Cabe otro tipo de conducta cat¨®lica
Resulta parad¨®jico que en una sociedad mayoritariamente cat¨®lica sea tan escaso y superficial el conocimiento de lo cat¨®lico. Cuando se trata de profundizar en las cuestiones debatidas, suelen abundar los t¨®picos y los recursos ir¨®nicos a palabras de la jerarqu¨ªa y poco m¨¢s. Encuentro asombrosa la facilidad con que unos y otros dirimen cuestiones importantes sin la provisi¨®n de los elementos necesarios para un di¨¢logo serio y documentado.
Estamos en tiempo de enardecidas pol¨¦micas. Y los ciudadanos har¨ªamos bien en no asistir a ellas pasivamente. Quiero referirme al hecho ¨²ltimo de que el PP pretende poner recurso de inconstitucionalidad contra la ley sobre los matrimonios homosexuales aprobada en las Cortes, con el consiguiente aplauso y movilizaci¨®n de los ciudadanos por parte de la jerarqu¨ªa cat¨®lica.
A pesar de la noticia, que todo el mundo lee, encuentro casi ausente un pensamiento cat¨®lico en los medios, un pensamiento serio y libre, que no sea mero eco de los que mandan. Tal pensamiento existe, pero no aparece, y si no aparece es como si no existiera. Lo que parece propalarse a bombo y platillo son ciertas declaraciones de la jerarqu¨ªa, sobre todo si desentonan del contorno cultural dominante. La notoriedad de ese oficial pensamiento sirve para seguir atizando el clericalismo y, sobre todo, para encubrir otro pensamiento m¨¢s serio e interpelante. Seguimos, creo, propiciando un doble error: primero, el de pensar que no existe m¨¢s pensamiento que el de la jerarqu¨ªa; y segundo, el de reducir el pensamiento de la Iglesia al de la jerarqu¨ªa.
Existe una Iglesia real, amplia, cr¨ªtica y comprometida pero, a la hora de juzgar a la Iglesia y de medir cuanto existe en ella, no se hace sino por lo que piensa y hace la jerarqu¨ªa. Aparece as¨ª algo que parec¨ªa superado: la Iglesia cat¨®lica sigue identificada con el clero en sus diversos estamentos. Es esta Iglesia clerical la que cuenta: la que est¨¢ arriba, la que ense?a, interviene y domina. Abajo sigue, como siempre, el pueblo, pasivo, discente y dominado.
Nos encontramos, pues, con un error de bulto o, si se quiere, una clara herej¨ªa: la Iglesia vuelve a ser identificada con la jerarqu¨ªa, cosa que el Concilio Vaticano II trastoc¨® en su nueva visi¨®n de la Iglesia. La jerarqu¨ªa, aparte de ser una parte muy minoritaria, procede de la comunidad, tiene sentido en cuanto su ministerio es comprendido como servicio y no como honor, dignidad o poder personal. Lo importante -y lo primero- en la Iglesia cat¨®lica no es ser cura, obispo o papa sino creyente en Jes¨²s de Nazaret, seguidor suyo. Y lo decisivo para ser un buen cura no es meterse a imponer con escr¨²pulo el Derecho Can¨®nico sino a anunciar el Evangelio, el cual requiere resguardarse del orgullo de creerse saberlo todo y no prescindir de la voz y sabidur¨ªa de los laicos.
Los laicos tienen derecho a pensar por cuenta propia y a ser libres expresando valerosamente su opini¨®n dentro de la Iglesia. S¨®lo entonces los obispos podr¨¢n cumplir bien con su ministerio, que es animar a todos a vivir en el amor, la libertad y la pluralidad y a escuchar con respeto su modo de entender y explicar cantidad de cuestiones humanas. ?Cu¨¢ndo, en tantas cosas de competencia directa de los laicos, se escucha su voz y se la respeta? ?D¨®nde est¨¢ la aportaci¨®n de esa pl¨¦yade de antrop¨®logos, cient¨ªficos y fil¨®sofos que no se averg¨¹enzan de ser cristianos a la hora de esclarecer multitud de temas humanos?
