juan y V¨ªctor son una pesadilla para cualquier actor. Juan siempre est¨¢ y¨¦ndose a sus asuntos y V¨ªctor anda con un pie fuera del pueblo, o sea que tienen poco papel. Todo lo contrario de Yerma, que no calla, y le cuenta su caso al lucero del alba. ?Qu¨¦ se puede hacer con una obsesiva compulsiva? a) sugerirle una adopci¨®n (no cuela), b) un tratamiento (no se estilaba, y adem¨¢s estamos en una tragedia, y para peor, rural) o c) cambiar de acera. Hay una variante patria del tratamiento, que es el conjuro. Y si no funciona el conjuro, venga una romer¨ªa petitorio-esot¨¦rica. El caso es que la pobre Yerma cada vez est¨¢ m¨¢s loca. Ah¨ª hay un evidente crescendo dram¨¢tico, pero de una monoton¨ªa atroz. "Claro", dir¨¢ Lorca desde su cielo, "pero es que ya lo ha dicho usted: es una obsesiva de tres pares de narices". De acuerdo, maestro, pero ?no habr¨ªa forma de hacerla un poco menos autoconsciente de su tragedia? ?Quitarle un poquito los coturnos, digo? "Eso cu¨¦nteselo usted a la actriz. Y al director". Bien, a sus ¨®rdenes. Se lo dir¨¦ a Merc¨¨ Ar¨¤nega, que la ha protagonizado en el Grec, y a Rafel Dur¨¢n, su director. Se lo dir¨¦ un poco m¨¢s tarde. Ahora que no nos oyen, les dir¨¦ a ustedes que Merc¨¨ Ar¨¤nega es un pedazo de monstruo. Una actriz con una furia poco corriente. Me cort¨® el hipo haciendo otro Lorca, la madre de Bodas de sangre, o sea que iba yo predispuest¨ªsimo. Escrib¨ª entonces: "Estamos ante una mujer de much¨ªsimo peligro, capaz de explosiones con eco y da?os colaterales". Aqu¨ª, lamento decirlo, no me ha cortado el hipo. Hay mucho arrojo y mucho pelear el personaje, pero est¨¢ mal dirigida. Y mal elegida. De entrada, y me meto en terreno delicado, est¨¢ la edad. Nunca he visto una Yerma "bien repartida". He visto much¨ªsimo talento, talento a secas, o medianito, pero ninguna actriz "daba" la edad. O mucho me equivoco o Yerma ha de tener, como mucho, veintipocos a?os. Que es la edad, tambi¨¦n, de sus amigas del pueblo. Pero como se supone que Yerma es un papelazo y que s¨®lo puede hacerlo una actriz hecha y derecha... en fin, cosas que pasan. Volvamos a la autoconciencia de la tragedia, que es el principal lastre de Merc¨¨ Ar¨¤nega en este montaje, y lastre del que a lo mejor, en temporada, acaba liber¨¢ndose, porque tiene arrestos para eso y m¨¢s. Intento de axioma: si el mejor actor c¨®mico es aquel que encarna a un personaje que no sabe que es c¨®mico, la actriz que hace Yerma deber¨ªa mostrarnos a una loca obsesiva en vez de comportarse "como una tr¨¢gica". Convendr¨ªa, quiz¨¢, buscar una interiorizaci¨®n de la tragedia; decir el verso como una monodia alucinada, casi son¨¢mbula, con las explosiones que haga falta, pero sin caer en el coloquialismo (que va contra el texto) ni en el coturnismo (que va contra la sensatez). Dif¨ªcil equilibrio, lo s¨¦, pero es que esta funci¨®n se las trae. Y Rafel Dur¨¢n no parece saber con qu¨¦ carta quedarse. A ratos le marca a Merc¨¨ Ar¨¤nega unas inflexiones cotidian¨ªsimas, casi de Queta Claver haciendo los Quintero, y al minuto siguiente parece que est¨¦ haciendo Aurora Bautista over the top. ?se es el estilo general de la puesta en escena, en la que todos visten (literalmente) trajes que parecen cortados de la misma tela de sof¨¢ pero cada uno tira por un carril distinto: se amalgaman aqu¨ª, como en un puchero, el naturalismo con retortij¨®n de Toni Sevilla (Juan), el naturalismo lumb¨¢lgico de Alex Casanovas (V¨ªctor) y la sencilla verdad de Marta Domingo (Mar¨ªa) frente a unas lavanderas exasperadas (Marta Betriu, Elena Vilaplana, Merc¨¨ Angl¨¨s, Fina Rius, Lluqui Herrero) que parecen haberse tomado un orujazo, un narrador innecesario (Miquel Garc¨ªa Borda) vestido de petimetre que recita las acotaciones (o sea, un Lorca de postalita), dos cu?adas que son unos se?ores con cabezas de cuervo persiguiendo a Yerma con linternas, y una romer¨ªa que recuerda el fin de fiesta de Histoire d'O en clave casi discotequera y que no les cuento porque igual la sue?an. El espect¨¢culo tambi¨¦n contiene una virgen crucificada, varias embarazadas con burka y un titiritero con un ni?o muerto, ¨¤ la Kantor. Por direcci¨®n o por olfato se libran de caer en tan variopinto puchero la veteran¨ªsima Carme Fortuny, que vuelve por sus reales para servirnos una soberbia Vieja Pagana, ir¨®nica y llena de fuerza, e Imma Colomer, una muy sugestiva Dolores, con perfume de cuento de Garc¨ªa M¨¢rquez, trabajando ambas en una clave estilizada que nunca pierde de vista la toma de tierra.
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