El fin de 'Londonist¨¢n'
El 5 de agosto de 2005, Tony Blair anunci¨® una serie de medidas antiterroristas que representan un cambio radical de la estrategia brit¨¢nica respecto al movimiento islamista, puesto en evidencia tras los atentados del 7 y el 21 de julio. La pol¨ªtica de Londonist¨¢n -el asilo pol¨ªtico concedido a los ide¨®logos islamistas radicales a cambio de convertir el Reino Unido en santuario- ha quedado definitivamente enterrada: Omar Bakri, el extravagante sirio fundador del grup¨²sculo Al Muhayirun, aficionado a ensalzar a Osama bin Laden y los "219 magn¨ªficos" -los terroristas del 11 de septiembre-, se fue a L¨ªbano, despu¨¦s de dos d¨¦cadas en Inglaterra, para pasar unas vacaciones r¨¢pidamente convertidas en destierro por el ministro de Interior brit¨¢nico. Otro espantap¨¢jaros de la prensa sensacionalista, el egipcio Abu Hamza, nacionalizado brit¨¢nico, est¨¢ en la c¨¢rcel, a la espera de que puedan acabar arrebat¨¢ndole su ciudadan¨ªa y le extraditen a Estados Unidos. El jordano-palestino Abu Qatada, al que los brit¨¢nicos consideran "el embajador de Al Qaeda en Europa", se encuentra preso y aguarda una extradici¨®n a Jordania que todav¨ªa no es m¨¢s que hipot¨¦tica debido a las numerosas v¨ªas de recurso jur¨ªdico posibles, como se ha podido ver en el caso de Rachid Ramda, un ciudadano argelino cuya extradici¨®n reclama en vano Par¨ªs desde hace 10 a?os para interrogarle sobre su intervenci¨®n en los atentados de 1995, y que Blair calific¨® de caso "completamente inaceptable" al hablar de la necesidad de "cambiar las reglas del juego". Las medidas anunciadas son, entre otras, la expulsi¨®n por decreto de los predicadores que alteren el orden p¨²blico (como en Francia o Espa?a), la criminalizaci¨®n de la apolog¨ªa del terrorismo, el cierre de los lugares de oraci¨®n en los que "se fomente el extremismo" y una pol¨ªtica de integraci¨®n voluntarista, que sustituya al generoso laissez-faire reinante hasta ahora.
Todo ello ha suscitado un gran sobresalto en los medios liberales brit¨¢nicos, que han denunciado unas maneras militaristas y unas medidas liberticidas. Sin embargo, m¨¢s all¨¢ de la pol¨¦mica y el efecto publicitario, destinado a tranquilizar a una opini¨®n p¨²blica que vive traumatizada por la perspectiva de un tercer atentado, el abandono de la pol¨ªtica de Londonist¨¢n suscita interrogantes m¨¢s profundos y complejos sobre el modelo de sociedad multiculturalista, que el Reino Unido simbolizaba en Europa junto con los Pa¨ªses Bajos (donde se puso en tela de juicio tras el asesinato del realizador Theo van Gogh, apu?alado por un joven islamista de origen marroqu¨ª en oto?o de 2004).
Londonist¨¢n representaba la punta del iceberg multiculturalista, hasta el punto de haberse convertido en su caricatura. Supon¨ªa que, al ofrecer asilo a los ide¨®logos extremistas, ¨¦stos ejercer¨ªan una influencia favorable sobre la juventud tentada por el islamismo radical y la violencia y le disuadir¨ªan de actuar contra un Estado y una sociedad que hab¨ªan permitido resplandecer a los Abu Hamza, Abu Qatada y Omar Bakri. Es cierto que, durante un decenio, Gran Breta?a estuvo a salvo, pero a cambio de quitar importancia al discurso radical, que se consideraba l¨ªcito siempre que no se tradujera en violencia y entre cuyos elementos estaban la falta completa de identificaci¨®n de los j¨®venes -pese a ser ciudadanos brit¨¢nicos- con el Reino Unido y el exacerbamiento de una identidad islamista transnacional puntuada por las haza?as de la yihad en todo el mundo, cada vez m¨¢s accesibles a trav¨¦s de Internet. A medida que los h¨¦roes online de la yihad, a partir del 11 de septiembre, fueron cometiendo atentados en los cuatro puntos cardinales, los ide¨®logos de Londonist¨¢n, que ladraban pero no mord¨ªan, fueron quedando mal y perdiendo su valor y su influencia en los sectores m¨¢s radicales, a los que no preocupaba en absoluto su bienestar londinense. En ese sentido, las medidas jur¨ªdicas que hoy se les aplican no tienen m¨¢s que un efecto simb¨®lico a posteriori.
