Contra la pornograf¨ªa
Vaya por delante una aclaraci¨®n, y para nada banal: contra lo que afirma la publicidad de esta pel¨ªcula -la primera que llega a las carteleras espa?olas de las ocho realizadas por el malayo (aunque radicado en Taiw¨¢n) Tsai Ming-liang- no tiene nada de "jugoso", de "sabroso" ni tonter¨ªas por el estilo. Es m¨¢s: es una de las m¨¢s radicales bofetadas que un espectador cinematogr¨¢fico pueda recibir en estos d¨ªas en los que, en el terreno del arte, parece que todo vale; en un contexto en el que el producto art¨ªstico ha perdido su necesaria capacidad de sublevar las conciencias; en una realidad en la que las palabras han perdido gran parte de su caudal sem¨¢ntico.
De estas cosas habla El sabor de la sand¨ªa: de un mundo en el que los seres humanos casi no se hablan, en el que reinan los m¨¢s primarios sentidos y en los que la pornograf¨ªa es una pura mec¨¢nica de los cuerpos, sin relaci¨®n con los sentimientos; en los que lo sexual, en fin, se ha convertido en simple mercanc¨ªa. Lo hace, he ah¨ª el gancho que la publicidad se inventa, con uno de los cruces m¨¢s impensados que puedan imaginarse: es un filme que se construye en la precisa intersecci¨®n del cine musical con el porno duro; o para decirlo con m¨¢s precisi¨®n, no con el porno al uso, sino con la mostraci¨®n, hecha s¨®lo de movimientos extenuantes, de cuerpos fornicando... o sea, lo contrario de la excitaci¨®n a que propende ese g¨¦nero para ver con la mano derecha.
EL SABOR DE LA SAND?A
Direcci¨®n: Tsai Ming-liang. Int¨¦rpretes: Lee Kang-sheng, Chen shiang-chyi, Lu Yi-chieng, Yang Kuei-mei. G¨¦nero: drama, Francia-Taiwan, 2004. Duraci¨®n: 115 minutos.
Autor de una muy s¨®lida, bien que discutida filmograf¨ªa, Ming-liang lleva a?os hablando de la muerte de la forma art¨ªstica que ha elegido: el cine. Es en este contexto en el que hay que ubicar El sabor de la sand¨ªa: como el desencantado testimonio de que en el cine de hoy ya no importan las salas, ni el contenido de las pel¨ªculas; hoy s¨®lo queda el recuerdo (el musical de otro tiempo) o la mercanc¨ªa (el porno duro). Una mercanc¨ªa que se consume en soledad y se compra en videotiendas; y hasta los actores (lo es el personaje protagonista) ya no interpretan personajes, sino que se prestan al ejercicio f¨ªsico revestido de sexo.
Sepa el lector que si accede a contemplar el filme, lo har¨¢ ante un producto implacable. Ming-liang no est¨¢ para florituras, ni para buenos sentimientos: su pel¨ªcula es ¨¢spera como papel de lija y duele como un directo a la mand¨ªbula. Pero es tambi¨¦n un filme insobornable, una criatura arisca y soberbiamente libre que embiste de frente: como de otra ¨¦poca.
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