Catalanes
La suma de la inteligencia del planeta es una constante; la poblaci¨®n est¨¢ en crecimiento; es lo que expresa una famosa sentencia, vulgarmente conocida como axioma de Cole, que suele aparecer en esos calendarios de mesa que nos regalan por Navidad. Parece una boutade simp¨¢tica, pero s¨®lo lo parece; observando el panorama de la Espa?a actual ser¨ªa dif¨ªcil encontrar una descripci¨®n m¨¢s acertada del estado de cosas; si exceptuamos, tal vez, esa otra, de la misma serie, que nos recuerda que dentro de cada peque?o problema hay un gran problema abri¨¦ndose paso.
Vean, si no, lo que est¨¢ ocurriendo. Para empezar, dado que los catalanes quieren un Estatuto que a algunos les parece excesivo, resulta que hay gente que se propone castigarles dejando de comprar cava y otros productos de la tierra. Por supuesto, muchos de los que as¨ª piensan est¨¢n aqu¨ª, en la Comunidad Valenciana; no podr¨ªa ser de otro modo, puesto que solemos ser la avanzadilla hist¨®rica del amor patrio y el anticatalanismo aguerrido. En cierto modo, me emociona, ?hasta la Econom¨ªa se pone, en los momentos cruciales, al servicio de los altos ideales!
Cierto es que, como los ciudadanos de Catalu?a son los que m¨¢s pesan en el consumo total del Estado, y particularmente en el de la Comunidad Valenciana, quiz¨¢ no nos gustara mucho (y a nuestros empresarios, menos), que aquellos dejaran de comprar productos valencianos (o de visitar Morella, por poner un ejemplo); m¨¢s que nada porque el impacto negativo ser¨ªa notablemente mayor. Pero sorprendentemente nadie cuenta con ello, porque, en el fondo, paradojas de la estupidez humana, confiamos ciegamente en su famoso seny (sin duda, mucho m¨¢s que en el nuestro). Y todo ello sin entrar en el peliagudo problema de definir lo que consideramos exactamente un producto catal¨¢n, porque es bien sabido que en este mundo global en el que vivimos, desde el Bar?a, hasta los coches fabricados en Martorell, pasando por las camisas de Terrassa y Sabadell, tienen todos ellos una m¨¢s que dudosa denominaci¨®n de origen.
Claro est¨¢ que, como todo esto parece un poco burdo, a la par que confuso, algunos intelectuales org¨¢nicos refinados del mundo empresarial han adoptado una postura m¨¢s ecu¨¢nime y expresan como principal cr¨ªtica al Estatut su marcada proclividad a romper la sagrada unidad de mercado. No est¨¢ mal tra¨ªdo; ciertamente ello podr¨ªa ser un argumento relevante desde el punto de vista econ¨®mico; el problema, sin embargo, emerge en toda su vacuidad cuando este mismo argumento se utiliza para justificar que en el resto de Espa?a se rompan las sagradas leyes del mercado, comprando cosas que nadie hubiera comprado nunca ateni¨¦ndose a razones puramente econ¨®micas.
Pero ya sabemos que no es s¨®lo un problema de unidad de mercado; tambi¨¦n est¨¢ la otra estrategia, la del imperialismo catal¨¢n; esta vez bajo la diab¨®lica forma de Caixa de Pensions, que avanza sin detenerse en el control de las grandes empresas "espa?olas". Raz¨®n de m¨¢s para frenarlos como sea. Es muy evidente que todo forma parte de una misma secuencia l¨®gica: La Caixa, Montilla, Endesa, L'Estatut... Por supuesto nadie repara, en el fragor de su patri¨®tica cruzada, que es, precisamente, gracias a la Caixa (y al BBVA, el BSCH, y Caja Madrid) que las grandes empresas espa?olas siguen siendo espa?olas, porque de no ser por ella, ni Telef¨®nica, ni Repsol, ni Gas Natural, entre otras muchas, lo ser¨ªan a estas alturas, ?o es que alguien todav¨ªa lo duda? La inquietante pregunta, pues, sigue siendo la misma de siempre: por qu¨¦ mucha gente sentir¨ªa un inmenso alivio si, en lugar de catalanes, viera a brit¨¢nicos, franceses o americanos, presidiendo sus consejos de administraci¨®n. ?Patriotas, s¨ª, pero s¨®lo seg¨²n y c¨®mo?
En fin, que mientras Espa?a, dicen, se rompe, lo cual no deja de ser, hoy por hoy, un futurible de estricta competencia de las Cortes Generales, ¨¦stos mismos, por si acaso, ya han empezado a romperla desde la base misma de la actividad humana m¨¢s genuina, la econ¨®mica. Esto no es que sea irracional, es, sencillamente, una estupidez. Y Carlo Cipolla, en su famoso ensayo, ya avis¨® de las caracter¨ªsticas b¨¢sicas de ¨¦sta. Un est¨²pido, dec¨ªa, es aqu¨¦l que hace da?o a los dem¨¢s sin obtener nada a cambio (o, incluso, perjudic¨¢ndose a s¨ª mismo). ?C¨®mo los conoce!
Andr¨¦s Garc¨ªa Reche es profesor titular de Econom¨ªa Aplicada de la Universidad de Valencia.
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