La segunda misi¨®n de las universidades
En algunos ¨¢mbitos, universidad es sin¨®nimo de ense?anza superior; las otras actividades que se realizan en su seno de alg¨²n modo se consideran secundarias o perif¨¦ricas, a pesar de que cada d¨ªa es mayor su reconocimiento y exigencia por parte de la sociedad. ?ste parece ser tambi¨¦n el caso de las leyes que rigen las universidades. As¨ª, la Ley Org¨¢nica de Universidades casi no habla de la investigaci¨®n; tampoco lo hace la reforma de la LOU ni lo hac¨ªa en mayor medida la LRU. Ello se puede considerar como un olvido, intencionado o no, o como un motivo de j¨²bilo si tenemos en cuenta que, en general, la reglamentaci¨®n de algunas actividades suele hacerlas m¨¢s complejas en vez de impulsarlas, por muy buena que sea la intenci¨®n de pol¨ªticos y legisladores. ?sta es una de las paradojas que afectan a la investigaci¨®n universitaria.
En la actualidad se habla mucho de la "tercera misi¨®n" de las universidades, a saber, la transferencia de conocimiento y, en general, todo aquello que implique proyectar en la sociedad la I+D+i y otras actividades universitarias, como las culturales y sociales. Pareciera que hasta hace poco las universidades no se han proyectado en la sociedad, como si la formaci¨®n de titulados superiores no fuera en s¨ª misma una proyecci¨®n de primera magnitud. Definida, pues, esa tercera -moderna- misi¨®n, nos aparecen, por deducci¨®n, dos misiones m¨¢s, que podemos convenir en que son la docencia (primera misi¨®n) y la investigaci¨®n (segunda misi¨®n). Lo cierto es que legislaci¨®n y financiaci¨®n ordinaria, al menos hasta ahora, se han regido de manera total o muy predominante a partir de la misi¨®n docente. La investigaci¨®n -y aparece aqu¨ª una nueva paradoja- se muestra como una actividad a?adida a la docencia, una actividad que, si bien est¨¢ muy prestigiada en el imaginario colectivo y en el acceso a la funci¨®n p¨²blica universitaria, recibe poca atenci¨®n en otros ¨¢mbitos. Valga la LOU (o la LRU) y los presupuestos de las universidades para mostrarlo.
A pesar de todo, la mayor parte de la investigaci¨®n que se realiza en Espa?a, se hace en el marco de las universidades (el 70%, aproximadamente). Pero -nueva paradoja-, en general, las universidades no tienen presupuesto propio para subvencionar la I+D+i. La investigaci¨®n se entiende como un derecho del profesorado, un derecho que s¨®lo se puede ejercer plenamente si la Administraci¨®n p¨²blica o la empresa privada proporciona al investigador fondos econ¨®micos para llevarla a cabo. Resulta, pues, que el investigador tiene que conseguir dinero para ejercer lo que, supuestamente, su empresa (la Administraci¨®n, en general) le pide que haga en un 33% de su dedicaci¨®n laboral. Y la cuesti¨®n que surge es: ?y si no lo obtiene? La universidad encierra, pues, una anomal¨ªa importante: es una empresa cuyos trabajadores tienen que conseguir su propio dinero para poder trabajar en un tercio de su jornada laboral.
Y una ¨²ltima paradoja en esta selecci¨®n -que no enumeraci¨®n exhaustiva- de problemas: los recursos humanos. La figura de investigador universitario est¨¢ ¨ªntimamente ligada a la de docente, lo que, en principio, es bueno para la docencia y para la investigaci¨®n y encuentra su punto de intersecci¨®n en la formaci¨®n de nuevos investigadores. El problema surge cuando esta formaci¨®n de nuevos investigadores no encuentra v¨ªa de consolidaci¨®n el sistema p¨²blico ni en el privado. Formamos investigadores de gran calidad, pero, en su mayor¨ªa, tienen que dejar la investigaci¨®n una vez acabada la tesis o emigrar al extranjero. Y, peor a¨²n, una vez han obtenido una formaci¨®n postdoctoral s¨®lida en el extranjero, no tenemos mecanismos para integrarlos como investigadores m¨¢s que con, muy loables pero insuficientes, iniciativas como el programa Ram¨®n y Cajal: tras cinco a?os de contrato postdoctoral y con una media de 40 a?os y una s¨®lida formaci¨®n y producci¨®n investigadora, deben buscar su entrada a trav¨¦s de la funci¨®n docente, para la que, en general, no se han podido preparar y para la que se ofrecen muy pocos puestos de trabajo a causa del descenso del n¨²mero de estudiantes universitarios. La paradoja, en s¨ªntesis, aparece por la tantas veces invocada necesidad de incorporar investigadores (unos 49.000 en Espa?a antes del 2011, seg¨²n estableci¨® la Comisi¨®n Europea en la cumbre de Barcelona), y la gran dificultad real de hacerlo por una falta de carrera investigadora paralela o complementaria a la docente y la inexistencia de figuras que permitan integrar investigadores como tales en las universidades.
Todas estas paradojas se basan en una visi¨®n reduccionista de la actividad universitaria. En mi opini¨®n, la universidad -o al menos as¨ª es en las universidades que ocupan los primeros lugares en los rankings mundiales- es una instituci¨®n en la que la docencia se vincula a una investigaci¨®n intensa y de calidad, y deber¨ªa ser un lugar en el que se ofrecieran todo tipo de facilidades para que su personal investigara. Facilidades como una burocracia menos asfixiante de la que nos rodea, unas leyes que promuevan la investigaci¨®n y no la conviertan, como ocurre con la actual Ley de Subvenciones, en un calvario para investigadores y gestores de la investigaci¨®n, sujetos a filtros y auditor¨ªas que superan la l¨®gica del rendimiento de cuentas que debe acompa?ar cualquier gasto del dinero p¨²blico. Facilidades como una flexibilidad en la dedicaci¨®n a las diferentes tareas universitarias (docencia, investigaci¨®n, transferencia de conocimiento, gesti¨®n), no s¨®lo de acuerdo con el perfil y las mejores capacidades de cada profesor universitario sino de acuerdo con cada momento de la carrera acad¨¦mica, pues en ocasiones es preferible tener una mayor dedicaci¨®n a la investigaci¨®n y a la transferencia y en otras a la docencia o a la gesti¨®n universitaria. Facilidades como la coordinaci¨®n entre las convocatorias y la distribuci¨®n de recursos de los diferentes agentes y muy especialmente de las diferentes administraciones (estatal, auton¨®mica y europea), que a veces parecen ponerse de acuerdo para sobrefinanciar algunas actuaciones y dejar en precario otras que merecer¨ªan atenci¨®n o que son necesarias para mantener y consolidar el trabajo de muchos a?os.
Los analistas coinciden en relacionar con la inversi¨®n en I+D+i el avance econ¨®mico de pa¨ªses como Irlanda, Islandia o Finlandia, por citar s¨®lo ejemplos europeos. Si queremos que Espa?a salga de su posici¨®n de retraso en educaci¨®n y en investigaci¨®n, habr¨¢ que invertir m¨¢s y mejor y habr¨¢ que adaptar leyes y normativas a los fines que se persiguen. Habr¨¢ que superar, en fin, tanta paradoja.
Maria Josep Cuenca es vicerrectora de Investigaci¨®n y Tercer Ciclo de la Universitat de Val¨¨ncia.
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