Una gran conversaci¨®n
La Alianza de Civilizaciones propuesta por el presidente del Gobierno, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, ha ca¨ªdo bien, en general, fuera de nuestras fronteras. Quiz¨¢ porque ante el problema, nadie sabe muy bien qu¨¦ hacer, y por eso este proyecto -a¨²n en fase de definici¨®n- ha recibido un nuevo impulso tras los atentados de julio en Londres, y, con la recomendaci¨®n de Kofi Annan, previsiblemente lo apoyar¨¢ la Asamblea General de la ONU. A veces los m¨¦dicos se equivocan en el diagn¨®stico y aciertan en la terapia. Algo as¨ª puede ocurrirle a este proyecto, una vez que se conozca la terapia para una enfermedad que no acaba de definir.
Las palabras no son neutras. El mismo nombre de la cosa, al que sus promotores restan importancia, esconde lo que es en el fondo la mayor objeci¨®n que se le puede hacer a un proyecto que puede aportar mucho, pero que tiene que ser m¨¢s radical, es decir, ir a la ra¨ªz del complejo problema que trata de abordar. Usar el t¨¦rmino "civilizaciones", en vez de culturas, religiones u otros, no puede ser s¨®lo una manera de responder a la idea de "choque" que plante¨® Samuel Huntington en su famoso art¨ªculo y libro, pero tiene una indeseada carga postcolonial. En Civilisation, su brillante programa para la BBC, sir Kenneth Clark no os¨® siquiera definir este t¨¦rmino. Cuando esta cuesti¨®n entr¨® en boga en los a?os treinta y cuarenta del siglo pasado, de la mano de Toynbee, el historiador brit¨¢nico cont¨® 21 civilizaciones en la historia, y cuatro en sus tiempos (cristiano-ortodoxa, isl¨¢mica, extremo oriental e hind¨²). Nuestro Huntington (no Ellsworth Huntington, el de Clima y civilizaci¨®n, coet¨¢neo de Toynbee) considera que hay nueve. Ni siquiera hay acuerdo sobre si hay una civilizaci¨®n ¨¢rabe o una isl¨¢mica. En todo caso, las civilizaciones rara vez est¨¢n unificadas y, como indica Schlessinger, hay m¨¢s casos de conflicto en el seno de cada civilizaci¨®n que entre ellas.
En cuanto a la palabra "Alianza", mucho debe su elecci¨®n a rehuir el t¨¦rmino "Di¨¢logo" que lanz¨® desde Ir¨¢n el entonces presidente Jatam¨ª, y otros antes que ¨¦l. Las alianzas son a favor o en contra de algo o de alguien. En este caso, la unidad de las culturas o una civilizaci¨®n ¨²nica universal no son el objetivo. S¨ª la insistencia en la interdependencia y en compartir valores, cuanto m¨¢s, mejor. M¨¢s bien deber¨ªa tratarse de una alianza contra los extremismos, por una parte, aunque ya en los noventa se insisti¨® mucho en el di¨¢logo con los fundamentalistas isl¨¢micos "moderados". En este terreno, habr¨¢ que ser pragm¨¢ticos. Europeos y americanos habr¨¢n de hablar, por ejemplo, con Ham¨¢s, no precisamente un movimiento moderado, si quieren contribuir a estabilizar y pacificar una Gaza palestina.
Se trata sobre todo de lograr una gran conversaci¨®n cultural "para superar prejuicios, concepciones y percepciones err¨®neas y polarizaci¨®n", como indica el documento conceptual en el que se basa, para buscar "respuestas a amenazas a la paz que emanan de percepciones hostiles que fomentan violencia" y superar los relatos en competici¨®n, pues hay una lucha por los relatos, a menudo reinventados.
