La Mostra clandestina
Con el traslado a un centro comercial, el festival pierde contacto con la ciudad a cambio de calidad en las proyecciones
"?La Mostra? ?Cu¨¢ndo empieza?". Un hombre de 40 a?os, que se dispon¨ªa a sacar su entrada para entrar en una de las escasas salas que quedan en el centro de Valencia, respond¨ªa de esa manera el pasado mi¨¦rcoles, ante la pregunta de si hab¨ªa acudido a algunas de las proyecciones del festival.
Lejos de all¨ª, al otro lado del r¨ªo, en el Espai Campanar, una mujer come un tentempi¨¦ en uno de los m¨²ltiples locales de comida r¨¢pida que pueblan el centro comercial. Viene a hacer unas compras en los diversos comercios del complejo y no le interesa demasiado el cine. "Me ha parecido ver a la entrada algo que anunciaba eso de la Mostra, pero no s¨¦ muy bien qu¨¦ es", dice mientras apura su caf¨¦ con leche antes de seguir con sus recados.
La Mostra se ha trasladado este a?o al complejo de multicines UGC Cin¨¦ Cit¨¦, en el Espai Campanar, por razones econ¨®micas. Los responsables de las multisalas Lys y ABC Park, los ¨²nicos complejos cinematogr¨¢ficos supervivientes en el centro al empuje del modelo perif¨¦rico que sit¨²a a los cines en centros comerciales, pidieron a la Mostra una cantidad cercana a los 185.000 euros por el alquiler de las salas durante los ocho d¨ªas que dura el certamen. UGC las ha cedido gratuitamente. Ante la reducci¨®n de presupuesto que ha sufrido el festival valenciano, despu¨¦s de un a?o de festejos desorbitados por el 25 aniversario, el equipo comandado por Juan Piquer apost¨® por llevarse el certamen al centro comercial.
Los resultados, desde el punto de vista de la calidad de las proyecciones, han sido muy satisfactorios. Las 16 salas del complejo UGC Cin¨¦ Cit¨¦ proyectan las cintas con un rigor poco habitual en un festival que ya se vio envuelto en la pol¨¦mica hace cuatro a?os cuando los cines Lys, reci¨¦n estrenados, presentaron grandes deficiencias en cuanto a encuadres y formatos de las pel¨ªculas.
Pero, como contrapartida a una mejora de la calidad de las proyecciones, la Mostra se ha convertido en un festival clandestino para la ciudad de Valencia. No hay publicidad en las calles, una prueba de la implicaci¨®n del Ayuntamiento en un certamen que navega a la deriva desde hace a?os con continuos cambios en su direcci¨®n. Tampoco la cobertura del certamen en los medios de comunicaci¨®n ha contribuido a su difusi¨®n.
El ritual que explicaba Roland Barthes al defender la supremac¨ªa del cine en salas frente a cualquier otro medio de reproducci¨®n, el tener que salir de casa, sacar la entrada y entrar en un local oscuro donde la luz viene por detr¨¢s, como una sorpresa para el espectador, se convierte aqu¨ª en olor a hamburguesa, ofertas de temporada y, al final del todo, la Mostra, que ocupa la segunda planta como una actividad comercial m¨¢s.
Tras unos a?os en los que la Mostra intent¨® integrar sus actividades en la din¨¢mica ciudadana, el establecimiento definitivo en un espacio destinado a las compras y el ocio en sus diferentes manifestaciones no es m¨¢s que un signo de su decadencia. La Mostra clandestina ha reducido sus actividades a las proyecciones y su presumible ¨¦xito de p¨²blico, a la multitudinaria presencia de grupos de ni?os que acud¨ªan todas las ma?anas, en ordenada fila india, a las proyecciones de la Mostreta. Fuera del Espai Campanar, donde incluso se celebr¨® ayer la gala de clausura, el ¨²nico signo de que un festival se celebraba en Valencia fueron los paseos de Andie MacDowell por el centro de la ciudad. Ya dijo ella que ven¨ªa de turismo. Bien remunerado, claro.
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