Piel de elefante
S¨¦ que est¨¢ de moda tirar contra el buenismo, que algunos consideran una herencia del progresismo de ra¨ªz cristiano-marxista. Yo mismo he criticado la obscenidad de los que practican el baile moral, de los que, desde lugares de poder e influencia, se dedican a exhibir sus buenos sentimientos, sin acompa?ar sus palabras de acci¨®n efectiva alguna. Es un discurso al que son muy dados figuras institucionales de significaci¨®n universal, como los sumos pont¨ªfices y los secretarios generales de las Naciones Unidas o de la Unesco. Gentes que hacen constantes apelaciones a la justicia y a la paz, pero que miran a otra parte cuando se pone en marcha un genocidio de una etnia cat¨®lica contra otra etnia cat¨®lica, como ocurri¨® en Ruanda, y se asesina en las iglesias a v¨ªctimas previamente se?aladas por los curas. Juan Pablo II muri¨® sin siquiera haber pedido perd¨®n por este tremendo episodio. Kofi Annan nunca ha reconocido su responsabilidad por omisi¨®n. Mis reticencias ante la Alianza de Civilizaciones promovida por el presidente Zapatero vienen precisamente por una tendencia a desconfiar de las grandes palabras ante cuestiones de vida o muerte. Pero, a pesar de esto, la cr¨ªtica del buenismo, a fuerza de ser repetida, se est¨¢ convirtiendo en una coartada moral para las actitudes c¨ªnicas de los que creen que un pobre es menos pobre si se aparta de su vista, y en una coartada pol¨ªtica para la impotencia. Ante la incapacidad de afrontar determinados problemas, se prefiere descalificar a los que ponen el dedo en la llaga como buenistas, es decir, como personas incapaces de entender que este mundo es muy cruel y aceptarlo resignadamente, que es lo que, seg¨²n ellos, denota la edad adulta de un ciudadano. Naturalmente, el complemento de la cr¨ªtica al buenismo es la indiferencia. El c¨ªnico se siente reconfortado cuando ve que los ciudadanos no se inmutan, o incluso aplauden, si un gobierno decide hacerse el macho ampliando la valla que separa in¨²tilmente la miseria del bienestar o si un aspirante a gobernante se llena la boca diciendo que hay que expulsar a todo el que se mueva.
La realidad, sin embargo, no sabe de ambig¨¹edades y, a veces, llama a la puerta de nuestras indiferentes sociedades con tal insistencia que resulta dif¨ªcil no darse por enterado. Es lo que est¨¢ ocurriendo estos d¨ªas en Ceuta y Melilla, por ejemplo. El espectro de centenares de personas muriendo de inanici¨®n en el desierto por culpa del desprecio por el material humano de que los poderosos (el reino de Marruecos en este caso) vienen haciendo exhibici¨®n en los ¨²ltimos a?os y por la incapacidad del primer mundo de gobernar razonablemente los flujos de la globalizaci¨®n, ha hecho saltar algunas alarmas y ha desplegado alguna compasi¨®n. Un catal¨¢n que recientemente visit¨® al presidente Zapatero me cont¨® que, para su sorpresa, ¨¦ste apenas le hab¨ªa hablado del Estatuto y, en cambio, la mayor parte de la conversaci¨®n hab¨ªa girado en torno al conflicto que ha puesto a Espa?a en las portadas de todo el mundo: la valla de Ceuta y Melilla. Lo cual es una buena noticia porque indica que el presidente todav¨ªa no ha perdido el sentido de la jerarqu¨ªa de los problemas.
Se critic¨® con toda la dureza que merec¨ªa el muro de Berl¨ªn, se pas¨® algo de puntillas sobre el muro de Jerusal¨¦n y casi todo el mundo da por buena la valla de Ceuta y Melilla. En Berl¨ªn se imped¨ªa salir, aqu¨ª se impide entrar. Las diferencias entre uno y otro caso son evidentes. Pero me da la sensaci¨®n de que en nombre de un presunto realismo se nos est¨¢ poniendo a todos la piel de elefante. Una valla de separaci¨®n es siempre la manifestaci¨®n de un fracaso. Y sin embargo, llevamos a?os haciendo de la separaci¨®n virtud. La comunidad internacional ha dado por buena la consagraci¨®n de la limpieza ¨¦tnica como soluci¨®n en los Balcanes: sustituyendo una sociedad plural por una yuxtaposici¨®n de nichos ¨¦tnicos con forma de Estado y con licencia para odiar al vecino. Ya nadie se acuerda del viejo sue?o de la convivencia entre ¨¢rabes y jud¨ªos en tierras palestinas, hoy la divisi¨®n en dos estados ¨¦tnicos es aceptada por todos como ¨²nica soluci¨®n posible. O sea que llevamos a?os rebajando los objetivos de forma alarmante.
Y todo esto ocurre en pleno proceso de globalizaci¨®n. Es decir, cuando el mundo se est¨¢ haciendo m¨¢s peque?o y lo que ocurre en cualquier territorio lejano puede tener consecuencias muy serias para nosotros. "La mundializaci¨®n", escribe Daniel Cohen, "ha hecho ver a los pueblos un mundo que cambia por completo sus expectativas, el drama es que se revela totalmente incapaz de satisfacerlas". La falta de perspectivas para los ciudadanos de ?frica alcanza nuestras fronteras y altera nuestra rutina cotidiana. La gran novedad de esta tercera oleada globalizadora moderna no son las migraciomes (en la del siglo XIX se movi¨® proporcionalmente m¨¢s gente: el 10% de la poblaci¨®n, frente al 3% ahora), sino la retransmisi¨®n en directo: la avalancha de im¨¢genes del primer mundo sobre el tercero. Ante esta realidad, cargar contra el buenismo puede servir para expulsar extranjeros con la mejor conciencia posible y para convertir los miedos de la ciudadan¨ªa en la ¨²ltima raz¨®n soberana: la que tiene la ¨²ltima palabra. Pero hacer de esto una pol¨ªtica no es m¨¢s que la confesi¨®n de la impotencia. La confirmaci¨®n de que el poder est¨¢ en otra parte. Y de que la separaci¨®n entre lo econ¨®mico y lo social que caracteriza, como ha explicado el propio Cohen, la econom¨ªa globalizada va acompa?ada de la debilitaci¨®n de la pol¨ªtica. En el reino de lo econ¨®mico, China es el horizonte insuperable de nuestro tiempo, admirado por su competitividad sin l¨ªmites. Y sin embargo, el ¨¦xito de China est¨¢ construido sobre un sistema de explotaci¨®n de los ciudadanos muy pr¨®xima al esclavismo, con empresas que son verdaderas c¨¢rceles, y con el recurso permanente a la represi¨®n en un pa¨ªs l¨ªder en la pena de muerte. Pero esto es lo que se valora ahora que nos hemos desprendido del buenismo.
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