Viajar y escribir
Su gran amigo Monsiv¨¢is escribi¨® de Sergio Pitol que "la inteligencia, el humor y la c¨®lera han sido sus grandes consejeros". ?La c¨®lera? Jos¨¦ Andr¨¦s Rojo le preguntaba por ella en una reciente entrevista de este peri¨®dico con motivo de la aparici¨®n de El mago de Viena en Pre-Textos y de Los mejores cuentos en Anagrama. "La c¨®lera hacia la injusticia. No aguanto las injusticias", respond¨ªa Pitol. Le conozco desde hace m¨¢s de treinta a?os y s¨¦ c¨®mo reacciona ante hechos que le parecen injustos. Hasta en este aspecto de su car¨¢cter le admiro. Me preocupaba mucho que no acabara teniendo este a?o el Cervantes, pues su vida discreta (aunque viajera y sumamente exc¨¦ntrica) de hombre de letras alejado de las intrigas del poder literario pod¨ªa tal vez perjudicarle. Y eso habr¨ªa sido una gran injusticia. Cuando o¨ª que pronunciaban su nombre como ganador del premio -el nombre de mi oscuro hermano gemelo- me derrumb¨® la emoci¨®n, como si se hubiera quebrantado una injusticia de siglos.
Pero en el fondo yo intu¨ªa que le esperaba el Cervantes este a?o a mi oscuro hermano gemelo. Ahora comprendo qu¨¦ hacia yo este verano en Estocolmo jugando a celebrar el Premio Nobel que le hab¨ªan dado a mi amigo. Todas las noches en el Gran Hotel de Estocolmo so?aba historias exc¨¦ntricas. Un d¨ªa, por ejemplo, so?¨¦ que Sergio Pitol se enteraba en su casa de Xalapa de que le hab¨ªan concedido el Premio Nobel y decid¨ªa nombrar a Monsiv¨¢is en el discurso de entrega del premio. Otro d¨ªa so?¨¦ en Anita Ekberg. Y al d¨ªa siguiente segu¨ª a Sergio Pitol en su viaje de Xalapa al Congo, donde ¨¦l hac¨ªa sus primeras declaraciones a la prensa, muy cerca de la casa donde viv¨ªa Kurtz, el personaje de Conrad, el hombre del horror y del horror. El ¨²ltimo d¨ªa de estancia en Estocolmo so?¨¦ que mi amigo recib¨ªa el Nobel de manos del rey de Suecia y, tras tomar despu¨¦s caviar rojo en el restaurante del Gran Hotel, paraba un taxi y, entre grandes risas (todas las risas con ¨¦l son memorables), se dirig¨ªa a Alcal¨¢ de Henares a recibir el Cervantes.
Desde que le conoc¨ª en Varsovia en 1973 y ¨¦l me acerc¨® a la gran literatura, le debo mucho a Pitol, mi oscuro hermano gemelo, y as¨ª lo he dicho en un reciente pr¨®logo a la edici¨®n de sus mejores cuentos. All¨ª hablo de las sobremesas de Varsovia y de mi aprendizaje de lo literario. Viajar y escribir parec¨ªa el lema, la divisa de este escritor. Y lo era, lo es, lo ha sido siempre. A lo largo de la vida me lo he encontrado en los lugares m¨¢s insospechados: fortuitos encuentros en lugares tan distintos como Asjabad, Veracruz, Caracas, Par¨ªs, Aix-en-Provence, Praga, Desvari¨¦ y Kabul.
Pero, aparte de viajar y escribir, la m¨¢s alta lecci¨®n de Sergio fue comunicarme su extraordinaria pasi¨®n por la cultura. Y hoy, cuando reviso aquellas conversaciones que ten¨ªamos en Varsovia, me doy cuenta de que las sobremesas en las que se conversaba de temas culturales eran algo muy natural para Sergio y no para m¨ª, que ven¨ªa de una oscura Barcelona, sumida en un mundo nada dialogante. En cambio, para Sergio, aquellas sobremesas eran normales. Desde joven se hab¨ªa acostumbrado a algo que yo no hab¨ªa tenido nunca (camarader¨ªa), se hab¨ªa habituado a las conversaciones sobre libros, por ejemplo. Parte de su juventud hab¨ªa transcurrido en tertulias en el caf¨¦ Mar¨ªa Cristina de la ciudad de M¨¦xico con sus amigos Ponce y Elizondo, Melo y De la Colina, Monsiv¨¢is y Jos¨¦ Emilio Pacheco, seg¨²n el propio Pitol explica en el tercer tomo de sus Obras reunidas.
