Pis, caca, culo
Lo dej¨® escrito en las primeras p¨¢ginas de El Principito Antoine de Saint-Exup¨¦ry: "... Son as¨ª. Y no hay que reprocharles. Los ni?os deben ser muy indulgentes con las personas mayores". Hern¨¢n Migoya ha escrito una primera novela (tras aquel libro de relatos, Todas putas, cuyos posibles valores literarios quedaron sepultados en un rifirrafe Madrid-Bar?a entre el partido que entonces estaba en la oposici¨®n y ahora en el poder, y viceversa, pues su editora acab¨® siendo, aquella temporada, directora del Instituto de la Mujer PP) en la que osadamente ha mezclado, jugando con una gratuita gama de colores, seg¨²n qui¨¦n hablara, sensaciones, sentimientos, miedos, reservas, descubrimientos, secretos del mundo infantil y del mundo de los adultos en un vertiginoso tiovivo, que a veces convence -incluso conmueve- y otras cansa -incluso irrita-. El territorio de la infancia es campo minado, donde todos, soldados forzosos de una y otra trinchera, se arrastran entre el barro de la Gran Guerra sin saber muy bien ad¨®nde ir, contra qui¨¦n disparar, qu¨¦ loma conquistar. Hern¨¢n Migoya nos introduce en un tenebroso paisaje, el espacio de la infancia, donde, sin un l¨ªmite temporal (hay ni?os que son seducidos por un familiar por seis euros: es acaso el cap¨ªtulo m¨¢s duro del libro y quiz¨¢ el m¨¢s hermoso por c¨®mo est¨¢ contado con la inocencia de la poca edad; y hay ni?os tambi¨¦n que juegan a las canicas, una rodilla en tierra), se confunden los miedos y los secretos de los ni?os y de los adultos; donde se producen encarnizadas batallas a¨¦reas de los mayores sin que los ni?os puedan refugiarse en los refugios; donde el Monstruo, el Ogro, o el Hombre del Saco puede ser un t¨ªo ped¨®filo; y donde, ellas y ellos, ni?os a punto de atravesar el espejo y abandonar el falso para¨ªso de la infancia, se mezclan con ellas y ellos, adultos que encogen las piernas para sentarse como pueden en los pupitres a otra escala de la ni?ez para ver qu¨¦ poco les diferencia a unos y a otros. Que los adultos ya empiezan a cometer los errores del futuro siendo ni?os es de lo que parece querer convencernos Migoya, que logra, en ocasiones, brillantes fogonazos; tal vez demasiado fragmentados para que sostengan el osado proyecto de esta novela ambiciosa pero, al final, fallida. Es una aproximaci¨®n a la infancia diferente, y al menos intentada. Pol¨¦mica e irritante, es cierto, y conseguida, en ocasiones, tambi¨¦n.
OBSERVAMOS C?MO CAE OCTAVIO
Hern¨¢n Migoya
Mart¨ªnez Roca. Madrid, 2005
220 p¨¢ginas. 15 euros
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.