Reflexiones de Mann y Adorno
En una bell¨ªsima carta, Theodor W. Adorno, a sus 42 a?os reci¨¦n cumplidos, felicitaba a Thomas Mann por su 70 cumplea?os -3 de junio de 1945, no hac¨ªa un mes que hab¨ªa concluido la Segunda Guerra Mundial y ambos contin¨²an en su exilio californiano, Los ?ngeles y Pacific Palisades-. En ella, el joven fil¨®sofo le rogaba encarecidamente al gran padre de la literatura alemana que no se dejara arrebatar la alegr¨ªa creadora "por la abominable situaci¨®n del mundo". Desde hac¨ªa meses, las im¨¢genes tomadas por los vencedores de la guerra en los campos de exterminio nazi generaban un horror estupefacto que a¨²n tardar¨ªa en cristalizar en reflexi¨®n filos¨®fica, metaf¨ªsica, del propio Adorno, de Ahrendt y otros. El espanto era tal que la cordura s¨®lo estaba a salvo de espaldas al mundo.
Un lustro despu¨¦s, el 3 de junio de 1950, Adorno escribe a Mann para felicitarle, pero con el mensaje opuesto. Desde Francfort junto al Meno, le pide al viejo escritor, que se ha instalado cerca pero fuera de Alemania, en el Gran Hotel Dolder de Z¨²rich, que revise su decisi¨®n de no pisar tierra germana. Adorno le dice que ha de romper el maleficio en la relaci¨®n de Thomas Mann con su patria desde el comienzo del exilio cuando se dirigi¨® a los alemanes para pedir, in¨²tilmente, dignidad, piedad, cordura y valent¨ªa. "Lo principal, junto a la salud, es que sufra lo menos posible con el trauma alem¨¢n". Adorno pensaba que el reencuentro con la realidad ser¨ªa bueno tambi¨¦n para Alemania. No es convincente. Seg¨²n explica, un fen¨®meno le preocupa "m¨¢s que el nacionalismo, el neofascismo y el antisemitismo". Lo define como la regresi¨®n -"es la falta de articulaci¨®n de la convicci¨®n pol¨ªtica, la disposici¨®n a encuadrarse en todo asumiendo cualquier situaci¨®n resultante". Lo califica Adorno como una infantilizaci¨®n en la que valores culturales y principios que eran pilares de la sociedad son juguetes indistintos. Mann le responde: "Ni 10 caballos me arrastrar¨ªan a Alemania".
Resulta chocante que el diagn¨®stico que hace Adorno de la actitud pol¨ªtica de una sociedad que acaba de sufrir millones de muertos, sobrevive entre ratas y excrementos en ciudades convertidas en laberintos de escombros y es responsable del mayor crimen habido en la historia, se parezca tanto al que se puede hacer de las sociedades m¨¢s ricas de la Europa actual que nunca vivieron la guerra, con un bienestar insultante comparado con el resto del mundo y tantos bienes materiales e inmateriales que defender. Algo se ha hecho muy mal para que 60 a?os de paz, libertad y prosperidad material sin pausa no hayan supuesto un incremento en la autoestima y el apego consciente del europeo a su patrimonio -aqu¨ª inmaterial sobre todo- luego a su disposici¨®n a defenderlo.
Con el siglo XX han muerto los ¨²ltimos testigos adultos en la ¨²ltima guerra, los depositarios del legado hist¨®rico que supon¨ªa la consciencia de que la gran guerra civil europea de 1914 a 1945 no hab¨ªa acabado con el mundo por la misma casualidad que no hab¨ªa hecho del ser humano un nuevo hombre de las cavernas como pronosticaba Spengler, agorero al que Adorno detestaba, pero que casi atina. El arraigo milenario de unas ideas de compromiso y piedad hizo que surgieran de las cenizas de Europa -tras el horror inimaginable- unos grandes hombres comprometidos con la idea de la trascendencia del individuo, que fueron los art¨ªfices de la pol¨ªtica de esfuerzo y solidaridad en Europa y de defensa con nuestros socios allende el Atl¨¢ntico. Mann y Adorno gozaban las bondades de los lazos de ese mar.
"La regresi¨®n es la falta de articulaci¨®n de la convicci¨®n pol¨ªtica, la disposici¨®n a encuadrarse en todo asumiendo cualquier situaci¨®n resultante". As¨ª denominaba Adorno el c¨¦lebre "como sea". Es la regresi¨®n que nos lleva a aplaudir a Putin seg¨²n convierte Rusia en una nueva c¨¢rcel, a besar a los miserables de los petrojeques, a armar al petrocaudillo de Caracas, a considerar a un rufi¨¢n como Castro un igual, a convertirnos en primos cuando no hermanos de un s¨¢trapa vecino, a pedir perd¨®n a quienes nos queman el coche y a suplicar alianzas con quienes han matado a nuestros hijos. Algo ha fallado cuando la excelencia huye de la pol¨ªtica. Hoy ni Mann ni Adorno sabr¨ªan explicarlo.
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