Una cuesti¨®n central es c¨®mo se articule esta gran conversaci¨®n. Y a este respecto, el proceso cuenta. La Asamblea General de la ONU, reuni¨®n de Estados a la que se dirige la iniciativa, no es el foro m¨¢s adecuado. Pues el problema -tanto el de convivencia entre diferencias, como el de la violencia derivada de algunos extremismos- no se da primordialmente entre Estados, sino entre sociedades y, sobre todo, en el seno de ¨¦stas. Bien es verdad que se quiere hacer participar a ONG y al mundo de los medios (b¨¢sico en todo esto con la aparici¨®n de nuevos canales de comunicaci¨®n que favorecen las diferencias) y de la cultura. Tambi¨¦n es discutible si es adecuado el copatrocinio de la iniciativa espa?ola por Turqu¨ªa, o si hubiera sido mejor incluir desde el principio a otros, que no fueran antiguos imperios para favorecer este di¨¢logo.
Pero, hay que insistir, la mayor objeci¨®n que cabe hacer al proyecto es que, al menos visto desde Europa, el problema principal no es entre sociedades, sino en el seno de nuestras sociedades, entre otras dimensiones con el surgimiento de ese islam europeo, desconectado de sus ra¨ªces hist¨®ricas verdaderas, del que hablan Olivier Roy y otros que ven en estos fen¨®menos el nacimiento de una nueva religi¨®n en Occidente, mientras el contexto favorece a minor¨ªas globalizadas como la que lleva la marca de Al Qaeda. El choque es tanto end¨®geno como ex¨®geno, y refleja tambi¨¦n el fracaso en la integraci¨®n de una parte de la inmigraci¨®n, aunque los violentos sean una minor¨ªa sin ra¨ªces. Como, salvo en algunos pa¨ªses, la inmigraci¨®n va a tender a crecer y no a reducirse, es urgente reflexionar sobre qu¨¦ se ha hecho mal en Europa. La manera en que se resuelva esta cuesti¨®n y el rumbo que tome el islam europeo influir¨¢n tambi¨¦n en la evoluci¨®n del mundo, o mundos, isl¨¢micos fuera.
Pese a la complejidad de la enfermedad, la forma en que el Gobierno de Blair est¨¢ reaccionando ante los atentados de julio en Londres es tambi¨¦n discutible. Ahora intenta desmontar el Londonist¨¢n, refugio de radicales al amparo de las libertades. Pero el problema no es s¨®lo de los extranjeros a deportar porque fomenten el odio. Cuatro de los suicidas del 7 de julio eran brit¨¢nicos. Y en ese pa¨ªs -sin equiparar terrorismo e islam- hay un millar de brit¨¢nicos que ateos, agn¨®sticos o miembros de otra fe se convierten cada a?o a esa religi¨®n. De la mano de la crisis de valores y culturas, la religi¨®n juega un papel cada vez m¨¢s importante en la agenda nacional e internacional. Somos inevitablemente multiculturales y tenderemos a serlo m¨¢s, no s¨®lo con los musulmanes o ¨¢rabes, sino con la inmigraci¨®n china u otra, por lo que las reglas del juego b¨¢sico deben aclararse. Hemos de preservar nuestras esencias. Pero cambiar, cambiaremos. El debate ha llevado a un falso enfrentamiento entre laicidad y multiculturalismo. Cabe recordar que la famosa Ley francesa de Separaci¨®n de las Iglesias y el Estado de 1905 no se aplicaba a los musulmanes ni a la entonces Argelia francesa, de mayor¨ªa musulmana.
Nos faltan conceptos para describir el mundo actual. ?Cabe llamar terrorismo al 11-S, al 11-M o al 7-J, o estamos ante una nueva categor¨ªa, a¨²n peor, que poco tiene que ver con la anterior? El peligro no es un choque de civilizaciones, sino de fundamentalismos -"s¨ªntomas de la enfermedad de la que pretenden ser una curaci¨®n", seg¨²n John Gray-, choque que ya est¨¢ en curso, producto del avance hacia una modernidad que no es necesariamente occidentalizaci¨®n. Unos y otros se radicalizan, y llevan a la pol¨ªtica hacia los extremos. El surgimiento de extremas derechas diversas lo refleja. Si la Alianza de Civilizaciones sirve para frenar este proceso, bienvenida sea. Pero la gran conversaci¨®n no puede ser s¨®lo hacia fuera; tambi¨¦n tendr¨¢ que ser dentro, entre nosotros, unos nosotros que somos cada vez m¨¢s diversos.
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