Si pudiera volver atr¨¢s
"CiU sigue manteniendo intacta su voluntad de implicaci¨®n en el Gobierno de Espa?a", declaraba el pasado domingo Artur Mas en una entrevista en la que advert¨ªa de que un eventual fracaso del Estatuto de Catalu?a lo ser¨ªa tambi¨¦n de Zapatero (La Vanguardia, 6-11-05). El martes, ERC expresaba su decepci¨®n ante la escasa receptividad del Gobierno a sus numeros¨ªsimas enmiendas a los Presupuestos, en contraste con la actitud favorable del Ejecutivo a las del PNV, BNG y CC. ?Ser¨¢n s¨ªntomas de que el Gobierno se plantea cambiar de aliados? Esa posibilidad fue estudiada (y desechada) hacia fines de 2004 o comienzos de 2005.
Se trataba entonces de sopesar los efectos de cambiar a Esquerra (8 esca?os) por CiU (10 esca?os) como socio principal. Eran momentos en los que exist¨ªa una fuerte irritaci¨®n por los comentarios despectivos de Carod Rovira sobre la candidatura ol¨ªmpica de Madrid, empeorados al "autocriticarse" por haber "dicho en voz alta lo que muchos catalanes piensan". Tiempos en los que el principal aliado del Gobierno mostraba su apoyo al plan Ibarretxe y su oposici¨®n a la Constituci¨®n europea, que eran los temas centrales de la pol¨ªtica nacional. Y en los que una enorme pancarta proclamaba con toda naturalidad desde el Camp Nou que "Catalu?a no es Espa?a".
El cambio era imposible por el condicionante que supon¨ªa la pol¨ªtica de alianzas de Maragall. Ya en septiembre de 2004, una encuesta publicada en EL PAIS detectaba que una amplia mayor¨ªa (52% frente a 32%) consideraba que el tripartito catal¨¢n condicionaba la pol¨ªtica de Zapatero. La decisi¨®n esencial que dio paso a la elecci¨®n de Maragall no fue suya, sino de Carod. Fue ¨¦ste quien prefiri¨® el acuerdo con el PSC antes que con CiU por razones que ahora est¨¢n m¨¢s claras que hace dos a?os. El c¨¢lculo de Esquerra era, seg¨²n declaraciones recientes del propio Carod (Deia 17-10-05) que "un PSC en la oposici¨®n no hubiera hecho una oposici¨®n catalanista. En cambio, ahora tenemos una oposici¨®n catalanista (CiU) y a un PSC que se ha revelado m¨¢s catalanista que en la oposici¨®n, porque nosotros estamos tambi¨¦n en el Govern".
El c¨¢lculo ha resultado acertado para los intereses de Esquerra: una CiU radicalizada en la oposici¨®n no pod¨ªa dejar de apoyar el Estatut que propusiera el tripartito, e incluso ha ido m¨¢s all¨¢ evitando la rectificaci¨®n intentada por los socialistas a la vista del dictamen del Consejo Consultivo; mientras que un PSC excluido del poder por un Gobierno nacionalista CiU-ERC, se habr¨ªa opuesto, junto al Partido Popular, a este Estatut. El dilema guarda alguna similitud con el que se le plante¨® a Felipe Gonz¨¢lez en 1993: pod¨ªa elegir entre Izquierda Unida (18 esca?os) o CiU (17) para completar mayor¨ªa. Eligi¨® la segunda opci¨®n no por mayor o menor afinidad sino por evitar dejar en la oposici¨®n una combinaci¨®n de centro-derecha, PP-CiU, m¨¢s coherente y potente como alternativa que la folkl¨®rica pinza Anguita- Aznar.
Maragall, que ya hab¨ªa gobernado con Esquerra Republicana en el Ayuntamiento de Barcelona, no calcul¨® el efecto de trasladar al ¨¢mbito auton¨®mico la alianza con un partido expl¨ªcitamente independentista. Y mucho menos, de convertirlo en principal aliado del Gobierno de Espa?a. No se trata de una cuesti¨®n de personas, sino de que su electorado moderado no permitir¨ªa a CiU hacer o decir ciertas cosas que el electorado de un partido independentista considera obligado hacer o decir. La idea de que era la ocasi¨®n de integrar definitivamente a Esquerra asoci¨¢ndola a responsabilidades de Gobierno habr¨ªa tenido sentido si la pol¨ªtica de la coalici¨®n resultante hubiera sido b¨¢sicamente la del partido mayoritario. Pero el proyecto de Estatut es la prueba de que el acuerdo ha funcionado b¨¢sicamente sobre el eje del programa nacionalista, incorporando incluso algunos t¨®picos del acervo radical directamente ofensivos para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n espa?ola, como el del expolio fiscal de Catalu?a.
Haciendo de la necesidad virtud, enseguida aparecieron teorizaciones que presentaban la alianza entre la izquierda y el nacionalismo como una especie de Compromiso hist¨®rico -seg¨²n el modelo italiano de los a?os 70- que garantizar¨ªa de manera permanente la estabilidad democr¨¢tica y el progreso social; o, m¨¢s pragm¨¢ticamente, la continuidad indefinida de la mayor¨ªa actual, al precio de confinar al Partido Popular en los m¨¢rgenes del sistema. Esa teorizaci¨®n ha sido frenada en seco por los sondeos que registran el fuerte retroceso de un Partido Socialista que en un mes ha pasado de ir 8 puntos por encima del Partido Popular a una situaci¨®n de empate t¨¦cnico.
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