Para quien no conozca la obra de este importante autor, recomiendo sus cuentos (en Nocturno de Bujara, por ejemplo, roza la perfecci¨®n), sus novelas (El desfile del amor, deslumbrante y sabio baile de m¨¢scaras; una fiesta de la inteligencia, del humor y -?c¨®mo no?- de la c¨®lera) y sus ficciones abismales mezcladas con el ensayo, sus magistrales El arte de la fuga y El mago de Viena.
Pitol, en cualquier caso, descree de las recomendaciones, los dec¨¢logos y las recetas universales. ?Y c¨®mo, por mi parte, no estar de acuerdo plenamente con ¨¦l? Para Pitol, la forma que llega a crear un escritor es el resultado de toda su vida: la infancia, toda clase de experiencias, los libros preferidos, la constante intuici¨®n. "Ser¨ªa monstruoso", dice, "que todos los escritores obedecieran las reglas de un mismo dec¨¢logo o que siguieran el camino de un ¨²nico maestro. Ser¨ªa la par¨¢lisis, la putrefacci¨®n". ?Y c¨®mo, por mi parte, no estar de acuerdo plenamente con ¨¦l? No es partidario del discurso ¨²nico. Del mismo modo que entiende la literatura como una rep¨²blica de las letras con muchos monarcas destronados. Me parece el maestro perfecto.
Hasta sabe inyectarle humor al hecho de serlo, de ser mi maestro. Cuando yo finalmente confes¨¦ su magisterio en entrevista con Raquel Garz¨®n para este peri¨®dico, se produjo, eso s¨ª, un posterior tira y afloja entre Pitol y yo, su cordial alumno. Y es que, por alg¨²n motivo que se me escapaba, parec¨ªa ¨¦l preferir seguir instalado en esa gran falacia que era creer que el maestro no era ¨¦l, sino yo. Finalmente, un d¨ªa -fue en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de M¨¦xico- se pleg¨® a la verdad. El ¨²nico maestro era ¨¦l.
Tras una conferencia m¨ªa, se hab¨ªa programado en el Palacio un almuerzo al que deb¨ªan asistir, por rigurosa invitaci¨®n, el director del centro y las familias de Juan Villoro y ?lvaro Enrigue, los dos amigos que hab¨ªan participado en la presentaci¨®n del acto. La llegada no anunciada e inesperada de Sergio (que hab¨ªa viajado en coche desde Veracruz) hizo que autom¨¢ticamente ¨¦l quedara invitado a esa comida. Hab¨ªa otras personas que quer¨ªan participar tambi¨¦n en ella. Un amigo escritor muy obcecado en lograr quedarse con nosotros y sentarse a nuestra mesa, por ejemplo. Escuch¨¦ de refil¨®n el di¨¢logo y larga discusi¨®n que Sergio mantuvo con ese buen amigo que insist¨ªa e insist¨ªa en que si Sergio estaba invitado al almuerzo, ¨¦l tambi¨¦n pod¨ªa estarlo, porque tambi¨¦n era amigo m¨ªo. Pitol le enumer¨® muchos motivos por los que no pod¨ªa quedarse. Que estaba cerrada ya completamente la invitaci¨®n oficial, por ejemplo. Ninguna de las explicaciones satisfac¨ªa al escritor obcecado.
-Pero dime exactamente por qu¨¦ t¨² puedes quedarte con nuestro amigo y en cambio yo no, dame una explicaci¨®n que sea convincente, con una sola me bastar¨¢, cr¨¦eme, pero tiene que ser convincente -insisti¨® el escritor obcecado.
-Te la voy a dar, es muy sencilla -dijo Sergio.
Hizo una pausa y luego dijo, muy concluyente:
-Porque soy su maestro.
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