Historias de la mujer fugaz
En la contraportada de Fuga de amor se menciona dos veces la naturaleza de su g¨¦nero. Se nos anuncia que es una novela y que, adem¨¢s, es la primera del escritor gallego C¨¦sar Antonio Molina. Pero podr¨ªa darse el caso que el lector, una vez empezada la lectura (que no terminada), tuviera la impresi¨®n de que la clasificaci¨®n no es exacta. No hay una trama unitaria, no hay un destino o unos cuantos en torno a ¨¦l que graviten con el peso que uno espera de unos destinos novelescos y, por si no fuera poco, no hay una historia, sino veinte, no como ramales de un mismo tronco argumental sino independientes entre s¨ª. Si el lector ha le¨ªdo Vivir sin ser visto y Regresar a donde no estuvimos (ambos en Pen¨ªnsula), por citar dos t¨ªtulos del autor que guardan gran parentesco con el que ahora comentamos, es posible que en esos textos encontrara alguna respuesta a sus dudas. En ¨¦stos, es fundamental no s¨®lo la fragmentaria manera de unir materiales distintos, sino el ¨¦nfasis en des-generalizarlos, es decir, negarles a esos libros (donde se re¨²nen la memoria, lo literario, la an¨¦cdota, el ensayo, el reportaje, la autobiograf¨ªa, el poema, la prosa...) la obligaci¨®n de pertenecer a un g¨¦nero a costa de no ser a la vez otros. En estos libros citados, la ambig¨¹edad era manifiesta. Y no s¨®lo eso, sino adem¨¢s parte estructural de la propuesta.
FUGA DE AMOR
C¨¦sar Antonio Molina
Destino. Barcelona, 2005
245 p¨¢ginas. 18,50 euros
En Fuga del amor, el poeta y ensayista C¨¦sar Antonio Molina procede con la convicci¨®n del novelista. Crea una voz narradora, una voz que nunca deja de ser la misma, aunque los escenarios que describe sean tan distantes en el espacio, incluso a veces en el tiempo. No es la voz narradora de la novela cl¨¢sica, sino la voz del que narra desde una instancia cosmopolita, la narraci¨®n a lo Val¨¦ry Larbaud o Blaise Cendrars.
El itinerario del protagonista, llam¨¦mosle con todo derecho as¨ª, hace honor a esa voluntad de experiencias entre mundana y m¨ªstica. Es un itinerario, un espacio, tramado desde la memoria del protagonista: los lugares sagrados de la memoria. De la misma manera que algunas tramas crean sus personajes, algunos personajes crean su trama. ?ste es el caso del protagonista de Fuga del amor. El recorrido del que narra es vasto. Su radio abarca ciudades, cementerios, plazas, calles y estatuas. Tambi¨¦n civilizaciones para siempre indescifrables, como la etrusca, en un cap¨ªtulo envidiable que tanto puede hacer recordar Paseos etruscos, de D. H. Lawrence. Hay libros y autores, pero son los elementos de un ejercicio de evocaci¨®n que nunca deja de ser carnal. Y hay mujeres. Y aqu¨ª estamos ya en el asunto central del libro. El poder de la mujer como ensue?o. La mujer fugaz. O esa mujer-met¨¢fora del dolor y la esperanza que alberga el conmovedor cap¨ªtulo El salar de Judith. Aqu¨ª est¨¢ el esp¨ªritu de lo que yo llamar¨ªa el s¨ªndrome de Nadja planeando por toda la novela. El peligro de la p¨¦rdida inminente, apenas sucedido el milagro callejero, que dir¨ªa alguien familiarizado con el esp¨ªritu de Andr¨¦ Breton y sus ac¨®litos surrealistas.
C¨¦sar Antonio Molina se ha desenvuelto como el poeta exigente que es, ha puesto exactitud a un libro lleno de melancol¨ªa. Y ha procedido como lo hubiera hecho ?lvaro Cunqueiro. Y ha introducido en su libro todo el inconfundible poder de representaci¨®n de la novela, el tono de la cual ya se nos anuncia en el inquietante primer cap¨ªtulo Los ¨¢ngeles del altiplano. El azar misterioso y un sutil sentido de la ficci¨®n completan un ejercicio de importante literatura.
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