'La antorcha humana': ?un superh¨¦roe chamuscado?
HOMBRES DE ACERO con visi¨®n de rayos X; sofisticados se?ores de la noche que patrullan por oscuros callejones en portentosos coches a reacci¨®n; cient¨ªficos a quienes la radiaci¨®n gamma colorea accidentalmente con vistosos tonos clorof¨ªlicos. El universo de los superh¨¦roes parece no agotar la desbordante imaginaci¨®n de un peque?o grupo de esforzados guionistas. Mientras por la gran pantalla resuenan los ecos de otro prodigioso cuarteto, Los Cuatro Fant¨¢sticos, dedicaremos esta entrega a los sorprendentes poderes adquiridos por uno de sus miembros, Johnny Storm, La antorcha humana, capaz de entrar en ignici¨®n a voluntad.
Existen tres mecanismos b¨¢sicos de transporte de calor entre cuerpos que se encuentran a distinta temperatura: la conducci¨®n, la convecci¨®n y la radiaci¨®n. La conducci¨®n ocurre cuando el calor (energ¨ªa t¨¦rmica) se transmite por un medio material, lo que implica contacto f¨ªsico. La convecci¨®n, por contra, involucra cierto desplazamiento de materia que conlleva, a su vez, el transporte de la energ¨ªa calor¨ªfica. Finalmente, la radiaci¨®n es un mecanismo universal de transporte de calor: todo cuerpo radia calor, tanto m¨¢s como mayor su temperatura. De hecho, recibimos la energ¨ªa t¨¦rmica emitida por el Sol gracias a este mecanismo, capaz de operar en el vac¨ªo.
La temperatura del cuerpo humano (ci?¨¦ndonos al com¨²n de los mortales) es pr¨¢cticamente uniforme: unos 36 grados en el exterior (37 grados en el interior). No obstante, el cuerpo humano intercambia calor con su entorno. Como habitualmente nuestra temperatura corporal excede a la del entorno, el cuerpo humano presenta una p¨¦rdida neta de calor por radiaci¨®n.
La sensaci¨®n de fr¨ªo que experimentamos en un d¨ªa de invierno deriva as¨ª del hecho que esta p¨¦rdida de calor es m¨¢s acentuada que en verano (el entorno se encuentra a una temperatura menor en invierno). De hecho, en el enfriamiento de una persona intervienen p¨¦rdidas de calor tanto por radiaci¨®n como por convecci¨®n y, ocasionalmente, por conducci¨®n (al poner los pies descalzos en el suelo, por ejemplo). Pese a ello, el cuerpo humano tiende a mantenerse caliente, incluso expuesto a un fr¨ªo intenso, dado que los tejidos corporales son conductores calor¨ªficos deficientes.
Desde un punto de vista meramente t¨¦rmico, La antorcha humana anda al garete con las leyes de la termodin¨¢mica (y con el sentido com¨²n, dicho sea de paso). Ingresado en un hospital, tras su accidentada odisea en el espacio, y mientras flirtea con una enfermera, asistimos a todo un r¨¦cord en lo que a medidas t¨¦rmicas se refiere: el peque?o term¨®metro ubicado en su axila registra... ?m¨¢s de 200 grados! Grados Fahrenheit, suponemos, aunque su equivalencia en la escala celsius o cent¨ªgrada (unos 93 grados), nos lleva a cuestionar la viabilidad de la escena (ignorando el papel que desempe?a la enfermera en el s¨²bito aumento de temperatura). ?Desde cu¨¢ndo los term¨®metros de hospital permiten alcanzar valores tan extremos? Para qu¨¦, si un humano medio morir¨ªa irremisiblemente mucho antes... Pero los desmanes no terminan aqu¨ª.
En un experimento destinado a determinar la temperatura alcanzada por La antorcha humana al entrar en ignici¨®n, se afirma: "?3.700 grados! Es como una supernova". El comentario ignora que las temperaturas de una explosi¨®n de supernova se sit¨²an ente los 1.000 - 10.000 millones de grados, algo que parece excesivo incluso para un superh¨¦roe. Este error de bulto vuelve a repetirse poco despu¨¦s (a menor escala), al sostener que Johnny ha alcanzado "la temperatura del Sol".
Las reacciones termonucleares que operan en el interior de nuestra estrella le inducen una temperatura central de unos 15 millones de grados. Las cosas andan m¨¢s fr¨ªas por la periferia: en la parte visible del Sol, o fotosfera, la temperatura ha descendido ostensiblemente hasta alcanzar un valor de s¨®lo unos 6.000 grados. Pese a lo anteriormente expuesto, La antorcha humana es capaz de entrar en ignici¨®n y tras pasar un tiempo entre llamas abrasadoras, retornar a su aspecto inicial sin siquiera un pelo fuera de lugar. Uno esperar¨ªa que ante temperaturas tan elevadas resultara, cuanto menos, chamuscado.
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