Nuevamente el desierto
Si hay algo intolerable para cierta idea de lo espa?ol, si hay una situaci¨®n condensadora del asco metaf¨ªsico y la cefalea m¨¢s inquietantemente patri¨®tica, si hay un dedo que se crispa en el gatillo de una pistola imaginaria, todo ello se genera con la figura m¨ªtica aunque ya peligrosamente manoseada del catal¨¢n que le habla a Espa?a -del catal¨¢n que reclama lo que Espa?a debe ser-.
Lo que repugna del proyecto del nuevo Estatut d'Autonomia de Catalu?a no es la naci¨®n verbalizada ni la pasta gansa, ni las competencias exclusivas ni ese af¨¢n incomprensible de los ind¨ªgenas por utilizar su propia lengua -por proclamar la plena propiedad de su idioma materno-. Todo eso son bagatelas. Ya conocemos a estos tipos. Viajantes de comercio, poetas, mecenas con barretina, socios del Bar?a, cristianos que le hablan a Dios sin pasar por Lavapi¨¦s. Qu¨¦ se puede esperar de esta gentuza. Pero lo repugnante no es todo eso. Lo aut¨¦nticamente intolerable es el catal¨¢n que se alza como el ni?o del cuento ante el gigante, y le dice a Espa?a lo que quiere de ella. Art¨ªculo quinto del pre¨¢mbulo del Estatut: "Catalu?a considera que Espa?a es un estado plurinacional". El acabose. Anson de los nervios, Pedro Jota reclamando de sus Exuperancias doble raci¨®n, Jim¨¦nez Losantos a punto de ahorcarse con su micr¨®fono, Rajoy cada vez menos gallego y m¨¢s madero, Rodr¨ªguez Ibarra y Bono chillando juntos "?A m¨ª la legi¨®n!". Un catal¨¢n que se atreve a manifestar su idea de Espa?a. Como si ellos fueran espa?oles. Porque Catalu?a tiene derecho a sentirse independiente, pero no tiene derecho a sentirse Espa?a -a sentir Espa?a como le d¨¦ la gana- Vale Joan Maragall cuando concluye "Ad¨¦u Espanya!", pero no vale su nieto, Pasqual Maragall, cuando dice ?Hola! a un estado plurinacional.
Pero pasa a veces, qu¨¦ duda cabe. En la ¨²ltima guerra civil, pongamos por caso. Algunos ciudadanos de Catalu?a tuvieron dificultades para reconocerse en cualquiera de los dos bandos que chocaban en los frentes. Eran leales a la Rep¨²blica y por ende a la democracia, y despu¨¦s se preguntaban qu¨¦ ten¨ªan en com¨²n con los legionarios fascistas o con los milicianos de la FAI. Estos ingenuos fueron dos veces derrotados y vagaron por la posguerra con la vidriosa sensaci¨®n de que el exilio era un estigma que s¨®lo se padece realmente cuando se ha cre¨ªdo firmemente en alguna forma de civilizaci¨®n. Con todas estas lecciones aprendidas, un hombre, un antiguo periodista, se instala en Madrid -la ciudad de "un mill¨®n de cad¨¢veres" de D¨¢maso Alonso- y funda una editorial. Por las noches este hombre, a cuya cabeza pusieron precio los rojos y los blancos, comenta las se?ales m¨¢s llamativas de la actualidad de un pa¨ªs en ruinas y se siente tan solo como un profeta en su desierto: "Las escasas tres docenas de espa?oles que lo vemos claro somos dignos de l¨¢stima. Embarcados siempre a la fuerza en una nave capitaneada por alg¨²n timonel loco, sentimos el peligro, pero nada podemos hacer para evitarlo".
