Del Estado social al Estado penal
1. "Los mediadores est¨¢n hechos para dialogar; las fuerzas de seguridad, en primer lugar, para detener a los delincuentes: es ¨¦ste quiz¨¢ el verdadero cambio y el origen de los actuales enfrentamientos". Esta cita es de un art¨ªculo del ministro franc¨¦s del Interior, publicado el s¨¢bado en el diario Le Monde. En el argumento de Nicolas Sarkozy est¨¢ el fondo de la cuesti¨®n: la globalizaci¨®n ha otorgado al poder econ¨®mico la capacidad normativa tanto en lo jur¨ªdico como en lo moral. La ley del mercado se ha convertido en un territorio aut¨®nomo sobre el que, entre la impotencia y la hegemon¨ªa ideol¨®gica, los Gobiernos est¨¢n dejando de actuar. Es un proceso lento que empieza en los a?os setenta, al final de las tres d¨¦cadas gloriosas del bienestar europeo. El Estado se ha ido apartando de las responsabilidades en materia econ¨®mica y ha ido renunciando a compensar los efectos colaterales de la l¨®gica del mercado. Esta ausencia amenazaba con debilitar por completo su autoridad: ?de qu¨¦ sirve el Estado si no nos protege de los vaivenes de un sistema econ¨®mico cada vez m¨¢s inestable y de m¨¢s alto riesgo que se ha llevado por delante las fronteras y los valores que compon¨ªan nuestros marcos de referencia y adscripci¨®n?
Con sus acciones, lo que est¨¢n intentando precisamente estos j¨®venes es integrarse
La dejaci¨®n del Estado ha obligado a los ciudadanos a buscar soluciones biogr¨¢ficas a contradicciones sist¨¦micas (Ulrich Beck) sin que muchos de ellos est¨¦n en condiciones de encontrarlas. En una globalizaci¨®n por concentraci¨®n, caracterizada fundamentalmente por la aglomeraci¨®n de ciudadanos en los espacios urbanos y en las zonas m¨¢s habitadas, como ha explicado Zygmunt Bauman, no hay territorios vac¨ªos -no hay para¨ªsos coloniales- a los que mandar a los residuos humanos que genera todo orden social.
En este contexto, el Estado ha descubierto en la seguridad la legitimaci¨®n perdida al dejar de cumplir la demanda de los ciudadanos como Estado social. Y las palabras de Sarkozy son transparentes: del Estado social estamos pasando al Estado penal, un modelo, por otra parte, ya ensayado en Estados Unidos y del que Europa siempre hab¨ªa querido desmarcarse. Con la seguridad en el centro del discurso pol¨ªtico -en un retorno a la idea hobbesiana de Estado-, todas las disputas por el poder pasan por este punto. Con lo cual se est¨¢ jugando permanentemente con fuego. Presentar a la izquierda como demasiado tolerante, con la ayuda de los medios de comunicaci¨®n que llenaron de sucesos los minutados de los telediarios, fue la estrategia de Jacques Chirac para derrotar a Lionel Jospin. Chirac se sali¨® con la suya, pero Jean-Marie Le Pen pas¨® a la segunda vuelta. Cundi¨® la alarma. Por arte de magia las noticias de violencia y delincuencia desaparecieron de los telediarios. Pero la extrema derecha ya hab¨ªa conseguido que los partidos pol¨ªticos hicieran suya su agenda. La seguridad vuelve a estar ahora en el centro de la pugna entre Sarkozy y Villepin por la herencia chiraquiana. Estas subastas siempre son de alto riesgo. A Sarkozy se le fue la mano y Dominique de Villepin esper¨® a que la violencia suburbial se comiera a su adversario. Cuando los dos han querido corregir sus irresponsabilidades la mecha hab¨ªa prendido.