Un segundo error, no menos importante, es creer que la Iglesia cat¨®lica tiene el monopolio sobre la ley natural. Ha sido ¨¦sa creencia com¨²n durante siglos, porque en el fondo no se reconoc¨ªa la autonom¨ªa y val¨ªa del pensar racional desligado del saber teol¨®gico. En el mundo moderno, democr¨¢tico y secularizado, nadie niega que la Iglesia tenga competencia para dar su interpretaci¨®n sobre cuestiones de la ley natural, pero sin excluir la competencia de otras personas, sectores e instituciones. Si el objeto de b¨²squeda versa sobre lo que es naturaleza com¨²n, com¨²n debe ser el esfuerzo para discutir y poner en com¨²n los resultados de esa b¨²squeda.
Por eso me resulta sorprendente que, bajo el t¨ªtulo Salto cualitativo, el constitucionalista y amigo Javier P¨¦rez Royo diera como v¨¢lida en EL PA?S (24 de septiembre de 2005) la interpretaci¨®n de que la Iglesia cat¨®lica s¨ª que pod¨ªa, coherentemente, interponer recurso de inconstitucionalidad contra la ley de matrimonios homosexuales y considerarla ileg¨ªtima, aun despu¨¦s de ser aprobada por las Cortes, en tanto que el PP no: "La ley natural", escribe, "rectamente interpretada por quien tiene autoridad para ello, es decir, por la propia Iglesia cat¨®lica, est¨¢ por encima del legislador estatal y, como consecuencia de ello, en lo que a regulaci¨®n del matrimonio afecta, las Cortes Generales carecen de legitimidad para haber aprobado el matrimonio entre individuos del mismo sexo". Creo ser ¨¦ste el caso de la ley que nos ocupa. Sobre ella hacen luz estas palabras del gran te¨®logo Schillebeekx: "En lo que respecta a la homosexualidad no existe una ¨¦tica cristiana. Es un problema humano, que debe ser resuelto de forma humana. No hay normas espec¨ªficamente cristianas para juzgar la homosexualidad" (Soy un te¨®logo feliz, Madrid, 1994, p¨¢gina 124).
Si la homosexualidad es un problema humano, de ley natural, no considero justo atribuirle a la Iglesia cat¨®lica una competencia espec¨ªfica que la pondr¨ªa por encima de todas las dem¨¢s. ?sta es una interpretaci¨®n antigua de algunos cat¨®licos, no de todos, y es un error atribuirla sin m¨¢s a la Iglesia cat¨®lica. No hace falta ser muy experto para conocer las diferentes tendencias y escuelas teol¨®gicas existentes en la Iglesia, y saber lo que todas ellas afirmar¨ªan concordes: que cuando se trata de cuestiones del orden natural, no relacionadas directa ni indirectamente con la verdad revelada, la Iglesia puede proponer normas pastorales, no dogm¨¢ticas, que deben ser conocidas y respetadas, pero que permiten, a quien tenga razones para ello, discrepar sin que por ello deje de ser buen cat¨®lico.
No s¨®lo, pues, la Iglesia no tiene monopolio sobre la ley natural, sino que, adem¨¢s, debe contar con la legitimidad de otras interpretaciones e, incluso, admitir tal pluralidad dentro de ella misma. En lo que es dudable y discutible no puede exigirse uniformidad. ?sta es doctrina com¨²n y tradicional, que expone entre otros un cl¨¢sico como Salaverri en su manual sobre la Iglesia, citando numerosos autores en pro de esta tesis.
Entendemos entonces perfectamente las palabras que el cardenal Ratzinger firmara e hiciera p¨²blicas el 3 de junio de 2003 a prop¨®sito de las Uniones de matrimonios entre personas homosexuales: "Las presentes consideraciones pretenden presentar algunas argumentaciones de car¨¢cter racional. Por ser ¨¦sta una materia que ata?e a la ley moral natural las proponemos tambi¨¦n a todas las personas comprometidas en la promoci¨®n y la defensa del bien com¨²n en la sociedad".
