Los hijos del Le¨®n del Panshir
La minor¨ªa ¨¦tnica afgana de los tayikos se siente abandonada por el Gobierno y anhela la figura de su l¨ªder, asesinado por Al Qaeda
A lo largo del pedregoso camino que atraviesa el valle del Panshir, en el noreste de Afganist¨¢n, da la impresi¨®n de que el asesinado Ahmed Shah Masud fuera el preferido para las elecciones legislativas del domingo. Los carteles con su imagen superan en tama?o a los de los candidatos y ¨¦stos recurren a sus v¨ªnculos con El Le¨®n del Panshir para asegurarse votos. El medio mill¨®n de tayikos que habitan el valle se sienten hu¨¦rfanos de su l¨ªder y abandonados por el nuevo Gobierno. "Si ¨¦l siguiera vivo, ya tendr¨ªamos una carretera asfaltada", asegura hayi Abdul Hadi.
"El proceso de Bonn toca a su fin, pero no ha producido los resultados deseados", lamenta Wali Shah Masud, hermano de Ahmed y que ahora es el embajador afgano en Londres. "Tenemos un Gobierno d¨¦bil, ineficaz y corrupto que no est¨¢ equilibrado porque los puestos clave est¨¢n en manos de personas que trabajaron con los talib¨¢n y que no lucharon por la liberaci¨®n del pa¨ªs", explica evitando plantear sus quejas en t¨¦rminos ¨¦tnicos. Los panshiris son tayikos (un grupo de origen persa al que pertenece un 25% de los afganos) y los talib¨¢n, pastunes (la etnia mayoritaria, con en torno al 50%).
Los hombres de Masud, al que Al Qaeda asesin¨® dos d¨ªas antes del 11-S, formaron la espina dorsal de la coalici¨®n de milicias que ayud¨® a Estados Unidos a derrocar a los talib¨¢n. Ese papel se tradujo en una importante presencia en el Gobierno de transici¨®n. Sin embargo, desde que Hamid Karzai, un past¨²n, se consolidara como presidente en las elecciones del a?o pasado, los panshiris han visto c¨®mo sustitu¨ªa por pastunes a algunos de sus l¨ªderes mejor situados y ofrec¨ªa un controvertido programa de reconciliaci¨®n a los antiguos responsables talib¨¢n.
"A nosotros nos llaman 'se?ores de la guerra', mientras que a los verdaderos criminales no s¨®lo no les castigan sino que les permiten presentarse a las elecciones", se duele el comandante muyahid¨ªn Gulhaydar Khan mientras toma un t¨¦ frente al mausoleo del Gran Masud. "Nosotros echamos a los sovi¨¦ticos y a los talib¨¢n, y el Gobierno debiera reconocer nuestro sacrificio", a?ade este hombre que ha pasado 20 de sus 42 a?os defendiendo estas monta?as. Los hombres que le rodean asienten. Todos son antiguos muyahid¨ªn, literalmente los que hacen la yihad.
Incluso las mujeres. "Pas¨¦ seis a?os en la c¨¢rcel, porque me pillaron llevando armas a mi hermano y a sus compa?eros", se presenta Maryam Panshiri, que habla con inusitada libertad ante la concurrencia masculina. Esta maestra de 44 a?os trabaja ahora como delegada local del Ministerio de la Mujer, pero se queja de falta de medios. "Nos hacen falta m¨¢s escuelas, m¨¢s cl¨ªnicas y casas para las familias de los 10.000 m¨¢rtires", se?ala.
Gubbarat Shat, por su parte, espera una pensi¨®n. Perdi¨® una pierna en la yihad contra los sovi¨¦ticos y a duras penas se gana la vida en su min¨²sculo taller de Rawat. Tambi¨¦n esperan ayudas los milicianos desmovilizados. "Hemos vuelto a la vida civil, pero no tenemos empleos", se queja hayi Abdul Hadi, que cojea como resultado de varias heridas recibidas en combate. Los muyahid¨ªn del Panshir a¨²n no han recibido las compensaciones econ¨®micas y la formaci¨®n profesional establecidas en el programa de desarme patrocinado por la ONU a pesar de que el comandante Gulhaydar asegura que ya han entregado todas las armas al Gobierno.
"Todav¨ªa prosigue la recogida de armas", precisa una fuente del organismo internacional. Aunque han entregado 150 armas pesadas (incluidos varios carros de combate y misiles Scud), los panshiris se muestran renuentes a ceder sus provisiones de munici¨®n. Este extremo, unido a las acusaciones de fraude que lanz¨® durante la campa?a Yunus Qanuni, el que fuera n¨²mero dos de Masud y candidato fallido a las presidenciales del a?o pasado, ha suscitado murmullos de rebeli¨®n si no reconquistan terreno pol¨ªtico en las legislativas.
Los analistas estiman esa posibilidad tan exagerada como el sentimiento de marginaci¨®n de los panshiris. Despu¨¦s de todo, aunque hayan perdido las carteras de Defensa y de Educaci¨®n, conservan Exteriores (Abdullah Abdullah) y las jefaturas del Ej¨¦rcito (Bismillah Khan) y de los servicios secretos (Amralluah Saleh). Adem¨¢s, han logrado que se les reconozca el estatuto de provincia con derecho a dos diputados en el Parlamento.
"Creo que Qanuni ha moderado su discurso despu¨¦s de que le hayamos hecho comprender que por la v¨ªa democr¨¢tica puede convertirse en una alternativa de Gobierno", explica un asesor pol¨ªtico de la ONU. El ex ministro de Educaci¨®n, que se presenta en Kabul, ha logrado coaligar a 14 partidos que presentan medio millar de candidatos en diversas provincias.
Miedo en el campo
Human Rights Watch (HRW) denunci¨® ayer en Kabul "el clima de miedo entre muchos votantes y candidatos, en especial en las ¨¢reas rurales m¨¢s remotas". La organizaci¨®n de defensa de los derechos humanos se?ala que muchos se sienten intimidados por "los se?ores de la guerra o los caciques locales". HRW subraya que "muchos afganos est¨¢n profundamente preocupados por el hecho de que presuntos criminales de guerra sean candidatos".
"Los afganos se muestran deseosos de participar en unas elecciones que les ayudar¨¢n a librarse del Gobierno de las armas, pero se muestran decepcionados de que el Gobierno y sus socios internacionales no hayan hecho m¨¢s para evitar que los se?ores de la guerra y los violadores de derechos humanos dominen el espacio pol¨ªtico afgano", declar¨® Sam Zarifi, vicedirector para Asia de HRW.
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