2. Si la seguridad es el ¨²nico horizonte del Estado, no es extra?o que la violencia aparezca como respuesta de los m¨¢rgenes. Es una manera de existir, de salir en el telediario, que es lo que da carta de naturaleza en la sociedad medi¨¢tica. Con sus acciones lo que est¨¢n intentando precisamente estos j¨®venes es integrarse. Existir en el panorama franc¨¦s. Y lo hacen de una manera muy caracter¨ªstica de la cultura francesa: por la v¨ªa del No, del rechazo. Lo explicaba un joven de 18 a?os a Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ª Font: "Nos gusta vernos luego en la televisi¨®n. Nos hace sentir orgullosos". El nihilismo -la destrucci¨®n como forma de existir- es una manera de estar en una sociedad que ha preferido no saber de ellos y que s¨®lo les reconoce cuando queman coches. Como tampoco es extra?o que las fuerzas de seguridad, que ven a los pol¨ªticos en una subasta para ver qui¨¦n es m¨¢s macho, tengan la sensaci¨®n de que todo les est¨¢ permitido. Y, cuando esto ocurre, en Francia acostumbra a emerger lo que Achille Mbembe llama "el lado oscuro" de la Rep¨²blica: el racismo de Estado.
La enorme dificultad de integrar a los inmigrantes de segunda y tercera generaci¨®n, los hijos y nietos de los que participaron de los a?os gloriosos, demuestra la tendencia de los Gobiernos y de las sociedades a no querer ver problemas que llevan a?os configur¨¢ndose. Son franceses y se sienten frustrados porque se les exige lo que no se pide a los dem¨¢s franceses. El racismo cotidiano est¨¢ ampliamente extendido y magreb¨ªes y subsaharianos llevan la peor parte. Un curr¨ªculo con estas se?as de identidad va directamente a la basura. Los problemas de clase se duplican con los problemas de origen. La penalizaci¨®n es doble: por pobres, por su piel, sus nombres y apellidos.
Toda movida es terreno abonado para agitadores, pero es insuficiente reducir el problema a la manipulaci¨®n de los j¨®venes por parte de grupos organizados. Al fin y al cabo, lo que est¨¢ ocurriendo estos d¨ªas no es m¨¢s que un cambio de escala en un rito de protesta recurrente -la quema de coches- que tiene incluso algunas citas habituales en el calendario franc¨¦s. El aumento y la extensi¨®n de la violencia ha hecho que se tomara conciencia de un problema que en absoluto es nuevo. Para afrontarlo, Andr¨¦ Glucksmann reclama con raz¨®n "m¨¢s atenci¨®n a las palabras". No se puede generalizar: ni son todos los j¨®venes, ni son todos delincuentes. Por lo menos se distinguen tres tipos de pr¨¢cticas violentas: la violencia contra ellos mismos, porque tiene mucho de violencia suicidaria la destrucci¨®n de las escuelas, de los escasos servicios de estos barrios, de los coches de sus familias; la violencia contra los dem¨¢s, como expresi¨®n de rechazo a una sociedad que les esquiva; y la violencia como juego, que tambi¨¦n existe: mi banda cotiza m¨¢s que la tuya, a imagen y semejanza de las burbujas financieras.
3. Los procesos de cambio, a partir de la llamada globalizaci¨®n, acent¨²an el desamparo del individuo que ha perdido el marco natural de su biograf¨ªa: un trabajo, un barrio, unos amigos, una cultura, unas instituciones de acogida. Entramos en un mundo de ciudadanos a la intemperie. La combinaci¨®n de la renuncia paulatina del Estado a intervenir en las din¨¢micas econ¨®micas para paliar los efectos m¨¢s desigualitarios, de la p¨¦rdida de referencias de gente que se siente descolocada porque, sin tiempo a elaborarlo, han cambiado los par¨¢metros de su existencia, y del movimiento constante de ciudadanos en busca de futuro, que recorren el camino inverso al del periodo colonial, augura que lo que ha ocurrido estos d¨ªas s¨®lo es un ensayo. O una repetici¨®n, porque cosas parecidas han ocurrido en ciudades norteamericanas, alemanas o inglesas. La paradoja de la situaci¨®n es que el Estado demediado actual necesita estos conflictos para legitimarse como Estado penal, es decir, para reforzarse a costa del miedo de los ciudadanos.
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