Juez de coraz¨®n grande
En memoria de Federico Carlos Sainz de Robles
Hay momentos, de esos que solemnemente se acostumbra a calificar de hist¨®ricos, en los que las personas y los grupos se sit¨²an por encima de sus posibilidades previsibles y dan a los propios actos una dimensi¨®n que trasciende el umbral de lo cotidiano y de lo que de ellos cabr¨ªa esperar en t¨¦rminos de experiencia corriente. A la magistratura espa?ola del transfranquismo le cupo protagonizar una de esas situaciones el d¨ªa de 1980 en que los reci¨¦n elegidos vocales del primer Consejo General del Poder Judicial, en un pleno inaugural, decidieron elegir como presidente a Federico Carlos Sainz de Robles. Un magistrado profundamente at¨ªpico en el contexto: por ajeno a los medios de la oligarqu¨ªa judicial del momento, por su excepcional formaci¨®n human¨ªstica, por su sensibilidad democr¨¢tica y por su probada capacidad de independencia, que encarnaba a la perfecci¨®n el modelo ideal de juez constitucional.
Federico Carlos Sainz de Robles naci¨® en 1927 en Madrid. Fue el primer presidente del Consejo General del Poder Judicial, de 1980 a 1985. Falleci¨® en Madrid el 5 de noviembre de 2005
Las circunstancias precedentes hac¨ªan imprevisible algo semejante. Por eso, el nombramiento de Sainz de Robles fue una verdadera sorpresa para los que le conoc¨ªamos de cerca y sab¨ªamos de sus ejemplares actitudes profesionales y acad¨¦micas, en particular las que tuvieron a Valladolid como escenario. Porque Federico Sainz de Robles, de hondas ra¨ªces madrile?as, pero ciudadano sin fronteras, vacunado por cultura de campanilismos, y sanamente agn¨®stico de cualquier otro patriotismo que no fuera el machadiano del trabajo y el inespacial de los afectos, derroch¨® en la ciudad del Pisuerga un magisterio de excepcional calado, en la jurisdicci¨®n y en la Universidad. En ¨¦sta se acredit¨® como ense?ante por la calidad y amplitud de sus conocimientos, por su singular finura de jurista, y por su capacidad de comunicaci¨®n. En tiempos de efervescencia pol¨ªtica, un estudiantado nada propenso a sucumbir a los encantos de lo jur¨ªdico y con escasa fe en el derecho vigente, llen¨® siempre sus clases de administrativo.
En el desempe?o de la jurisdicci¨®n, fue a romper con el tedioso est¨¢ndar chatamente burocr¨¢tico y formulario del discurso jurisprudencial al uso, sustituy¨¦ndolo por el terso y refrescante de su castellano libre en la expresi¨®n y artesanalmente trabajado, creando un estilo. Pero, sobre todo, demostr¨® estar vacunado de cutres aspiraciones de carrera y profesar una fe de carbonero en los valores de la jurisdicci¨®n, que entonces no es que cotizasen, precisamente, en bolsa. As¨ª, promovi¨® decisiones inc¨®modas, cargadas de raz¨®n, amparando derechos de cualificados exponentes de la oposici¨®n universitaria injustamente represaliados. Y, en se?al de protesta, ante la presi¨®n intolerable del ministro de Justicia, pidi¨® la excedencia y ejerci¨® durante a?os como abogado.
Con este ethos humano y profesional, asumi¨® la tarea no f¨¢cil de presidir ese primer Consejo, obligado a navegar en aguas que fueron turbulentas merced al influjo de una doble instrumentalizaci¨®n: la de la derecha judicial heredada, empe?ada en cristalizar su posici¨®n de poder en el palacio de justicia y rentabilizarla pol¨ªticamente, y la de la entonces nueva mayor¨ªa socialista, con demasiada prisa para respetar dentro de aqu¨¦l las reglas del juego que hab¨ªa postulado en la oposici¨®n.
Sainz de Robles asumi¨® con plena consciencia el reto envenenado de pilotar la defensa de la independencia judicial, claro valor en riesgo. A sabiendas de que, en tales circunstancias, el esfuerzo ten¨ªa bastante de suicida. Pero convencido de que, como la historia de estos a?os ha demostrado, lo que all¨ª estaba en juego desbordaba el estrecho marco de la torturada coyuntura. Su acerada lucidez no le permit¨ªa ignorar que, en ese momento y en ese contexto, reclamar un espacio aut¨®nomo para el Consejo General del Poder Judicial y para la jurisdicci¨®n como instancia constitucional de garant¨ªa era presentarse ante la opini¨®n mayoritaria como un resistente frente al progreso de la democracia. Pero lo hizo sin dudar un momento. Como tampoco dud¨® un segundo a la hora de hacer que la instituci¨®n que presid¨ªa fuera la primera en publicar su lealtad constitucional en la dif¨ªcil primera hora del 23-F.
Era su estilo. De hombre ferviente en la creencia. Tan firme en los principios como sanamente esc¨¦ptico acerca de sus posibilidades de realizaci¨®n pr¨¢ctica y, sin embargo, firme en la voluntad y dispuesto a asumir el riesgo de padecer por ellos. Un ser humano de coraz¨®n grande, de impulso generoso, al que nadie que le haya conocido dejar¨¢ de reservar un espacio en lo mejor de sus recuerdos.
Perfecto Andr¨¦s Ib¨¢?ez es magistrado.
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