En cambio, queda a¨²n sin resolver en absoluto la cuesti¨®n del cimiento intelectual que hizo posible Londonist¨¢n, es decir, un multiculturalismo en el que lo que distingue a las comunidades religiosas, ¨¦tnicas y de otro tipo, proclamadas como tales dentro de una sociedad concreta, se considera fundamental, mientras que lo que une a los individuos, por encima de la raza o la fe, como ciudadanos de una misma sociedad, se ve como algo secundario. Toda sociedad tiene sus diferencias, sobre todo por los conflictos permanentes de los grupos sociales que la habitan, y no existe sociedad sin conflicto m¨¢s que en las utop¨ªas totalitarias. Ahora bien, la peculiaridad del multiculturalismo es que piensa que los individuos est¨¢n determinados por una "esencia" cultural inamovible, propia de cada "comunidad", y que el orden pol¨ªtico, e incluso el jur¨ªdico, deben juzgarlos siempre a trav¨¦s del prisma comunitario al que pertenecen. Existen defensores de esta teor¨ªa tanto entre los partidarios -reconocidos o no- del apartheid como entre los liberales o los libertarios. En el Reino Unido, el multiculturalismo ha sido objeto de un consenso impl¨ªcito entre la aristocracia social, salida de las public schools y encerrada en los clubes, y la izquierda laborista: el desarrollo separado de los musulmanes permit¨ªa a los primeros administrar con el menor coste posible la mano de obra paquistan¨ª inmigrante y a los segundos captar su voto a trav¨¦s de los l¨ªderes religiosos en el momento de las elecciones. ?se es el consenso que los atentados de julio hicieron saltar por los aires. Porque el multiculturalismo s¨®lo tiene sentido si conduce a una especie de paz social, en la que los dirigentes comunitarios controlen a sus fieles, les inculquen valores religiosos o morales espec¨ªficos pero garanticen su sumisi¨®n al orden p¨²blico general. Y, en ese sentido, el trauma sufrido por la sociedad brit¨¢nica es m¨¢s profundo que el de la sociedad estadounidense tras el 11 de septiembre, aunque el n¨²mero de muertos haya sido muy inferior: en Estados Unidos, los 19 piratas a¨¦reos eran extranjeros, mientras que, en el Reino Unido, los ocho individuos involucrados son hijos de la sociedad multicultural. Lo que se sabe de ellos les muestra profundamente imbuidos de religi¨®n -transmitida no s¨®lo en las mezquitas sino, tanto o m¨¢s, a trav¨¦s del v¨ªdeo e Internet-, pero sin fidelidad alguna a los dirigentes comunitarios cooptados por el sistema pol¨ªtico. Despu¨¦s de los atentados, el sistema social brit¨¢nico se ha encontrado con sectores enteros que se definen, ante todo, a partir de una identificaci¨®n comunitaria religiosa que, sin embargo, no puede prevenir derivas violentas contra la sociedad "imp¨ªa" ni la imitaci¨®n de Al Qaeda. Dado que el multiculturalismo practicado en Gran Breta?a ha dejado de servir como defensa del orden p¨²blico, la prensa y la red se llenan de debates sobre c¨®mo salir del punto muerto, igual que sucedi¨® en Holanda tras el asesinato de Theo van Gogh.
