Lecciones catalanas
Suele descuidarse la indudable funci¨®n did¨¢ctica de la vida p¨²blica y se olvida que ¨¦sta (perm¨ªtanme el doble sentido), al "ense?ar", ense?a. A la vista de las reflexiones y las conductas que se exhiben en ese amplio escenario, la gente siempre aprende para bien o para mal. ?Qu¨¦ otra cosa va a ser para ella la pol¨ªtica sino lo que dicen y hacen los pol¨ªticos? ?Y qu¨¦ la democracia, como no sea lo que de ella escuchan y ven practicar a nuestros dem¨®cratas gobernantes? Repasemos entonces algunas lecciones que el ciudadano aplicado ha podido extraer del barullo promovido en torno al proyecto de reforma del Estatuto de Catalu?a. No son, desde luego, las lecciones que procuro transmitir en mis cursos.
1. La primera es que la pol¨ªtica de nuestros d¨ªas consiste a fin de cuentas tan s¨®lo en continua negociaci¨®n. Una negociaci¨®n un tanto diferente de las que tienen lugar a diario en el mundo de los negocios, pero no de muy distinta naturaleza. Tampoco aqu¨ª est¨¢ en juego algo que se refiera inmediatamente al bien general, salvo en la ret¨®rica de costumbre, sino una por una al inter¨¦s particular de los partidos que son los protagonistas. Como en cualquier negociaci¨®n, tambi¨¦n en ¨¦sta sobra el discurso argumentado o la invocaci¨®n de grandes principios, porque a los interlocutores les vale m¨¢s echar mano de su capacidad de presi¨®n y amenaza. Y si tal es su naturaleza, el espacio secreto le ser¨¢ m¨¢s acogedor que el p¨²blico.
2. Si todo en pol¨ªtica es negociable, tambi¨¦n las palabras pol¨ªticas: ¨¦stas ser¨¢n definibles a voluntad y seg¨²n la coyuntura demande. As¨ª lo han dado a entender personajes principales del Reino. De suerte que delimitar el significado de una idea -pongamos "naci¨®n"- que imprime el sentido y fija el alcance de un proyecto colectivo se juzga tarea de escaso inter¨¦s, porque la pol¨ªtica no deber¨ªa entretenerse en disputas de palabras. Pero bien sabemos que no son meras voces las que est¨¢n en litigio, sino los conceptos que aqu¨¦llas designan, y el caso es encubrir o posponer el conflicto con alg¨²n clich¨¦ verbal. Esos arreglos de fachada a veces resisten un tiempo, pero m¨¢s pronto que tarde saltan los desconchados.
Renunciar a esa clase de pol¨¦mica trae consigo el deterioro de un r¨¦gimen democr¨¢tico, si es verdad que ¨¦ste tiene como cometido ideal el m¨¢s intenso uso p¨²blico de la palabra acerca de los asuntos de todos. Antes incluso, semejante dejaci¨®n supone desde?ar el poder activo de esas nociones que el vocabulario pol¨ªtico transporta. As¨ª como abundan los problemas pr¨¢cticos nacidos de malentendidos te¨®ricos, no hay conflicto p¨²blico que no sea asimismo un combate entre significados enfrentados con miras a imponer su dominio. Las batallas democr¨¢ticas comienzan a ganarse o perderse en el momento en que consiguen arraigar en la conciencia de las gentes y en el uso general un sentido u otro de ciertas palabras capitales. Un ejemplo entre mil: ?acaso en este pa¨ªs no van ganando la partida quienes lograron que tantos cuitados mencionen a cada paso "el Estado" cuando quieren referirse a "Espa?a"?
