La loter¨ªa de los inocentes
Parece que alguien debe pagar por las culpas y los errores de otros, y que quien pague ha de ser inocente. Personas en posiciones poderosas cometen equivocaciones criminales, se dejan llevar por la ambici¨®n o la codicia o por la simple estupidez, siembran ideas falsas y venenosas, toman decisiones de consecuencias catastr¨®ficas; comunidades enteras se afilian con j¨²bilo escalofriante a la ceguera y al fanatismo: da la impresi¨®n de que no sucede nada, y de que errores y disparates pueden sucederse sin precio alguno para quien los alienta y quien los comete. Alguien paga siempre, sin embargo, y suele ser el azar quien lo elige: alguien que no tiene parte ni responsabilidad en las causas de su desgracia, que literalmente pasaba por all¨ª.
Pasar por donde no se debe s¨ª que es una equivocaci¨®n tr¨¢gica. Acaba de confirmarse lo que ya se sab¨ªa, que el electricista brasile?o Jean Charles de Menezes no se resisti¨® a los polic¨ªas brit¨¢nicos que le dispararon siete veces a la cabeza, que no hab¨ªa salido huyendo cuando le dieron el alto, que ni siquiera le dieron el alto ni llevaba una mochila sospechosa. Cada instante en la vida es una yuxtaposici¨®n vertiginosa de casualidades y decisiones. De todos los lugares del mundo, Jean Charles de Menezes eligi¨® Londres para buscarse la vida lejos de su pa¨ªs, o fue all¨ª porque ten¨ªa un amigo: y qui¨¦n sabe cu¨¢ntos azares m¨ªnimos se conjugaron para que saliera de su casa en un barrio de emigrantes a una cierta hora, y entrara en el metro en el momento justo en el que unos polic¨ªas iban a elegirlo como v¨ªctima perfecta, en la gran loter¨ªa del sacrificio de los inocentes.
Como en los dibujos forenses donde se representa la trayectoria de una bala, una l¨ªnea de puntos o una flecha lleva directamente de la cabeza destrozada de Jean Charles de Menezes a la cara vacua y afable y a la sonrisa r¨ªgida de Tony Blair, y a toda una suma de decisiones pol¨ªticas cuyas consecuencias nunca pagan quienes las han tomado. Para que ese pobre hombre muriese una ma?ana en el metro, una desolada ma?ana laboral en una ciudad extranjera, mientras se dispon¨ªa a sobrellevar el viaje leyendo un peri¨®dico gratuito, ha hecho falta que el presunto laborista Blair secundara al r¨²stico iluminado George W. Bush en la invasi¨®n desastrosa de Irak, pero ¨¦sa es una sola de las culpas que Jean Charles de Menezes fue elegido para expiar. Tambi¨¦n ha hecho falta que con el dinero del petr¨®leo saud¨ª se extendiera por el mundo musulm¨¢n la versi¨®n m¨¢s fan¨¢tica y oscurantista del Islam, y que en los a?os ochenta los Estados Unidos apoyaran el fundamentalismo de los talibanes para da?ar a los sovi¨¦ticos en Afganist¨¢n, y que las clases dirigentes ¨¢rabes hayan preferido durante tanto tiempo perpetuar el control olig¨¢rquico sobre sus pa¨ªses y alentar el victimismo antioccidental y antiisrael¨ª de sus s¨²bditos en vez de hacer algo a favor de la igualdad o la justicia. Y ha sido preciso adem¨¢s que en Europa, y particularmente en Gran Breta?a, los dirigentes pol¨ªticos e intelectuales hayan favorecido un blando multiculturalismo seg¨²n el cual la instrucci¨®n p¨²blica universal y la defensa de los valores civiles y laicos es una imposici¨®n imperialista, un atentado contra la identidad cultural de las minor¨ªas inmigrantes. Salman Rushdie, que sabe de lo que habla, ha recordado ¨²ltimamente la furia y la impunidad con que dirigentes musulmanes brit¨¢nicos apoyaron en p¨²blico su condena a muerte por blasfemia en 1989; y tambi¨¦n se acuerda de colegas intelectuales que prefirieron unirse a sus agresores o al menos quedarse en una postura equidistante, dado que, al fin y al cabo, ¨¦l, Rushdie, era culpable de herir con la irreverencia de su libro sensibilidades religiosas que al parecer est¨¢n exentas del escrutinio de la libertad de expresi¨®n y de la igualdad ante la ley, esas dos antiguallas de la vieja Ilustraci¨®n.
?sta es la doble sabidur¨ªa de Blair por la que ha pagado Jean Charles de Menezes: por una parte, secundar una invasi¨®n, en nombre de la guerra contra el terrorismo, cuya consecuencia principal est¨¢ siendo la multiplicaci¨®n del n¨²mero de los terroristas; por otra, ofrecer todas las ventajas de la tolerancia europea a algunos de sus peores enemigos.
