Dignidad humana
El general croata Ante Gotovina ya est¨¢ en La Haya, a disposici¨®n del Tribunal Penal Internacional, acusado de cr¨ªmenes de guerra. En este escenario de solemnes togas, pelucas y rituales, Harold Pinter ha sugerido que tambi¨¦n se siente y se juzgue a Tony Blair, por las atrocidades perpetradas en Irak. Pero su sugerencia contempla que el juicio no se resuelva ni se desvanezca en una tramoya de sainete o en una trapisonda de competencias, entre los magistrados y la defensa, sino en una dramaturgia por donde merodean la carnicer¨ªa y el saqueo impunemente. Harold Pinter, en su reciente discurso de aceptaci¨®n del premio Nobel, arras¨® las imposturas y miserias de la Casa Blanca, y entre sus escombros, nos mostr¨® a Bush y al espanto. Un espanto que se manufactura en la impudicia de las guerras, en el deg¨¹ello de los pueblos, en la devastaci¨®n del mapamundi, en Guant¨¢namo y en las secretas cavernas, en las que la tortura es una inclemente artesan¨ªa de electrodos, metales, vasijas de agua e insectos voraces, que se deslizan por las v¨ªsceras de las v¨ªctimas an¨®nimas. Con Blair, deben ocupar el banquillo Bush y alguno de sus dom¨¦sticos. La Academia Sueca ha dado en medio del estertor del mundo, y el Nobel de Literatura es el bistur¨ª que saca los h¨ªgados de tanto matarife, y los sirve en la cegadora fuente de la verdad. Harold Pinter, ya en los sesenta del siglo pasado, ocup¨® su lugar en la trinchera de los j¨®venes airados brit¨¢nicos, junto a John Osborne, Arnold Wesker, Bredan Beham, y tantos otros, que hicieron menudillo del orden establecido, y de su origen proletario, una cultura sin privilegios, y un teatro insobornable, revolucionario y cr¨ªtico. De aquella obra estelar de John Osborne, Mirando hacia atr¨¢s con ira, al discurso implacable del dramaturgo Harold Pinter han pasado 46 a?os. Pero si entonces los j¨®venes airados pulverizaron la finura cortesana y la arrogancia de la clase dominante, hoy persisten en su coherencia y en su honestidad. Hoy, Harold Pinter ha denunciado los cr¨ªmenes de los EE UU y el silencio c¨®mplice o cobarde de tantos gobiernos, de tantos pol¨ªticos a destajo. Hoy, como entonces, ha apostado por la dignidad.
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