3. Quiz¨¢ como una variante de lo anterior, algunos sesudos constitucionalistas han sentenciado para la ocasi¨®n que los pre¨¢mbulos de las leyes carecen de valor jur¨ªdico. Y uno se hace cruces del sentido jur¨ªdico, y de paso c¨ªvico, de tales juristas. Pues, si estuvieran en lo cierto, de la norma importar¨ªa tan s¨®lo el hecho de obligar, y no la raz¨®n por la que obliga. Al parecer no habr¨ªa v¨ªnculo forzoso entre lo uno y lo otro, como si de tales premisas invocadas en la "exposici¨®n de motivos" no se pretendiera deducir justamente los precisos derechos y obligaciones que se enuncian en su articulado. Pero si la justificaci¨®n no cuenta, entonces todo queda sin justificar y en suspenso. Se nos prescribe obediencia, pero -como a s¨²bditos- nos invitan a obedecer sin preguntar el porqu¨¦. Es otro modo de decir que, en asuntos de esta ¨ªndole, s¨®lo debemos atender a su legalidad sin caer en la tentaci¨®n de hurgar en su legitimidad. O sea, sin que nos preocupe la tarea de asentar la ley en una raz¨®n moral universalizable.
4. Se repite hasta la hartura la tesis de que todo vale en democracia con tal de acomodarse a ciertas reglas de procedimiento. Y la gente entiende que, guardadas estas formas, podemos desentendernos de un contenido cuya bondad se nos dar¨¢ por a?adidura. Sospecho que tan descansado pensamiento tiene una f¨®rmula a¨²n m¨¢s general y un precedente nada lejano.
Pues ha venido a ser creencia casi com¨²n por estos pagos que los medios pac¨ªficos de que se sirva, y nada m¨¢s que por no ser violentos, otorgan a una acci¨®n o proyecto pol¨ªticos la firme presunci¨®n de democr¨¢ticos. Se trata seguramente de una de las mayores distorsiones que ha producido en la conciencia colectiva la brutal situaci¨®n vivida en el Pa¨ªs Vasco. Igual que en Euskadi lo ¨²nico o lo que m¨¢s importaba era acabar con el terrorismo y entre tanto unas cuantas medidas censurables pasaban como de puntillas, as¨ª tambi¨¦n en Catalu?a y en Galicia las incesantes mercedes a los nacionalistas apenas eran objeto de cr¨ªtica porque no ven¨ªan amparadas por la amenaza terrorista. All¨ª cuestionar ciertas pol¨ªticas carec¨ªa de sentido o de oportunidad mientras se matara (y a menudo tambi¨¦n como precio para dejar de matar) y ac¨¢ precisamente porque no se mataba. De suerte que, en uno y otro lugar, indecente era s¨®lo el acto criminal; decente y enseguida democr¨¢tico, al contrario, todo lo que discurriera por cauces pac¨ªficos, incluidas las probables aberraciones.
Eso que es condici¨®n necesaria de la pol¨ªtica a secas se convierte as¨ª en condici¨®n necesaria y suficiente de la pol¨ªtica democr¨¢tica. "En ausencia de violencia", se matiza con cacofon¨ªa, y lo que indica tan s¨®lo el ingreso en un estado civil resplandece ante el ciudadano medio como el s¨ªntoma m¨¢s palmario de llevar una vida democr¨¢tica. Por si hiciera falta resaltarlo, as¨ª se comprenden las reticencias con que muchos declaraban (o, mejor, declamaban) su ritual condena de ETA. Se limitaban a abominar de sus medios terroristas, a fin de no entrar a dirimir la justicia de sus fines, que eso podr¨ªa acarrearles alg¨²n embarazo que otro. Y tampoco hab¨ªan de mostrar excesivo ardor en el repudio de esos medios quienes, vascos o catalanes, propugnan objetivos similares y desde justificaciones etnicistas afines.
5. Tan roma y perezosa como la anterior, el debate acerca del Estatut est¨¢ consagrando a diario otra paralela reducci¨®n del discernimiento pol¨ªtico. A saber, la que equipara lo mayoritario sin m¨¢s con lo democr¨¢tico y proclama que, a mayor mayor¨ªa, m¨¢s impecablemente democr¨¢tico ser¨¢ el acuerdo que adopte. As¨ª que mucho cuidado a la hora de atreverse a introducir alg¨²n cambio en un asunto tan atado y bien atado. Es verdad que, por ahora, la ¨²nica mayor¨ªa efectiva ha sido la de los parlamentarios catalanes, pero todo se andar¨¢... Expertos en la aritm¨¦tica parlamentaria, nuestros pol¨ªticos profesionales no muestran parecido dominio de asignaturas como la historia o la filosof¨ªa pol¨ªticas. Reg¨ªmenes autoritarios como el franquista, totalitarios como el nazi y el sovi¨¦tico, o populistas de variado pelaje contaron en su inicio o despu¨¦s con abrumadoras mayor¨ªas que los refrendaron.