Se dir¨¢ que la vida de un solo ser humano es muy poca cosa, en el paisaje inmenso del dolor y la destrucci¨®n, de la injusticia y el desorden del mundo. Pero esa cosa m¨ªnima era todo lo que ten¨ªa Jean Charles de Menezes, y lo que tenemos cada uno de nosotros, de modo que es un ultraje saber que a veces hay que perderla por la simple raz¨®n de que haya sido elegida al azar para pagar las culpas de otros. En el bombo de esa loter¨ªa hay un n¨²mero para cada uno. A las vidas de los dem¨¢s cualquiera renuncia con desenvoltura, hasta con elegancia.
El pago le puede ser reclamado al inocente en cualquier momento, y es inapelable. No se puede saber cu¨¢l entre nuestros actos resulta decisivo para que se nos elija. Entrar en el metro una ma?ana, pararse a recoger un peri¨®dico gratuito, valiosos segundos perdidos sin los cuales no habr¨ªamos estado en el lugar que nos correspond¨ªa. Un hombre cruza un paso de peatones confiando en que est¨¢ verde la luz del sem¨¢foro y un coche a toda velocidad lo atropella y lo mata, y el conductor se da a la fuga. Con el tiempo se acaba descubriendo que el homicida es un bailaor joven y famoso, gitano, en la cima del ¨¦xito. Se cumple aqu¨ª otro axioma del juego entre los culpables que permanecer¨¢n impunes y los inocentes que han de ser sacrificados: el culpable tiene un nombre conocido y una figura p¨²blica; el inocente es an¨®nimo, lo cual ya es un adelanto en el proceso conveniente de su eliminaci¨®n. El bailaor Farruquito conduce sin carnet un coche de m¨¢xima potencia a una velocidad temeraria, atropella a un hombre y ni siquiera se detiene a prestarle la ayuda que podr¨ªa haberle salvado la vida, la ¨²nica que tiene. Es detenido y juzgado, y su ¨²nica condena es pagar una cantidad modesta, algo m¨¢s de cien mil euros, que ni siquiera saldr¨¢n de su bolsillo.
?Cien mil euros es el valor de la vida de un hombre, todo lo que hay que pagar por quitarla, la compensaci¨®n que merecen aquellas personas para las que la v¨ªctima ten¨ªa una identidad y un nombre, una voz, una presencia c¨¢lida que fue borrada delmundo para siempre porque este hombre cometi¨® el error, casi el delito, de cruzar la calle confiando en la garant¨ªa del paso de peatones?
Hab¨ªa unas cuantas cosas por las que era preciso que alguien pagara: una cultura masculina embrutecida, alentada por la industria y por la publicidad, en la que el coche es la representaci¨®n arrogante de una fantas¨ªa de potencia f¨ªsica, y a causa de la cual conducir por las ciudades y por las carreteras espa?olas es con mucha frecuencia una aventura peligrosa, un tormento para las personas prudentes y pac¨ªficas; una legalidad que parece calculada para favorecer la impunidad de los conductores m¨¢s chulescos, los que se creen tan h¨¢biles que para ellos no cuentan las limitaciones de velocidad ni las advertencias sobre el alcohol y al mismo tiempo se saben a salvo de cualquier castigo serio, por muy graves que sean las consecuencias de su chuler¨ªa; y una sociedad con muy poco pulso c¨ªvico, embotada por el espect¨¢culo permanente de los malos modos, del ruido, de la primac¨ªa de la sinraz¨®n grosera y el capricho por encima de la educaci¨®n, la sensatez y la ley. Tambi¨¦n ten¨ªa que pagar alguien por la idea t¨®xica de que por encima de las responsabilidades personales que fueron en otro tiempo la espina dorsal de la ciudadan¨ªa est¨¢ la pertenencia difusa a grupos, g¨¦neros, pueblos, etnias, culturas. Perteneciendo Farruquito a la etnia gitana, v¨ªctima de marginalidad y persecuci¨®n durante siglos, quien le exigiera responsabilidad por sus actos podr¨ªa ser autom¨¢ticamente sospechoso de racismo. Si los sufrimientos de otros en el pasado pueden ponerse oportunamente al servicio de los privilegios y las impunidades del presente, no es posible la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que era, seg¨²n recuerdo, otro de los pilares de la democracia. El hombre muerto en el paso de peatones, al parecer, no pertenec¨ªa a minor¨ªa alguna que pudiera reclamarlo como h¨¦roe o m¨¢rtir, no era parte de un pueblo sobre cuya esencia colectiva se proyectara como una injuria el delito de su atropello. Jean Charles de Menezes ni siquiera era musulm¨¢n, tan s¨®lo pobre y emigrante. Conviene que la v¨ªctima y los suyos se queden solos en la muerte, y as¨ª el olvido actuar¨¢ con m¨¢s eficacia sobre ellos. Gracias al precio que otros han pagado, Tony Blair podr¨¢ seguir perfeccionando su r¨ªgida imitaci¨®n de sonrisa pol¨ªtica norteamericana, y el bailaor Farruquito, como tantos otros conductores espa?oles, tendr¨¢ la oportunidad de disfrutar de su coche sin las enojosas limitaciones a que se ver¨ªa sometido en otros pa¨ªses, donde las autoridades tienen la molesta costumbre de aplicar las leyes, y donde se concede algo m¨¢s de valor a la vida humana.
Antonio Mu?oz Molina es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.