El hombre que escribe estas palabras es Agust¨ª Calvet, conocido con el seud¨®nimo de Gaziel. La editorial Destino ha recuperado ahora para los lectores del castellano sus memorias de posguerra, Meditaciones en el desierto, un libro valiente, m¨¢s que l¨²cido, escrito por supuesto para esconderlo inmediatamente bajo las s¨¢banas dobladas en un caj¨®n de la c¨®moda. Gaziel, ex director de La Vanguardia hasta 1936, no puede olvidar que un periodista interpreta siempre el mundo. Y un periodista catal¨¢n interpreta siempre Espa?a. ?Y qu¨¦ dice este catal¨¢n? Se escandaliza, simplemente, de c¨®mo la burgues¨ªa ha aceptado a Franco y c¨®mo los intelectuales act¨²an de fieles propagandistas del fascismo.
Por estas p¨¢ginas pasa Ortega inaugurando la c¨¢tedra del Ateneo de Madrid bajo el retrato del caudillo, el doctor Mara?¨®n resaltando en R¨ªo de Janeiro "el clima de libertad que se vive en Espa?a" (sic), Azor¨ªn aceptando la presidencia del patronato de la Biblioteca Nacional entre loas al "invicto Franco": "Jam¨¢s los escritores m¨¢s eminentes de este pobre pa¨ªs", se indigna Gaziel, "hab¨ªan ca¨ªdo en semejante bajeza". Tambi¨¦n entre los catalanes encuentra prodigiosos casos de conversi¨®n personal: as¨ª, el izquierdista Josep M? Massip (a quien escribe cartas imposibles), miembro de ERC y director de La Humanitat, es ahora un obediente corresponsal de ABC. O "nuestro ex separatista" Joan Estelrich se convierte en 1952 en uno de los embajadores de Espa?a en la UNESCO.
Gaziel cree, ingenuamente, que cuando se eval¨²e desde la distancia ese periodo hist¨®rico, el fen¨®meno de la "traici¨®n de los intelectuales" ser¨¢ el m¨¢s inexplicable de todos. Pero basta leer El pensamiento cautivo de Milosz para convencerse de que, en todo acceso del totalitarismo al poder, las ratas intelectuales son las primeras que abandonan el barco de la libertad.
Sin embargo, Meditaciones en el desierto es m¨¢s que un libro de lamentaciones por la traici¨®n de los mejores. Tambi¨¦n hay algo que nos suena mucho m¨¢s actual. "Seg¨²n el sentido que Castilla ha dado a Espa?a y ha impuesto a todos los pueblos peninsulares, con la sola excepci¨®n de Portugal, los catalanes no somos espa?oles". Y luego a?ade: "Catalu?a podr¨ªa sentirse plenamente espa?ola si formara parte de una Espa?a que se pareciese a Suiza: trabajadora, menestral, burguesa, ordenada, pac¨ªfica, casera y de composici¨®n pol¨ªtica federativa". Bajo Franco, por supuesto -bajo la dictadura de los militares y los curas-, nada que se parezca al pa¨ªs helv¨¦tico, ni siquiera las vacas. Pero, ?no son esos t¨¦rminos de una actualidad intemperante e inh¨®spita? Cincuenta a?os despu¨¦s, hay en este pa¨ªs un nutrido reba?o de herederos de la Espa?a imperial -algunos disfrazados, otra vez, de "intelectuales liberales"- dispuestos a jugarse la vida para impedir que esta desgraciada pen¨ªnsula sea un lugar donde diferentes nacionalidades y lenguajes podamos convivir en pie de igualdad.
Gaziel, como tantos otros de sus compatriotas, quer¨ªa seguir siendo catal¨¢n y espa?ol, pero cuando le mentaban los luceros y el imperio, le entraba un irreprimible dolor de muelas. Ahora Catalu?a pide un nuevo Estatut y no quiere otro desierto como respuesta. ?Habr¨¢ en la clase pol¨ªtica espa?ola alguien con la suficiente altura de miras para comprender el envite?
www.joangari.com
Joan Gar¨ª es escritor.
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