El aniversario de la tierra
Somos criaturas c¨ªclicas. Avanzamos hacia los seis pies de tierra prometida no por la v¨ªa recta que recomiendan los ascetas, sino por sendas circulares que nos brindan, a?o tras a?o, la ilusi¨®n de comenzar y la de llegar a t¨¦rmino. Los pitag¨®ricos, inspir¨¢ndose en el repetido sol de cada ma?ana, y en el invierno que cada doce meses promete otra nueva primavera, cre¨ªan que toda historia ser¨ªa duplicada y cada vida volver¨ªa a ser vivida. Como un ni?o que pide una y otra vez el mismo cuento, al universo le encantan las repeticiones.
Nuestros primeros festejos marcan tales retornos. En los desiertos en los que naci¨®, hace milenios, la escritura o, a¨²n antes, en las vastas estepas en las que por primera vez decidimos vivir en sociedad, nuestros abuelos celebraban el aniversario de la tierra, fecha en la que pod¨ªan volver a plantarse los cultivos. Para marcar la media estaci¨®n invernal, los romanos preparaban inmensos banquetes para la fiesta de Saturnalia, el 17 de diciembre, mientras que el 12 de diciembre los persas honraban a la diosa Mitra emborrach¨¢ndose en su honor el d¨ªa de su cumplea?os. Bajo la nieve, los celtas decoraban sus ¨¢rboles con guirnaldas para que robles y pinos iniciasen dignamente el a?o entrante, y las tribus germ¨¢nicas alzaban grandes hogueras en la noche m¨¢s larga del a?o, para hacer que el sol se atreviese a salir de su escondite. Cuando la llegada del Mes¨ªas fue anunciada al pueblo jud¨ªo, el esp¨ªritu navide?o estaba ya bien arraigado y los tres reyes que viajaron a Bel¨¦n desde el Lejano Oriente, conoc¨ªan sin duda la antigua costumbre persa de ofrecer regalos durante el solsticio invernal. Bajo diversos nombres, la Navidad fue celebrada largo tiempo antes del nacimiento de Cristo, y contada de formas muy distintas de las ofrecidas por Mateo y por Lucas.
La versi¨®n cristiana de la Navi
dad se impuso r¨¢pidamente. Hacia fines del siglo II era ya tan bien conocida que el fil¨®sofo plat¨®nico Celso pudo burlarse de ella en su Discurso verdadero contra los cristianos, libro que, por una iron¨ªa de la suerte, nos ha llegado a trav¨¦s de los fragmentos citados como prueba de infamia por aquellos que lo condenaron a las llamas. Copio la versi¨®n de Seraf¨ªn Bodel¨®n: "Comenzaste por fabricar una filiaci¨®n fabulosa", le dice a Cristo, "pretendiendo que deb¨ªas tu nacimiento a una virgen. En realidad, eres originario de un lugarejo de Judea, hijo de una pobre campesina que viv¨ªa de su trabajo. ?sta, culpada de adulterio con un soldado llamado Pantero, fue rechazada por su marido, carpintero de profesi¨®n. Expulsada as¨ª y errando de ac¨¢ para all¨¢ ignominiosamente, ella dio a luz en secreto. M¨¢s tarde, impelida por la miseria a emigrar, fuese a Egipto, all¨ª alquil¨® sus brazos por un salario; mientras tanto t¨² aprendiste algunos de esos poderes m¨¢gicos de los que se ufanan los egipcios; volviste despu¨¦s a tu pa¨ªs, e, inflado por los efectos que sab¨ªas provocar, te proclamaste dios".
La de Celso es quiz¨¢s la primera variaci¨®n sobre la historia de la Navidad cristiana. Le siguen sermones, villancicos, autos sacramentales, f¨¢bulas, cuentos, novelas y pel¨ªculas. La literatura de los ¨²ltimos cien a?os es especialmente rica en tales versiones: La iglesia que estaba en Antioqu¨ªa, de Rudyard Kipling; La ¨²ltima tentaci¨®n de Cristo, de Niko Katzantzakis; El viaje de los reyes magos, de T. S. Eliot; Cuarentena, de Jim Crace; El Evangelio seg¨²n Jesucristo, de Jos¨¦ Saramago; Una visita a Morin, de Graham Greene; Augie Wren, de Paul Auster; Una Navidad, de Truman Capote; Riesgo para Pap¨¢ Noel, de Siegfried Lenz; Nochebuena, de Vlad¨ªmir Nabokov; La navidad de ni?o en el Pa¨ªs de Gales, de Dylan Thomas, y docenas de otras obras (incluyendo El evangelio seg¨²n Marcos, de Borges, que narra no el principio sino el fin de la historia), proclaman su universalidad, traduci¨¦ndola a un vocabulario contempor¨¢neo que a veces la despoja de su m¨¦dula religiosa, y a veces la ilumina a trav¨¦s de una ¨ªntima expresi¨®n de fe. Creyentes, agn¨®sticas o ateas, casi todas estas versiones hacen expl¨ªcita una doble convicci¨®n: que la esperanza sucede al desaliento y que la redenci¨®n sigue a la culpa.