Adem¨¢s del desmantelamiento de Londonist¨¢n y la panoplia de medidas antiterroristas que auguran largas batallas jur¨ªdicas, enuna de las p¨¢ginas web m¨¢s respetadas de la red, openDemocracy, David Hayes -uno de sus editores- ha calificado lo que se juega la sociedad como una elecci¨®n draconiana entre dos modelos, el laicismo radical y el multiculturalismo radical. Es una alternativa v¨¢lida no s¨®lo para el Reino Unido sino para toda Europa, en la medida en que los problemas son equiparables, aunque se planteen a partir del contexto hist¨®rico concreto de cada pa¨ªs de la Uni¨®n. El secularismo radical -que, en el Reino Unido, empezar¨ªa por la abolici¨®n del car¨¢cter oficial de la Iglesia Anglicana- tendr¨ªa como objetivo redefinir el pacto entre el nuevo Estado laico y el conjunto de los ciudadanos, sobre la base de una Constituci¨®n redactada por consenso. Por el contrario, el multiculturalismo llevado al extremo desembocar¨ªa en la creaci¨®n de un "Parlamento musulm¨¢n" aut¨®nomo, elegido por su comunidad, encargado de legislar para ella y dotado de medios para aplicar la ley y hacer respetar el orden p¨²blico, como ocurr¨ªa en el Imperio Otomano con las minor¨ªas jud¨ªas o cristianas.
Estas dos opciones pueden parecer excesivas, pero permiten fijar con claridad los l¨ªmites entre los que las sociedades europeas tendr¨¢n que definir su v¨ªa, e indican, sobre todo, la urgencia con la que es preciso entablar el debate en el Viejo Continente. En Europa, Francia, criticada cuando la comisi¨®n Stasi recomend¨® prohibir los signos de afiliaci¨®n religiosa en la escuela, despierta inter¨¦s ahora entre quienes destacan que es el pa¨ªs con la poblaci¨®n de origen musulm¨¢n m¨¢s numerosa, muy por delante de Alemania y Gran Breta?a, y que el control social que ejerce el efecto combinado de la laicidad, la integraci¨®n voluntarista y la pol¨ªtica de seguridad preventiva ha permitido -con arreglo a unas modalidades inversas de multiculturalismo- evitar los atentados durante la pasada d¨¦cada. Cuando dos periodistas franceses secuestrados en Irak fueron amenazados de muerte si no se retiraba la ley sobre la laicidad en la escuela, la movilizaci¨®n de los ciudadanos franceses de origen musulm¨¢n contribuy¨® no poco a su liberaci¨®n. Sin embargo, tampoco la Rep¨²blica laica puede dar todo por descontado: la marginaci¨®n social de demasiados j¨®venes de origen magreb¨ª o africano, el hecho de que se quite importancia a las p¨¢ginas yihadistas en Internet y la marcha de algunos hacia los frentes candentes de Irak o Pakist¨¢n, suministran los ingredientes del mismo c¨®ctel que se halla en otros lugares. Pero no se ha llegado a la fatalidad del atentado, y, hasta ahora, los que lo predicaban no han tenido ¨¦xito.
Ni en Londres, ni en Par¨ªs, Roma, Madrid, Bruselas o Amsterdam conviene ocultar la cabeza debajo del ala: el problema terrorista, aparte de medidas simb¨®licas como la erradicaci¨®n de Londonist¨¢n, plantea la pregunta de qu¨¦ queremos que sea la identidad europea, junto con nuestros conciudadanos de origen musulm¨¢n y de todas las confesiones o no religiones. Ha llegado la hora de que la Uni¨®n Europea, tras el fracaso de la Constituci¨®n, aborde de frente este asunto, en el que se juega una parte de su futuro.
Gilles Kepel es profesor en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de Par¨ªs y ocupa la c¨¢tedra de Oriente Pr¨®ximo y Mediterr¨¢neo. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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