Ciertamente, la verdad natural del matrimonio heterosexual viene expresada y confirmada en la Biblia. Pero, es un error metodol¨®gico pretender establecer el significado de la homosexualidad -su bondad o maldad- en comparaci¨®n con la heterosexualidad. Si se parte del presupuesto de que la heterosexualidad es el camino, el modelo y la norma, evidentemente la homosexualidad es desviaci¨®n, contramodelo y antinorma.
Pero hay otro modo de proceder. Junto a la realidad de la sexualidad heterosexual, existe la realidad de la sexualidad homosexual. El hecho de la homosexualidad no impugna la realidad heterosexual. Simplemente exige que se la estudie en s¨ª misma, en su propio significado. Nadie niega los muchos argumentos a favor de la naturaleza, bondad, caracter¨ªsticas y consecuencias positivas de la heterosexualidad. Pero esa argumentaci¨®n no dice nada directo sobre la homosexualidad, sino que ha derivado construyendo una imagen negativa sobre la misma por contraposici¨®n a la heterosexualidad.
Se trata de una realidad, mal percibida y estudiada, sobre la que hemos erigido cantidad de juicios err¨®neos, infundamentados. Ni m¨¢s ni menos de lo que hemos hecho con otras realidades a lo largo de la historia. Muchos de los juicios que sobre ellas hab¨ªamos hecho los hemos abandonado por honestidad cient¨ªfica y porque no se ajustaban a la naturaleza y exigencias de esas realidades. Eso mismo, creo, es lo que est¨¢ ocurriendo hoy con la homosexualidad.
Es en el campo de lo cultural donde se ha hecho m¨¢s viva la crisis de la homosexualidad: la cultura establecida, sobre todo en Occidente, ha experimentado en las ¨²ltimas d¨¦cadas un cambio radical: las diversas ciencias han ido arrinconando cantidad de prejuicios, estereotipos e ideas equivocadas. No parece congruente sostener en nuestros d¨ªas que la homosexualidad es una enfermedad, una anormalidad biof¨ªsica o ps¨ªquica, una degeneraci¨®n (vicio) ¨¦tica: "En raz¨®n de ello, el Consejo de Europa ha instado a los Gobiernos de sus pa¨ªses miembros a suprimir cualquier tipo de discriminaci¨®n en raz¨®n de su tendencia sexual" (Carlos Dom¨ªnguez, La homosexualidad en el sacerdocio y en la vida consagrada, ST, p¨¢ginas 133-134).
Como criterio de discernimiento fijar¨ªa ¨¦ste: la sexualidad humana, incluso la heterosexual, no tiene su raz¨®n de ser en la procreaci¨®n, sino en la fusi¨®n y complementariedad de la pareja para un proyecto de vida en com¨²n, que conlleva la potencialidad de ser fecunda como consecuencia de su amor. Pero esa potencialidad puede quedar sin actuar, por diversas razones y, no obstante, la pareja sigue teniendo plena raz¨®n de ser: "La comunidad matrimonial heterosexual", dice el Concilio Vaticano II, "es una comunidad ¨ªntima de vida y de amor" (GS, 50). No, pues, un contrato para procrear, como se dec¨ªa en el c¨®digo de Derecho Can¨®nico.
Del mismo modo, un proyecto de uni¨®n homosexual es una comunidad ¨ªntima de vida y amor, actuable desde las condiciones b¨¢sicas de un amor interpersonal, sin posibilidad, obviamente, de paternidad o maternidad biol¨®gicas, pero s¨ª de otro tipo de fecundidades.
Cuesti¨®n, pues, de orden natural; y si de orden natural, investigable racionalmente; y si investigable racionalmente, propia de todos y sin m¨¢s consenso que el que provean las buenas y fundamentadas argumentaciones.
Benjam¨ªn Forcano es sacerdote y te¨®logo.
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