Charles Dickens, mejor que ning¨²n otro, entendi¨® el significado del esp¨ªritu navide?o. Sus Cuentos de Navidad crearon una mitolog¨ªa para las fiestas que, sin negar la voluntad mesi¨¢nica, presta a la Navidad una suerte de felicidad cosmol¨®gica que es casi pagana. M¨¢s que una celebraci¨®n conscientemente religiosa, fundada en consideraciones astrol¨®gicas y argumentos teol¨®gicos, con Dickens la Navidad se convierte en una fiesta en la que (como el avaro redimido Scrooge) debemos hacernos eco de la generosidad de la tierra cansada, y expiar alegremente nuestro ego¨ªsmo y nuestra codicia, agradeciendo los regalos recibidos y ofreciendo otros a su vez como un gesto de amistad hacia la familia humana. A partir de la obra de Dickens, todo cuento de Navidad presupone, de parte del lector, el reconocimiento de un encuadre prestigioso, de un momento cargado de significados antiqu¨ªsimos, de fe en la remota promesa de metamorfosis y redenci¨®n. Y todo esto a pesar de la cursiler¨ªa del ceremonial navide?o y de la sobrecogedora presencia de mercaderes en el templo.
En las numerosas representa
ciones de la Anunciaci¨®n, cuando el ?ngel viene a decirle a Mar¨ªa que dar¨¢ a luz al hijo de Dios, aparece en una de las paredes de su habitaci¨®n un peque?o crucifijo o una imagen de la Pasi¨®n. No se trata de un incauto anacronismo de parte del pintor, ni de la mera reproducci¨®n de un interior contempor¨¢neo. Como el ciclo de las estaciones, su presencia nos confirma la cualidad circular del tiempo, la promesa de que un nacimiento seguir¨¢ a una muerte que a su vez seguir¨¢ a un nacimiento. Ya que todo debe acabar antes de poder comenzar de nuevo, el hecho de que nuestros esfuerzos, alegr¨ªas y sufrimientos no tendr¨¢n un solo e inmutable fin, debiera regocijarnos en lugar de llenarnos de angustia, puesto que por lo visto no se nos exige una prolija perfecci¨®n sino, al contrario, una porfiada alegr¨ªa de volver a empezar cada ma?ana.
La literatura navide?a es prometedora. Algo esperamos en esta estaci¨®n, algo deseado o temido o a?orado, algo cuyas caracter¨ªsticas permanecen veladas porque el cambio que se anuncia, a pesar de su certeza, nada nos revela de su verdadera naturaleza. Todo lo que sabemos es que a la oscuridad suceder¨¢ la luz, que los d¨ªas por venir ser¨¢n m¨¢s largos y m¨¢s luminosos, que los lugares comunes que marcan las transformaciones de nuestro humor y del tiempo har¨¢n su aparici¨®n habitual, y que otra vez m¨¢s comenzaremos sin saber con qu¨¦ fortuna. Robert Louis Stevenson, escribiendo un serm¨®n navide?o para su familia en 1888, opin¨®: "Existe un elemento del destino humano que ninguna ceguera puede ignorar: sea cual fuera el prop¨®sito al cual estamos destinados, no ser¨¢ nunca el del ¨¦xito; el fracaso es nuestra suerte. As¨ª es en todo arte y todo estudio, y es por sobre todo as¨ª en sosegado arte del buen vivir. He aqu¨ª una placentera noci¨®n para el fin de a?o".
Una muy placentera noci¨®n.
Todos sabemos que los mejores cuentos no tienen fin, sino que contin¨²an m¨¢s all¨¢ de la p¨¢gina, en cada uno de nosotros. Sin duda tal falta de conclusi¨®n es una especie de derrota, pero que, humilde y confiadamente, permite a un escritor prolongar su mundo en el mundo de cada uno de sus lectores, lectores cuyo espl¨¦ndido fracaso consistir¨¢ en no alcanzar nunca los l¨ªmites de la historia que est¨¢n leyendo. Cada Navidad nos anuncia el fin de una historia. Cada Navidad nos ense?a que, volviendo a la primera p¨¢gina, podemos empezarla de nuevo.Cuento de Navidad. Charles Dickens (Alba, Alianza, Lumen).
Una Navidad. Truman Capote (Tusquets).
Cuentos completos. Vlad¨ªmir Nabokov (Alfaguara).
Hacia el comienzo. Relatos completos. Dylan Thomas (Mondadori).
Smoke & Flue in the face. Paul Auster (Anagrama).
El informe de Brodie. Jorge Luis Borges (Alianza).
El Evangelio seg¨²n Jesucristo. Jos¨¦ Saramago
(Alfaguara).
Cuentos de fin de a?o. Ram¨®n G¨®mez de la Serna (Clan).
Cuentos de Navidad. Azor¨ªn (Clan).
LECTURAS
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