Y es que la voluntad de la mayor¨ªa, y m¨¢s si se presume desinformada, manipulada, temerosa o indiferente (como, por desgracia, resulta lo habitual), s¨®lo ser¨¢ la m¨¢xima expresi¨®n pol¨ªtica de la mayor¨ªa. No siempre, ni mucho menos, merece adem¨¢s el calificativo de democr¨¢tica. La desidia o la simpleza confunden esa legitimaci¨®n que otorga el respaldo social con la legitimidad moral, que es algo m¨¢s hondo. Una resoluci¨®n mayoritaria que cercenara derechos fundamentales de alguna minor¨ªa ser¨ªa sin lugar a dudas antidemocr¨¢tica; el acuerdo un¨¢nime de una parte, pero que contrar¨ªe las necesidades o derechos del todo en que se integra, nada tendr¨ªa de respetable. ?Habr¨¢ que repetir que la democracia no es s¨®lo ni primero un procedimiento para la toma de decisiones mediante el sufragio popular ni se limita al empleo de la regla de la mayor¨ªa? Todo ello la rebaja a simple t¨¦cnica, a poco m¨¢s que un mercadeo pol¨ªtico para la expresi¨®n y suma de las preferencias individuales en torno a lo com¨²n. La democracia, junto a instaurar sobre todo el principio de igualdad de los sujetos pol¨ªticos, aspira a poner las condiciones que ayuden a educar la voluntad c¨ªvica de estos sujetos.
Por supuesto que, siendo tambi¨¦n un modo de decidir, todo r¨¦gimen democr¨¢tico se dispone al final a contar votos. Pero antes, a fin de que la votaci¨®n adquiera pleno sentido, habr¨ªa de procurar informar, enriquecer y contrastar las voluntades que se expresar¨¢n mediante esos votos. A falta de este empe?o en extender la competencia ciudadana, tratemos al menos de no pronunciar el nombre de "democracia" en vano. Pues algo esencial falla cuando s¨®lo unos pocos representados conocen, o est¨¢n interesados en o poseen criterios propios acerca de eso que cambiar¨¢ su vida ciudadana y que, sin embargo, aprueba una abultada mayor¨ªa de sus representantes parlamentarios.
6. Por eso creo, en fin, que el momento presente requiere bastante m¨¢s que el obsesivo ir y venir en torno a la constitucionalidad o inconstitucionalidad del intento reformador. La mentalidad reinante da por descontado que la mirada legal agota el examen de estas cosas y nos ahorra cualquier otro juicio pol¨ªtico. Pero la Constituci¨®n, que los nacionalistas s¨®lo ven como una camisa de fuerza que les impide encajar sus desaforadas demandas, tampoco es un texto sagrado al cuidado de una casta de int¨¦rpretes cuyo dictamen zanja sin remisi¨®n los m¨¢s enconados desacuerdos pol¨ªticos. Esa Constituci¨®n no ha venido del cielo ni se basta a s¨ª misma, sino que busc¨® plasmar los principios democr¨¢ticos en nuestro aqu¨ª y ahora, y se justifica en la medida en que alcanza a plasmarlos. De ella importa, pues, menos su letra particular que su esp¨ªritu universal y por eso resulta m¨¢s grave contravenir ¨¦ste que aqu¨¦lla. As¨ª las cosas, ante varias premisas y pronunciamientos b¨¢sicos de aquel proyecto de Estatuto suena a muy poco decir que no son constitucionales. Lo debido ser¨ªa decir que no son democr¨¢ticos.
Aurelio Arteta es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Moral y Pol¨ªtica de la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.