?Qu¨¦ hac¨ªas t¨² aquel d¨ªa de 1980?
Estaba sonando Loquillo, entonando aquella fantas¨ªa de Sabino M¨¦ndez: "Invertir¨¦ mucha pasta', me dice mi productor / con el objeto de hacerme estrella de rock and roll; / me dice 'yo te har¨¦ rico, t¨² s¨®lo has de cantar bien, / si no te pegan diez tiros en la puerta de un hotel". Me chirriaba el ¨²ltimo verso: en 1980 ya nadie conceb¨ªa que un astro del rock pudiera considerarse tan subversivo o tan detestable como para ser tiroteado. Ni Dylan, que frustr¨® a su generaci¨®n con sus volantazos musicales y su rechazo al papel de s¨ªmbolo contracultural. Los Stones se enfrentaron al chantaje de los perversos Hell's Angels y sobrevivieron. Hasta los Sex Pistols, convertidos en los ingleses m¨¢s odiados tras editar su abrasivo God save the Queen en pleno Jubileo de Isabel II, superaron varias tanganas callejeras.
Matar a Lennon... no ten¨ªa ni pies ni cabeza. Aunque pacifista, hab¨ªa ejercido de rockero revolucionario en los primeros setenta y, consecuentemente, sufri¨® los "trucos sucios" de la Administraci¨®n de Nixon, pero aquel ex presidente pas¨® a la infamia y Lennon fue invitado a la toma de posesi¨®n de Jimmy Carter, tras lograr la "tarjeta verde" que le permit¨ªa residir en Estados Unidos. Entre 1975 y 1980 desapareci¨®, y mentir¨ªamos si asegur¨¢ramos que se le echaba desesperadamente de menos: Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr sacaban discos y, aparte de Band on the run, no eran de escucha obligada. Adem¨¢s, durante esos cinco a?os brotaron movimientos tan excitantes como el punk rock, la new wave, el techno pop. Lo que sab¨ªamos de su vida privada en el Dakota -y s¨®lo era una fracci¨®n de aquella rara existencia pactada con Yoko Ono- le retrataba como un millonario exc¨¦ntrico. Resultaba irritante, pero John nos hab¨ªa dado demasiado como para exigirle una militancia perpetua. Era el "t¨ªo John", bocazas tolerado, propenso a irse a los extremos, pero finalmente uno de los nuestros: compraba piratas de los Beatles, trataba con algunos periodistas y radiofonistas, firmaba aut¨®grafos si le reconoc¨ªan en la calle.
Seg¨²n se revelaban detalles del asesino, incredulidad total. Aquel imb¨¦cil lo explicaba como un castigo a la disonancia entre lo que Lennon predic¨® y su actual estilo de vida. M¨¢s absurdo: Mark Chapman hab¨ªa transferido su devoci¨®n a Todd Rundgren, m¨²sico talentoso, pero sin vocaci¨®n de liderazgo social, que en 1974 hab¨ªa tenido una gresca epistolar con Lennon en el semanario Melody Maker, tras lanzarle acusaciones similares. Adem¨¢s, ?qu¨¦ ten¨ªa que ver all¨ª El guardi¨¢n entre el centeno? Y entonces lo entendimos, muy a nuestro pesar. Que la pasi¨®n por el rock tambi¨¦n produce monstruos. Que en este mundo nada nos garantiza justicia o l¨®gica. Como avisaron los Stones en Gime shelter, el horror nos aguarda a la vuelta de la esquina: "La violaci¨®n, el asesinato, est¨¢n a un tiro de distancia". En realidad, aquel d¨ªa de 1980 fueron cinco.
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